La trama fenicia: Wes Anderson dentro de su propio puzle (***)

Hace ya tiempo que Wes Anderson ha convertido su cine en ceremonia. Y como toda liturgia adscrita a una religión (aunque sea felizmente pagana) precisa de sus creyentes, sus agnósticos, sus herejes y hasta sus ateos furiosos (no vale con decir que no, hay que decirlo gritando). Sus películas, en verdad, son como puzles. Con todo lo que eso, para bien o para mal, significa. George Perec, el mejor amante de los rompecabezas, decía que el puzle es una ficción de totalidad, un artefacto cuyo sentido es tranquilizarnos y encerrarnos en un orden. O en la ficción de orden. Pero también advertía de que el puzle es una trampa: nos muestra una imagen ordenada, una unidad aparente, detrás de la cual se oculta la multiplicidad, la infinitud de opciones, el desconcierto. Pues eso es La trama fenicia, un laberíntico puzle de infinitas piezas que nos hace una vez más espectadores de la ceremonia de un universo perfecto que, en verdad, está ahí no tanto para evadirnos, que también, como para recordarnos las miserias, dudas y caos del mundo que pisamos.
Se cuenta la historia de Zsa-Zsa Korda, que no es otro que Benicio del Toro disfrazado de un magnate de los de antes (dice Anderson haberse inspirado en Calouste Gulbenkian). Es decir, igual de desaprensivo, cruel y ridículo que los de ahora, pero sin red social propia y sección fija en el telediario. La novedad, por llamarlo de alguna manera, es que por primera vez el héroe andersoniano (o andersonita) es un villano. Bien es cierto que es malvado de entrada solamente. También es nueva la descacharrante y muy envidiable recreación del cielo (o el limbo) al que acude el protagonista cada vez que está a un paso de morir. Bill Murray caracterizado de dios era definitivamente lo que nos faltaba. Más cosas evidentemente nuevas:... Pues la verdad es que no se nos ocurren.
Korda siente que tiene que dejar su legado en manos de alguien. Así que acude a su hija, a la que da vida Mia Threapleton, para explicarle el mundo, su mundo, y hacerlo sirviéndose de unas cajas de zapatos. Una por cada proyecto en marcha. Un detalle: la heredera es monja. Cuenta el director que esa misma conversación con esas mismas cajas delante la tuvieron su suegro y su mujer en su momento dado. Lo que sigue es una aventura alrededor del mundo con espías, agentes dobles (muy bien la nueva incorporación de Michael Cera), atentados funestos, obras de ingeniería monumentales, partidos de baloncesto (atentos a la actuación estelar de Tom Hanks y Bryan Cranston), bodas no muy rentables (aquí es donde entra Scarlett Johansson) y malos, pero malos de verdad (Benedict Cumberbacht). Todo ello dispuesto como, ya se ha dicho, un puzle algo más que solo perfecto.
Sin llegar, por su profundidad y delicadeza, a obras maestras como Viaje a Daarjeling o Gran Hotel Budapest,La trama fenicia resulta tan divertida en cada uno de sus capítulos (o cajas) como ocurrente, feliz y hasta sabia. El canon del autor es tan tiránico consigo mismo y con sus acólitos que se antoja complicado separar con contundencia una película de otra en el último ciclo de su filmografía. De nuevo, como en Asteroid city de forma extrema, también aquí los personajes son capaces de hacer lo que hacen a la vez que, hieráticos y muy conscientes, se cuentan a sí mismo lo que, precisamente, están haciendo. Y sus motivaciones, deseos y frustraciones coinciden con el atrezo que les rodea. El exterior es el interior y al revés. Todos los que aparecen, con Zsa-Zsa Korda a la cabeza, son a la vez los que padecen las aventuras que les arrastran y los autores del mundo que habitan: son reales de pura ficción; son una fabulación dentro de la propia fabulación que es la película en la que viven. Y así.
No es casualidad que sea ahora, en la película que más cerca está de considerarse un comentario político (resumido: el capitalismo es malo para la salud de casi todos menos para los Gubelkian y Musk del mundo) sea precisamente la película en la que, muy a su modo, Anderson nos proponga una representación de la eternidad Bill Murray mediante. De alguna forma, ahí quedan las dos almas, por así decirlo, del puzle que decía Perec: la que imagina un orden que supere este caos y la que evidencia que ese mismo caos es insuperable. La película deja para los títulos de crédito una selección-recopilación de los cuadros de la historia de la pintura que han ido apareciendo dentro de las escenas. Llegará el día en que una película de Anderson sea solo eso: una detallada explicación de las piezas que la componen sin molestarse siquiera en nada más. Wes Anderson es ya religión, y espera que no sea la única verdadera.
—
Director: Wes Anderson. Intérpretes: Benicio del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Tom Hanks. Duración: 101 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
elmundo