'Los Tortuga': la vida triste, triste, absolutamente triste
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Ya saben que aquí estamos en contra de la pobreza, que consideramos un modo de vida desacertado. El pobre además no está de moda, desde que la izquierda decidió poner de moda cosas increíbles, como la apropiación cultural, el cambio de sexo o Sálvame. Ser pobre escasea, yo ya no tengo ningún amigo pobre y todo el mundo a mi alrededor va a heredar un millón de euros de sus padres. Antes parecíamos pobres porque la juventud es juguetona.
Todo esto quiere decir que Los Tortuga, que es una película sobre pobres, no le interesa a nadie. Le he puesto cinco estrellas como le podía haber puesto quince, porque ni con quince estrellas va a ir usted a verla. Es una película tan triste que deberían prohibirla en los cines.
Porque sales del cine, en Madrid, un martes, y ves enseguida las terrazas llenas, a las siete de la tarde, y todo el mundo es feliz porque no es pobre, y la gente de la película no la reconoces en ninguna de las personas con las que te cruzas. Los pobres se han ido a vivir dentro de la película o se han quedado en Pan Bendito y Usera, esperando a que alguien les plante una cámara delante y les haga miserables para siempre.
Belén Funes (Barcelona, 1984) escribe y dirige su segundo largometraje, que es una gran película que nadie va a ir a ver. Yo creo que debió de sentir mucha libertad, Belén, cuando intuyó que su película sobre familias desoladas, a fin de cuentas, iba a tener tres espectadores por sesión, así que podía hundir la cámara hasta el fondo más oscuro de la absoluta tristeza. Casi es imposible hundirse más. Cualquier película de Ken Loach nos parece una de Marvel.
Le he puesto cinco estrellas como le podía haber puesto 15, porque ni con 15 estrellas va a ir usted a verla. Es tan triste que deberían prohibirla
Los Tortuga actualiza, por desgracia, el motivo migratorio que encontrábamos en los años cincuenta (pensemos en Surcos, 1951, obra maestra del segoviano Nieves Conde), y que hoy sigue siendo filmable, con pocos cambios, salvo que puedes ser desgraciado teniendo teléfono móvil.
Empezamos modo Alcarràs (Carla Simón), con vareadores en Jaén, aceitunas precipitadas y tuppers y vírgenes. Ahí la cosa es un poco arcádica de más, de pobres semi-analfabetos que, en compensación, tienen una familia amplia y amorosa. Hay tíos, cuñados, primas. Hay, en el centro del dolor, un esposo y padre muerto, y una madre, de origen chileno, que conduce taxis en Barcelona y paga los estudios de su hija huérfana.
A la media hora, dejamos atrás el aceite de oliva y los Land Rovers y llegamos a la ciudad condal, que sale tan inhópista en Los Tortuga que le deberían quitar la subvención. No hay, en la película, un sólo plano bonito de nada, una sola cosa bonita, una sola cara bonita (salvo los ojos de Elvira Lara). Todo es cutre, alicatado, con gotelé, de pino, de plástico, viejo, sucio, feo, de mal gusto. Coches, pisos, lámparas, regalos, ropa, calles. Es un atracón visual de todo lo que nunca se ve en una película.
Es como si Almodóvar tuviera una gran depresión y filmara exactamente al contrario de como filma.
Aunque salen y hablan muchas mujeres, Los Tortuga no es cine femenino, a la moda y con metas volantes, sino cine social de cuando los pobres se valían por sí mismos para ser una historia. La película consigue, lo primero de todo, ser verdad, no parece que haya gente actuando ni señoras dejando su piso calamitoso para el plano del piso calamitoso. Los diálogos son extraordinarios. La pobreza es totalmente verdadera.
Es como si Almodóvar tuviera una depresión y filmara exactamente al contrario de como filma
Conseguido esto (nada fácil: pureza fílmica, dirían algunos), hay como una inercia condenatoria que da brío a la peripecia, como que cualquier cosa pudiera pasarles a estos desgraciados. “Todo es una ruina”, escuchamos. Las protagonistas no tienen ni la menor oportunidad de que algo deje de ser una ruina, y seguimos su día a día famélico sin esperar otra cosa que encontrarlos respirando en la siguiente escena. Es una película que te quita las ganas de vivir.
Los Tortuga muestra algunas verdades sobre ser pobre e inculto, y de campo y marginado. Una es que la familia constituye el único patrimonio de los pobres, que tienen hijos que apenas pueden alimentar, pero que al menos pueden querer. Otra verdad es que estudiar no vale para nada, si eres pobre, porque urge más pagar las facturas que acabar una carrera, y estudiando no se gana dinero. “Estudiar es antiguo, ¿para qué sirve?”, dice una prima. Irónicamente, la huérfana estudia Comunicación Audiovisual, profesión que en España sólo da trabajo a los hijos acelerados de las familias ricas. Ya declaró Nacho Vigalondo que no había conocido prácticamente a ningún director de cine español que tuviera un origen humilde.
Los Tortuga trenza migraciones varias, de Andalucía, de Chile, de Rumanía, y las dos actrices principales (Elvira Lara y Antonia Zegers) están inmensas. El problema de la vivienda se aborda directamente, pero surge de manera tan natural que no se nos antoja (como en tantas otras obras literarias o cinematográficas) fruto del oportunismo. Pero ni promocionando esta película como un filme sobre el problema de la vivienda va a ir a verla ni Dios. Hay que llenar todas las terrazas de la ciudad.
El Confidencial