María Galán, de Babies Uganda: «Cambié mi vida porque sentí que podía hacer muchas cosas y si no las intentaba me iba a arrepentir»

Cuando menos lo esperas, las necesidades pueden cambiar. Llega algo a tu vida que te hace ver el mundo de otra forma, te replanteas tu día a día y si estás en el lugar que realmente te hace feliz. Un día de 2018, María Galán, ahora directora de un colegio de educación especial en Uganda, lo experimentó.
Ella estudiaba como cualquier otra persona de su edad, pero un viaje a Uganda, cuyo nombre llevaba tiempo escuchando en su casa, cambió su rumbo: «Uganda es un país del que he oído hablar casi toda mi vida. Mi madre empieza con la ONG Babies Uganda -trabajan para proporcionar oportunidades presentes y futuras a una población sin recursos, poniendo el foco en la infancia- junto a una amiga en 2012 y cuando cumplí 18, que yo estaba ya en la universidad, decidí que viajaba, que quería conocerlo con mis propios ojos». Ella no lo sabía -aunque su madre sí, por eso del instinto- pero esa visita iba a ser el punto de inflexión.
«En ese primer año con los niños me fue súper bien, pero bueno, al final es una primera toma de contacto, todo te llama la atención, es un país súper diferente. Y yo ya ahí me quedé con la cosa, ¿sabes? De querer hacer más. Pero, como siempre digo, me fui volviendo loca y todos los años iba y quería ir más y más y más hasta que no me veía en ningún otro sitio que no fuese allí», reconoce.
Con ilusión y una fuerte sensación de responsabilidad, María Galán puso rumbo a un país donde estaba prácticamente todo por hacer. Cambió el asfalto de Madrid por caminos embarrados de Uganda y la estabilidad eléctrica por apagones constantes, pero su decisión estaba clara: quería irse allí a ayudar.
«Tuve suerte porque yo me di cuenta muy joven, entonces no tenía cosas que me atasen todavía a España. Yo había estudiado Economía y Negocios Internacionales, me tocó elegir las prácticas y pedí que me las convalidasen allí. Estuve seis meses y ya fue un tiempo como más que suficiente para ver qué sería mi sitio», comenta la integrante de Babies Uganda.
Asegura que en ese tiempo y en sus anteriores visitas «había visto tanta necesidad, tantas cosas que se podían hacer», que sintió que ella podría incidir en el cambio: «Sentí que aquello estaba bajo mi responsabilidad. Yo sabía que podía hacer muchísimas cosas y que si no las hacía me iba a pesar. Me quedé y hasta ahora...».
Como cualquier otra ONG, la ayuda es fundamental. También en Babies Uganda necesitan fondos: «Nosotras allí, por suerte, tenemos tres personas locales de mucha confianza que viven en las tres zonas donde trabajamos. Y al final eso para nosotras es muy importante, el tener a alguien local que sepa gestionarte bien al equipo y sepa ver bien las necesidades». En su página web, donde se pueden hacer donativos, venden café de Uganda, pulseras elaboradas por los niños... Además, su segunda colaboración con la marca de calzado Gioseppo acaba de salir a la luz y se destina el 10% de la compra.
Allí hay tantas cosas por hacer, tal como afirma, que ellas no cierran las puertas a nada. «En el momento en el que nos van llegando oportunidades siempre estamos abiertas a abrir cada vez más proyectos. Necesitamos padrinos, donativos puntuales...».
Sorprende que en una pequeña zona de un país subdesarrollado se hayan dado tantas mejoras en poco tiempo. La asociación Babies Uganda trabaja diariamente para ofrecer avances a personas que lo necesitan, desde una escuela hasta un dentista.
«Siempre tienes que tener esa ilusión de que lo vas a conseguir, pero también es que estamos en un punto en el que, jolín, por suerte cada vez nos conoce más gente, entonces este año, solo este año, hemos abierto dos clínicas, un centro vocacional y el colegio de educación especial», comenta con la mayor de las sonrisas.
La realidad es que el dinero cunde más allí que aquí. Según cuenta, «allí las cosas se construyen súper rápido; lo que te cuesta allí construir un colegio no es lo que te cuesta aquí. Entonces el dinero te cunde más».
Los días de María Galán en Uganda se pueden resumir en estar en el colegio y llegar a casa para cuidar de los 32 niños con los que vive en Kikaya House (orfanato construido desde cero por para atender a niñas y niños huérfanos o en situación de abandono): papeleo, cambiar pañales, duchas, deberes... Y lo más importante: estar para lo que puedan necesitar esas personas a las que cuidan: «Yo lo que quiero ser es una figura que a ellos les haga estar a gusto, que sientan que pueden contar con alguien, ¿sabes? Según vayan creciendo no sé lo que me considerarán ellos a mí pero sé que, al final, cuando han sido pequeños, que han necesitado todo el amor, yo he estado ahí y voy a estar hasta que lo necesiten. El concepto con el que me vean ellos no lo sé, pero ojalá sea como el de una mamá porque yo hago todo como si fuese una madre: les cuido de principio a fin. Pero lo importante es que ellos se sientan queridos y en casa».
En Uganda, la asociación está dividida por zonas. Una es una de las islas más pobres del lago Victoria: ahí pues la situación es muy difícil porque además no hay oportunidades de nada. Hay pescadores, hay algunos que tienen una tiendita... Donde María Galán vive y donde tienen la mayoría de cosas es un pueblo con carreteras de barro: «Antes de llegar Babies Uganda no había absolutamente nada y ahora se está desarrollando mucho porque ya con la clínica, el colegio infantil, primaria, secundaria, el de educación especial, centro de deportes, centro de arte... Se está convirtiendo en un destino. Para una población sin recursos, que te garanticen todas esas necesidades básicas, imagínate...», comenta para que nos hagamos un ínfima idea de lo que es.
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