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¿Abrirá por fin Morante la Puerta Grande de Las Ventas?

¿Abrirá por fin Morante la Puerta Grande de Las Ventas?

La desigual y larga feria de San Isidro termina este domingo con el mejor desenlace posible. Y no solo por la reputación tradicional de la corrida de Beneficencia, sino porque encabeza el cartel Morante de la Puebla en la plenitud de su tauromaquia y a caballo de una temporada triunfal.

Bien pudo haber abierto la Puerta Grande de Las Ventas el pasado 28 de mayo. Se lo impidió la torpeza con el descabello, aunque el balance estadístico de la tarde no contradice la relevancia del acontecimiento.

Se 'durmió' Morante con el capote en los lances de recibo al primer ejemplar de Garcigrande. Y cuajó al toro después con muletazos de inspiración, asombro y poderío. Rugieron los tendidos como solo ha sucedido este año con la hondura de Fortes y con el desmayo de Aguado. Y no se trata de desmerecer los méritos de los otros triunfadores - Borja Jiménez, Talavante, Roca, Román, Fonseca…- sino de cualificar el toreo de mayores resonancias estéticas.

Lo que hizo Morante fue provocar un 'apagón' en Las Ventas. Marcar las distancias con sus colegas y con la Historia, emulando incluso la arrogancia de Guerrita: “Primero el Guerra, después nadie. Y después de nadie, el Fuentes”, proclamaba el califa cordobés en la cima de su carrera.

Lo que hizo Morante de la Puebla fue provocar un 'apagón' en Las Ventas. Marcar las distancias con sus colegas y con la Historia

La temporada del maestro comenzaba con el estupor de su historial psiquiátrico, con la entrevista-confesión a ABC, pero se diría que la lucidez en el ruedo, la exuberancia, la inspiración representan el mejor remedio al tormento y la oscuridad. Morante de la Puebla torea mejor que nunca (y no era fácil) del mismo modo que nos ha acostumbrado a una insultante regularidad. Le valen casi todos los toros. Pisa terrenos más delicados que nunca. Y se embragueta con una verdad y una pureza irresistibles.

Está Morante para seguirlo -perseguirlo- allí donde se anuncia, para llevarle el botijo si hace falta. Y para identificar, apreciar, la historia del toreo cuando la tenemos delante. Se acuerda uno del lema de LeBron James (“We are all witnesses”, todos somos testigos). Y se explica el grado de interés que ha suscitado la segunda tarde del matador sevillano en el epílogo de la isidrada.

placeholder El diestro Juan Ortega da un pase a su segundo astado durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro en la que compartió cartel con Diego Urdiales y Pablo Aguado en la Plaza de Las Ventas. (EFE/Fernando Alvarado)
El diestro Juan Ortega da un pase a su segundo astado durante la corrida de toros de la Feria de San Isidro en la que compartió cartel con Diego Urdiales y Pablo Aguado en la Plaza de Las Ventas. (EFE/Fernando Alvarado)

Lo demuestra el precio de las entradas en la reventa. Y lo prueba la inercia virtuosa de un torero de época entre cuyas tareas pendientes destaca el contratiempo de no haber abierto nunca de luces la Puerta Grande.

¿Ha llegado el día, la hora, el minuto? Buena parte de las posibilidades dependen de los ejemplares de Juan Pedro Domecq. Decepcionó sobremanera el encierro lidiado el pasado 24 de mayo -el mano a mano de Ortega y Aguado-, pero la divisa sevillana tiene suficiente prestigio y camada para corregir su juego y predisponer el acontecimiento.

No se anuncia en solitario Morante, claro está. Le acompañan Fernando Adrián y Borja Jiménez en la estirpe de los toreros de raza y de pundonor. Gustan ambos a la afición de Las Ventas -empezando por el tendido siete- y necesitan ambos reanimar sus carreras en Madrid, pero hubiera sido más estimulante para el aficionado cabal haberse compuesto un cartel de matadores de arte. Con Ortega y Aguado, por ejemplo.

El Confidencial

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