El legado de Haroldo Conti: La prosa mágica del autor, a 100 años de su nacimiento

Se acaban de cumplir cien años desde el nacimiento de Haroldo Conti, un 25 de mayo de 1925. También en el mes de mayo, un día 5, fue secuestrado por fuerzas de Inteligencia del Ejército; nunca recuperó la libertad, integra la lista de los desaparecidos y se desconoce el paradero de sus restos. Si cada 5 de mayo se conmemora el Día del Escritor Bonaerense, recordando esta circunstancia trágica, hay poderosas razones intrínsecas para considerarlo como uno de los escritores más profundamente ligados a la provincia desde su paisaje literario esencial.
Si algún otro puede comparársele en eso, sería tal vez Benito Lynch (1885 – 1936) que representa una pampa bonaerense más antigua, la de las viejas estancias criollas, mientras que Conti nos habla de las chacras, de las localidades y las ciudades parecidas entre sí, pobladas por los inmigrantes de quienes él mismo descendía. O del vasto paisaje fluvial del Delta del Paraná, donde navegó y donde tuvo una casa.
A su madre, Petronila Lombardi de Conti, le dedica (junto a Chacabuco, el lugar natal), uno de sus más bellos cuentos, que también da título a un libro: “La balada del álamo Carolina”. Su padre, “el pelado Conti”, aparece presentado así, con su apellido y su calva, como el maestro y compañero de caza de liebres y perdices, armado de una escopeta Beretta, en el relato “A la diestra” (publicado suelto, en 1978).
Algo de ese cazador habrá quedado en su novela Mascaró, el cazador americano (1975), o en otros padres que marcan sus cuentos, desde el pescador y contrabandista de “Todos los veranos”, hasta el “loco Seretti” de “Mi madre andaba en la luz”, que pasaba horas sobre el techo de su rancho para mirar el mundo desde otra perspectiva.
En una entrevista concedida a Heber Cardoso y Guillermo Boido, Conti evoca la figura de su padre real: No solo fue su instructor de cacería, sino “un gran cuentero” que le proveyó un modelo de narrativa: “Mi padre era un viajante, un tendero ambulante y yo salía a recorrer el campo con él; se encontraba con la gente y antes de venderle nada se ponía a charlar y contar cosas. Así recibí ese hábito de contar oralmente". Ese fluido conocimiento de lo coloquial y lo popular se articula en una prosa límpida, íntima y mágica, que revela lo cotidiano con nuevos resplandores.
Haroldo Conti en el Tigre. Foto: archivo Clarín.
Conti publicó cuatro novelas: Sudeste (1962), ganadora del Premio Fabril Editores, es la lenta saga del río y de su barquero; Alrededor de la jaula (1966), Premio de la Universidad de Veracruz, se centra en la zona portuaria de Buenos Aires capital, donde Silvestre y Milo, un viejo y un niño, trabajan en un parque de diversiones. Cerca de ese empleo que los vincula con máquinas, está el Jardín Zoológico, lleno de animales presos (como ellos en la urbe) con los que Milo establece una entrañable y obsesiva conexión.
La asfixia y la desesperanza de la megalópolis retornan, recrudecidas, en la tercera novela: En vida (1971), Premio Barral, también situada en los márgenes de la ciudad que vive de espaldas a su río. Sus protagonistas son hombres adultos condenados a una subsistencia alienada de la naturaleza y de su propio ser, que buscan gratificación o consuelo en los boliches y prostíbulos del Bajo porteño.
Entre ellos está Oreste, un nombre que reaparecerá en algunos cuentos (aunque con otra historia) y en su última novela: Mascaró, el cazador americano (1975), Premio Casa de las Américas. Allí la geografía se amplía en el recorrido de un circo itinerante que llega al extremo sur de la Argentina. Sus personajes pintorescos y nómades encarnan una práctica heterodoxa de vida en libertad. El circo lleva la antorcha de la fantasía creadora a los lugares más míseros, lejanos y abandonados; reconecta a sus habitantes con sus ocultas e ignoradas potencialidades, les muestra el gozo de otra existencia posible.
Con respecto a Mascaró, es interesante señalar que en el sitio del Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti” figura el informe elevado a la SIDE por una instancia censora (Mascaró Censurado por la SIDE- CCM Haroldo Conti). El informe denota conocimientos literarios, capta la complejidad simbólica de la obra y su poder expresivo. No obstante, o por eso mismo, el censor considera que la novela contribuye a propiciar una ideología marxista contraria a la Constitución Nacional, aunque en ningún momento el texto mencione esto de manera explícita.
La casa del Tigre donde vivio el escritor Haroldo Conti. Foto: archivo Clarín.
Leída en nuestros días, Mascaró, así como la obra de Conti en general, va más allá de la dicotomía entre liberalismo (o neoliberalismo capitalista) y marxismo (sobre todo el marxismo que desembocó en un capitalismo de Estado). Si bien un impulso revolucionario atraviesa el libro, se trata sobre todo de un proceso de transformación interior antes de que una incitación a la lucha armada.
Su sustrato filosófico se relaciona más bien con el actual pensamiento de la ecocrítica literaria, con las utopías de restaurar la unidad primordial entre los humanos y la naturaleza visibles en escritores (sobre todo en escritoras latinoamericanas) de hoy, y con el poder revulsivo y emancipador del arte.
Conti defendió y practicó siempre una literatura independiente de dogmas y consignas, con su propia ética, fiel a sí misma y a su necesidad interna. Dice en la mencionada entrevista, concedida a Cardoso y a Boido: “–A veces se habla de compromiso únicamente en términos políticos, como si el escritor debiera ser solamente el portaestandarte de una causa política. (…) Mucha gente habla de revolución y olvida que las revoluciones las hacen los tipos concretos”; “la revolución empieza en el individuo, no se impone por decreto. Si en mi obra reciente, creo, aparece un mayor compromiso con lo social, eso ocurrió por añadidura, y me alegro. Pero no me lo propuse ex profeso. (…) Sigo creyendo que es una torpeza fijar de antemano el tipo de literatura que uno debe escribir. No puede haber otra preceptiva más que la que surge de la honestidad consigo mismo".
Publicó también tres libros de cuentos: Todos los veranos (1964), Con otra gente (1967), La balada del álamo Carolina (1975) y algunos otros relatos sueltos, en revistas. Los márgenes más desfavorecidos de la Capital (la villa miseria), el entrañable pueblo bonaerense como espacio recurrente de la memoria y la vida azarosa sobre el río, son sus ámbitos preferidos como cuentista.
En estos contextos, las figuras femeninas familiares (madre, tía, hermana, primas) actúan como anclas y baluartes, como guardianas del fuego del hogar (la madre campesina que “andaba en la luz”, la tía Teresa, la madre del adolescente villero en “Como un león”), también son los íconos perdurables de una belleza que sobrevive a todas las lejanías de los viajes y aun de la muerte (la prima Susana, la prima Haydée).
La casa del Tigre donde vivio el escritor Haroldo Conti. Foto: archivo Clarín.
Los varones, en cambio, encarnan la insatisfacción y el movimiento. A veces se lanzan a la aventura desmesurada, que puede ser fatal. Quieren, literalmente, volar, como Basilio Argimón (“Ad Astra”) aunque el precio sea una muerte catastrófica, o son incansables corredores como el tío Agustín, “caballo desbocado del verano” (“Las doce a Bragado”) que no se estrella, como Argimón, aunque se va perdiendo, dulcemente, en una vejez donde ya no reconoce al sobrino que lo visita, pero puede hablar con los muertos y visitar lugares hace tiempo desaparecidos.
El extravío caracteriza al varón, que se enajena de su propia vida en el laberinto hostil de la gran ciudad (Oreste, en “Perdido”, Pedro en “Mi madre andaba en la luz”), toma caminos marginales, que lo apartan de la sociedad, o es empujado a ellos (“Muerte de un hermano”, “El último”).
La profunda soledad (o ansiedad) existencial asedian a estas figuras descolocadas, inquietas, que pierden la brújula. Un cuento paradigmático en ese sentido es “Todos los veranos”. Un hombre solitario, acompañado por su perro Olimpio y a veces por su único hijo, que aún es un chico, subsiste precariamente sobre su embarcación, dejándose llevar por los ritmos de la intemperie. Quiere construir un barco (una casa móvil) como legado con su sello propio: “Un hombre como yo sin un barco como yo no está completo”.
Sin embargo, la obra queda inconclusa y ni siquiera alcanza a ponerle nombre: “Mi padre había llegado demasiado tarde y su deseo era demasiado viejo”. Su corazón, su centro, no están en su sitio: “nunca estaba allí donde estaba el resto de su cuerpo. Siempre más adelante, o en cualquier otro lugar, pero no allí".
A diferencia de su personaje, Haroldo Conti, ese eximio navegante en el río de la palabra, nos dejó su barco con la brújula y con el deseo sabiamente dispuestos.
Haroldo Conti. Foto: archivo Clarín.
Convirtió la soledad en un mundo coral transitado por los vivos y los muertos, y la angustiada fuga en un vaivén perpetuo que va y que vuelve desde la marginación y el encierro urbanos al álamo Carolina y al fuego del lar.
Se trata, en definitiva, de dimensiones complementarias, que se atraen tanto como se repelen, y que se interrogan entre sí. Porque estar yéndose (dice en “A la diestra”, su deslumbrante cuento póstumo), también es una “forma de consistir”.
Clarin