'La viuda negra': lo que los hombres llaman enamorarse
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Cuando una película se apresura a decirte que está “basada en hechos reales”, es muy posible que no te creas nada de lo que en ella se cuenta. Gran parte de los telefilmes se inspira en hechos reales, y por eso los ponen después de comer y no en la Gran Vía. Como se saben telefilmes (es decir, productos de relleno), tratan de camelar a los espectadores con la promesa de una historia cierta, seguramente morbosa y hasta cierto punto increíble. El cine puede hacer que te creas una guerra en las galaxias, pero un telefilme tiene que avisarte de que un ama de casa de Conneticut le fue realmente infiel a su marido con el conductor del autobús.
El titulillo “basada en hechos reales” degrada al espectador, porque le hace comprar en la tienda que dice “nadie vende más barato que nosotros”. También sirve para anticipar la propia inepcia, y si la película te parece muy mala, al menos te llevas una historia real, que no conocías, así que no te quejes.
Lo cierto es que cuando me puse, por ponerme, La viuda negra en Netflix, y vi lo de “basada en hechos reales”, me poseyeron todos los prejuicios que hacen que la gente culta no vea telefilmes. Si hay una película aterradoramente basada en hechos reales es La lista de Schindler y (lo he comprobado) al comienzo de la misma no lo indica. Y no porque todos sepamos que el holocausto fue real, sino porque las películas no ganan nada diciéndonos que algunas cosas pasan también en la calle.
En la calle, las historias no tienen que funcionar; en las películas, las historias tienen que funcionar.
El titulillo "basada en hechos reales" degrada al espectador, porque le hace comprar en la tienda que dice "nadie vende más barato que nosotros"
La viuda negra trata un caso criminal que yo no conocía, lo que quizá es lo mejor que puede pasarle a sus creadores, esa laguna del espectador. La trama empieza en Valencia, en un parking, donde un hombre es asesinado. Enseguida conocemos a su viuda y al equipo policial que investigará el crimen.
Se trata de media hora de cine pasable, de thriller netamente español. No propone el espectáculo del thriller americano ni el hiper-realismo del suspense francés, se queda en esa tierra de nadie donde los policías resultan tan neutros y las calles tan insustanciales y la burocracia tan burocrática que, irónicamente, no parece verdad. Yo creo que la única comisaría de verdad que he visto en el cine español es la que sale en Que dios nos perdone (2016), de Rodrigo Sorogoyen.
Sin embargo, la película alza el vuelo a lomos de su peripecia, de los giros de guion. De pronto, uno está muy interesado en el crimen del parking, en la viuda, en el asesino o asesinos o asesina que alguna relación debe de tener con la viuda. No voy a contarles muchas más cosas porque es una auténtica gozada ver florecer una historia tan apasionante.
Carmen Machi interpreta a la inspectora que lleva el caso, con tatuajes y como 60 años. Es la elección de casting más cuestionable. Aunque Machi sea actoralmente intocable, lo cierto es que rechina su presencia, no acabo de verla resolviendo crímenes y organizando escuchas. El resto del elenco está muy bien, particularmente Tristán Ulloa.
Y, en el centro de todo, tenemos a Ivana Baquero, a quien conocimos de niña en El laberinto del fauno y que luego casi nadie ha vuelto a ver (salvo muy sexual en Demonios tus ojos, 2017, Pedro Aguilera). Yo creo que hace el papel de su vida. Pocas veces una elección de actores me ha parecido tan feliz como la de Ivana Baquero enviudando.
Ya les he comentado alguna vez la gran estupidez que ha cometido el cine moderno: renunciar a las mujeres malas,al personaje de la mujer mala
La policía sospecha de ella, pero no sabe que esa sospecha resultará muy difícil de consolidar. La viuda es complicada, variable, adicta al secreto. Ya les he comentado alguna vez la gran estupidez que ha cometido el cine moderno: renunciar a las mujeres malas, al personaje de la mujer mala y a las historias fascinantes que giran en torno a esa maldad. De hecho, las primeras perjudicadas por este escrúpulo feminista (que hace que en una película o serie el asesino siempre sea el hombre heterosexual blanco, por defecto) son las actrices, condenadas de película en película a interpretar a mujeres que no han roto un plato nunca, buenas como el pan y que, como mucho, se enfurruñan en el tercer acto (lo que se conoce como “empoderamiento”).
Ivana Baquero desprende un erotismo descomunal en La viuda negra, y es gracias a ese erotismo como llegaremos a comprender lo que un hombre llama enamorarse. No tiene mucho misterio.
Por lo demás, al excelente guion sólo pueden afeársele algunos tópicos del cine policial, como el juez o comisario al que siempre hay que pedir de rodillas que autorice esta o aquella operación del todo evidente para el espectador, o la necesidad del diálogo humorístico en situaciones particularmente serias. Diría que su director, Carlos Sedes, se ha inspirado en algunas películas de Steven Soderbergh para sus momentos más sofisticados (escenas diacrónicas donde se mezcla el presente con el futuro inmediato, por ejemplo). No en vano, La viuda negra podía haberse titulado, más atractivamente, Sexo, mentiras y viudas de whatsapp.
El Confidencial