El papel de los testigos: cómo frenar el acoso escolar desde el aula

Cada vez que se informa un caso de acoso escolar es común escuchar frases como “en el salón de mi hijo hay bullying, pero él no tiene nada que ver”. Esta postura, aunque comprensible, pasa por alto una realidad crucial: en el acoso no solo importan la víctima y el agresor, sino también aquellos que observan, callan, se ríen o graban con sus celulares.
El bullying es un fenómeno social complejo que afecta a uno de cada tres adolescentes en el mundo. Consiste en agresiones repetidas donde hay un desequilibrio de poder que impide a la víctima defenderse. Pero lo que muchas familias y escuelas aún no asumen es que la presencia y actitud del grupo puede perpetuar o detener la violencia en cuestión de segundos.
Durante una investigación en colegios de Bogotá y Chía (Colombia), se documentó un caso impactante: un adolescente fue golpeado mientras más de 50 alumnos alrededor gritaban “que corra sangre”. Ninguno intervino, pero todos jugaron un papel:
- “Reforzadores”, que con sus risas, cánticos o aplausos validan la agresión.
- “Observadores pasivos”, que callan o miran como si nada.
- “Defensores”, los más escasos, que intervienen a favor de la víctima o piden ayuda.
Lejos de ser neutrales, los testigos toman una postura, incluso cuando deciden no actuar. Su reacción tiene un impacto directo tanto en la magnitud del daño como en la posibilidad de detener el acoso.
Los estudios indican que si un compañero interviene, el episodio de acoso se detiene en menos de 10 segundos. Además, cuando los testigos muestran empatía y apoyo, la víctima sufre menos impacto emocional, lo que reduce el riesgo de ansiedad, depresión o retraimiento social.
El problema: aunque la mayoría de estudiantes presencia las agresiones, rara vez actúan. Ya sea por miedo, presión social o falta de herramientas, optan por ser espectadores silenciosos.
Enseñar a niños y adolescentes “a no quedarse mirando” es una de las estrategias más prometedoras para reducir el bullying. Pero no basta decirles “si ves algo, di algo”; hay que entrenarlos en cómo hacerlo. Estas son las formas más efectivas:
- Intervención directa:Cuando el estudiante se siente seguro, puede distraer, parar al agresor sin violencia o apoyar verbalmente a la víctima: “Déjalo en paz” o “Ya estuvo”.
- Intervención emocional:Acompañar a la víctima luego del incidente, incluirla y demostrar empatía (“¿estás bien?”, “cuentas conmigo”).
- Pedir ayuda a un adulto:Avisar discretamente a un profesor u orientador si intervenir directamente representa un riesgo social o físico.
- Contener a los reforzadores:Trabajar con quienes celebran o comparten el acoso, ayudándolos a desarrollar empatía, autocontrol y asertividad.
Los estudiantes se animan más a intervenir cuando conocen a la víctima. Por eso, las escuelas deberían fomentar un sentido de pertenencia y comunidad: “Aquí todos somos responsables de cuidarnos”. Las campañas antibullying deben enfocarse en construir vínculos, confianza y sensibilidad colectiva, no solo en prohibir golpes o insultos.
Combatir el acoso escolar no significa solo enseñar a no pegar, sino a no reírse del daño, a no grabarlo, a no compartirlo y a no ignorarlo. Cada testigo tiene en sus manos la capacidad de frenar la violencia y proteger la salud mental de sus compañeros.
Si aspiramos a escuelas seguras, necesitamos educar niños y adolescentes con empatía, valentía y conciencia grupal. Porque en el bullying no existen espectadores inocentes: el silencio también puede pegar fuerte.
La Verdad Yucatán