'Mihura, el último comediógrafo': el estupendo homenaje que el gran cómico merecía
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Adrián Perea tiene 28 años y ha hecho uno de los mejores homenajes a Miguel Mihura en décadas. El que se merecía el gran cómico. Le ha arrebatado su lenguaje, su frescura, su dinamismo, sus juegos, su risa y ha compuesto un texto absolutamente genial: Mihura, el último comediógrafo, dirigido a su vez por Beatriz Jaén (con el acompañamiento artístico de Marta Pazos), una directora de 36 años que domina el humor, la escena, las coreografías, el colocar a un actor aquí o allá con la palabra y la entonación precisas, como pocos. La obra se puede ver hasta el 15 de junio en la Nave 10 del Matadero de Madrid y es un verdadero regalo que ofrece estos días la cartelera madrileña.
No es fácil refrescar a un clásico sin patinar y Perea lo ha conseguido. Además, a una edad muy parecida a la que Mihura tenía cuando en 1932 escribió
De esto va este montaje: cómo el dramaturgo escribió su gran obra, por qué tardó tanto en estrenarse y qué pasó después
La historia se inicia con un Mihura ya mayor -Rulo Pardo, uno de los fundadores de la compañía seXpeare, y que le da muchísimo carácter al personaje- que va recordando (con peluquín) sus inicios como dramaturgo en los años veinte. Ahí entra en escena David Castillo como el Mihura joven, muy desenvuelto y disfrutón: alguien que lo quiere en esta vida es pasárselo bien y no darle demasiadas vueltas a las cosas. Enseguida se presenta por ahí Kevin de la Rosa como empresario teatral y como el líder de una compañía de bailarinas -las girls- que ficha a Mihura para que le escriba textos como rosquillas para representar en teatrillos de tres al cuarto por toda España. De la Rosa, por cierto, está maravilloso, incluso cuando no se sabe si está improvisando o no.
Y ahí es donde empieza el carrusel cómico-festivo. Que los espectadores se suban al tren porque no va a parar. Por un lado, tenemos a las girls, que son las fantásticas Esperanza Elipe, Esther Isla y Paloma Córdoba -estas dos últimas fueron las protagonistas de Breve historia del ferrocarril español, una de las mejores comedias de los últimos años, dirigida también por Beatriz Jaén. Córdoba por otra parte se pone sobre los hombros el papel de la bailarina de la que se enamorará Mihura e Isla el de la otra enamorada… la chica del balneario de La Toja. Y este es el conflicto de este montaje… y el que desencadenará la escritura de Tres sombreros de copa que no es si no la historia de un desamor, de una imposibilidad, de una cobardía, de lo que pudo ser y no fue, pero también un conflicto de la libertad frente a los convencionalismos, de la imaginación frente al tópico y el lugar común. En definitiva, de la España vieja frente a la moderna, la fresca, la del futuro. Y todo con el prisma de lo absurdo, lo surrealista y la risa. Nada de dramas aquí. Qué bien captado por Perea.
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Esa sería la primera parte del montaje. Lo que sucede hasta llegar a 1932 cuando un desolado Mihura escribió este texto… y no fue representado: demasiado moderno, le dijeron, con un humor demasiado incomprensible, le insistieron.
La segunda parte nos lleva a 1952. Es cierto que por el medio pasa la guerra civil y los primeros años del franquismo donde la obra no entra. Y está bien que se lo salten. Mihura pasaría la guerra en San Sebastián, militó en Falange y estuvo del lado del bando sublevado, pero no importa para lo que acontece aquí, que es cómo a uno de nuestros dramaturgos más brillantes le pusieron, con su mejor texto, la tapa de la olla. Y eso le ocurrió en los años treinta y en los cuarenta, donde se ocuparía, entre otras cosas, de fundar La Codorniz.
La obra cobra un giro, pero sin perder nada de soltura. Tampoco cambia la escenografía, de Pablo Menor Palomo: un camerino, una habitación, unas cortinas, unas puertas, lo justo para entrar y salir de escena a toda prisa. Bien tirada esa cámara que nos permite ver a los actores cuando no están delante del público sino que están saludando al público de hace varias décadas.
Eran jóvenes y atrevidos y, aunque vivían en el franquismo con un teatro donde gustaba lo comercial…, querían ponerlo todo patas arriba
Entran nuevos personajes, que son los estudiantes del TEU, el Teatro Español Universitario, la compañía que había podido leer Tres sombreros de copa (sí se publicó en 1947) y que había quedado completamente entusiasmada… Eran jóvenes, eran atrevidos y, aunque vivían en el franquismo y con un teatro en el que lo que gustaba era lo burguesote y lo comercial…, querían ponerlo todo patas arriba. Por ahí aparecen nombres como Agustín González, Juanjo Menéndez, Fernando Guillén, Gustavo Pérez Puig… Se nota que a Perea también le entusiasma escribir de ellos. La única pega es que, a veces, ofrece cierta información innecesaria como, por ejemplo, recalcar que el apellido de Gema, la novia de Guillén, es Cuervo…
Estrenaron la obra en 1952 en el Teatro Español y, ya se sabe, fue un éxito, aunque duró poco: cuando fueron todos los jóvenes a verla, el público decayó y la quitaron de la cartelera. Ahora bien, tuvo 48 funciones. No muchas pueden decir hoy lo mismo en Madrid en estos tiempos de fugacidad en los que vivimos.
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Mihura quedaría, eso sí, colocado ya en el olimpo de la dramaturgia española como uno de los grandes renovadores del teatro -con mucho humor- a la altura de un Jardiel Poncela, un Alfonso Paso, un Benavente… Y aclamado por nuevos cineastas como los jóvenes Luis García Berlanga o Juan Antonio Bardem con los que escribiría Bienvenido Mr. Marshall. Entre tanta ranciedad siempre hay grietas por donde se cuela la pulsión de lo experimental, lo arriesgado y diferente. Ahí es donde dispara Perea.
Hay un lucimiento especial para la actriz Esperanza Elipe en una de las últimas escenas que comparte junto a Álvaro Siankope y Esther Isla. Una escena que demuestra la gran cómica que es y que le sirve a Perea para dar algún que otro manotazo con mucho sarcasmo e ironía. Lo mismo que hacía Mihura.
No es fácil hacer reír y no es fácil encontrar en la cartelera, donde suele abundar el drama -o la tontería- una obra donde el humor sea el gran protagonista. Es un humor absurdo, pero, como decía Mihura, es perfectamente comprensible (y maravillosamente afilado). Y si además lo riegas con un poco de ternurita ya te queda redondo. No se la pierdan que comedias con tanta gracia e inteligencia se ven pocas.
El Confidencial