'Los ensayos': La mayor locura jamás vista en la historia de la televisión
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Si quieren saber cuál es la mayor locura jamás vista en la historia de la televisión, pueden ver los seis capítulos que componen la segunda temporada de Los ensayos (Max) o leer este artículo hasta el final. La demencia en sí aparece en el último episodio, pero no es seguro que puedan ustedes transitar por los cinco anteriores sin sentirse abrumadoramente incómodos. Nathan Fielder, creador del show, es un cómico; un cómico sin la menor gracia, con pinta de grabar conversaciones y disecar pájaros en sus ratos libres. Lo llaman “post-humor”.
El post-humor de Fielder originó un show con su propio nombre que aquí nos perdimos, una serie con Emma Stone que era, claro, muy desagradable (The curse), la producción de esa genialidad que es How to with... John Wilson (HBO) y, finalmente, Los ensayos, una serie a medio camino entre Jacques Derrida y MasterChef. ¿Si la basura se vuelve sofisticada, deja de ser basura? Esto se han preguntado durante décadas los pensadores franceses, en efecto.
Los ensayos, en su primera temporada, proponía una desconcertante aproximación al concepto de mímesis, jugando con las correspondencias entre original y copia. A ver, no sufran: simplemente el tipo reproducía en un hangar de HBO espacios y situaciones, para que unos pobres desgraciados ensayaran cosas que les daba miedo poner en práctica, como la maternidad o la confesión de su grado de estudios. Imaginen un chico que quiere contarles a sus padres que es gay, pero no se atreve. Fielder le ayuda, a cambio de vender su intimidad globalmente, claro. Así, recrea la casa de sus padres con todo detalle, pide a dos actores que espíen (literalmente) a sus progenitores y estudien su carácter para poder presentarse ante el hijo como si fueran ellos, y luego “ensaya” con el chico la confesión de su orientación sexual.
Estas técnicas dieron en una primera temporada de Los ensayos que tenía mucho más de la humillación de gente normal que encontramos en los talent shows y demás realities que de sofisticación francesa. A mí llegó a repugnarme.
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Sin embargo, la segunda temporada es mucho más compleja, mucho menos lesiva para el honor ajeno y, al final, la mayor estupidez que ha hecho un ser humano en la historia de la televisión.
La temporada comienza con falsos comandantes y copilotos que reproducen en una cabina de avión también falsa las últimas palabras que cruzaron de verdad comandantes y copilotos reales que estrellaron sus aviones. La famosa “caja negra”, sí. En todas estas últimas palabras (“novissima verba”, aprendimos con Antoine Compagnon que se podía llamar esto), se percibe que un motivo evidente del desastre fue que comandantes y copilotos no se entienden, el primero falta el respeto al segundo y el segundo, aun sabiendo que se van a estrellar, no advierte al primero porque le tiene miedito. Fielder decide hacer una serie en HBO para que se estrellen menos aviones.
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Los ensayos trata por tanto sobre la falta de comunicación entre copilotos y comandantes, lo que puede llevarle a usted a preguntarse: ¿y a mí qué me importa? La serie consigue que te importe mucho. De hecho, lo vuelve apasionante.
Fielder, protagonista absoluto de su propio show, hace reconstruir un aeropuerto entero, con todos los detalles, en los grandes hangares que HBO le permite alquilar. Después, llena ese aeropuerto falso de actores que imitan a pasajeros, pilotos y dependientes de las tiendas. En ese escenario, introduce a un copiloto real y le sigue para saber cómo se comporta, en qué momento pierde asertividad frente al comandante junto al que le toca volar, y cómo solucionar todo eso. La serie se alarga porque, para solucionar todo eso, Fielder acaba creando hasta un talent show musical.
También reproduce (ensaya) su propia exposición ante una comisión sobre desastres aéreos en el Congreso de Estados Unidos, frente a senadores falsos, público falso y en un escenario minuciosamente falsificado. Llega un momento en que no sabes qué es verdad y qué, HBO; quién es actor y quién, piloto; o por qué a esto se le considera comedia, dado que te ríes más o menos lo mismo que con un película de Antonioni.
Finalmente, Nathan Fielder nos sorprende: lleva dos años haciendo un curso de pilotaje de avionetas. Verlo subido a una de esas endebles aeronaves, cuyo manejo no se le da particularmente bien, genera un enorme estrés en el espectador. Pero aún puede ponerse peor la cosa.
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De pronto, Fielder ve que mejorar la comunicación entre los pilotos en cabina para reducir accidentes pasa por que él mismo pilote de verdad un avión de pasajeros y experimente “desde dentro” la tensión de un vuelo comercial con cientos de pasajeros a su cargo. ¿Puede pilotar un avión comercial un imbécil de HBO que ha hecho un cursillo de avionetas?
Sí.
Repito: sí.
Estados Unidos tiene más grietas que las empresas públicas españolas donde enchufamos queridas, y resulta que Nathan, si tiene dinero, puede sin más comprar un Boeing 737 de segunda mano con capacidad para 300 personas y pilotarlo a su antojo si no ha cobrado nada a esas 300 personas por poner sus vidas en peligro. Todo el pasaje serán actores, así que tampoco se pierde mucho si se estrella.
Esta locura cierra Los ensayos: un cómico pilotando un 737 después de un mes de experiencia en un simulador. Despega y aterriza. Extrañamente, no le metieron en la cárcel.
El Confidencial