Un demencial ataque a Clara Brugada, y a todas y todos

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Un terremoto político sacudió el amanecer del martes a la capital de la República y a toda la clase política del país. Las réplicas por la ejecución de dos colaboradores del primer círculo de la jefa de Gobierno Clara Brugada sumieron a las y los capitalinos en la zozobra.
El ataque directo en contra de Ximena Guzmán y José Muñoz, jóvenes y a la vez experimentados operadores de la gobernante que desde Iztapalapa construyó una carrera ejecutiva como corolario de su vocación activista, sume a la Ciudad de México en horas de confusión.
La tragedia familiar de Ximena y José merece justicia pronta. Nada confortará a sus seres queridos, pero a su dolor no debe agregarse la lastimadura punzante que es la impunidad, ni la desazón de no saber quién se creyó en capacidad de ordenar tan infaustas muertes.
Esa justicia también supondría un paliativo para una comunidad que por supuesto ve en el ataque un soez mensaje de criminales envalentonados al punto de propinar un golpe al núcleo personal y operativo de Brugada, y con ello a la ciudad que gobierna.
En cada crimen y delito, la impunidad debe ser una no opción. Con más razón en uno como este, que cercena dos vidas de jóvenes trabajadores, y que implica un desafío al orden establecido, que se señorea en retar a una gobernante popular y al grupo fuerte.
Hay que dar tiempo a las autoridades respectivas para que desahoguen diligencias y periciales. No contribuir a la confusión del momento especulando en voz alta es una forma de decir a los criminales que no tendrán éxito, que no harán cundir la discordia.
Vivimos en un país violento y, acaso en la capital, irresponsablemente, en ocasiones cedemos a la tentación de creernos ajenos a las peores pesadillas, esas de las que no despiertan hace meses o años otras regiones mexicanas. Este martes en el altiplano recibimos un cubetazo.
Por lo anterior, la respuesta al atentado debe ser desde un nosotros que rompa, por el tiempo que sea necesario —y ojalá sea más que menos—, las barreras que dividen, no solo desde el 2018 pero particularmente desde entonces, a la sociedad y a sus representantes.
Prometedora como fue la manifestación casi inmediata de las y los alcaldes, que en forma unánime salieron a dar un respaldo a la jefa de Gobierno, ello debe traducirse en mensajes continuados de que se aparcarán de momento las pequeñas grandes disputas partidistas.
Y más allá: debe ser secundada por todas y todos, y en los hechos, la determinación que la jefa de Gobierno manifestó a escasas horas del doble asesinato, esa de que su Gobierno no dudará, por estos homicidios, en mantener su compromiso de combatir la inseguridad.
Porque, si acaso hay un nosotros y un ellos, esa única división debe ser para agrupar a quienes en abrumadora mayoría reafirman su credo democrático, condenan la violencia y se unen para tener autoridades efectivas en contra de esos otros que no optan por la ley.
La capital de la República es el epicentro de un país que quiere vivir en paz, una nación donde la política se afirme como el único campo en el que se dirimen las disputas.
Este martes debe quedar en el calendario como una jornada negra que se cobró dos vidas prometedoras. Como un día en que, por doloroso que fuera, la sangre no se derramó en vano. Fecha de un delito condenado por todos y ocasión de un despertar para la unión y el compromiso.
Mucho han batallado muchos para llegar a una democracia —imperfecta y en horas complejas— que no puede ser cogida del cuello por quienes quieren imponerse con balas. Esos muchos, de todo el espectro, han de decir hasta aquí llegaron los violentos. Es tiempo.
EL PAÍS