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Marta Wolff: la científica colombiana que se enamoró de las moscas y ayudó a resolver varios crímenes con ellas

Marta Wolff: la científica colombiana que se enamoró de las moscas y ayudó a resolver varios crímenes con ellas
Marta Isabel Wolff Echeverri es la pionera de la entomología forense en Colombia, una sofisticada herramienta de la criminalística que según los insectos que aparecen en un cuerpo logra determinar factores como el lugar donde pudo ser asesinado y el tiempo que lleva muerto. Su pasión son las moscas, les tiene miedo a las cucarachas y en España un colega trató de robarle su tesis; sus primeros experimentos fueron con un cerdo, le gusta Pink Floyd y Led Zeppelin y se enamoró de la biología por Jacques Cousteau. Esta es su entrevista en la Revista BOCAS
Durante siete meses —207 días— de 1999, la entomóloga Marta Wolff se entregó a un experimento en un pastizal apartado en la Universidad de Antioquia en Medellín, donde dejó una caja metálica con un agujero de cinco centímetros de diámetro. Adentro tenía un cerdo muerto. El animal pesaba 17,7 kilos y fue sacrificado con dos disparos, uno en la cabeza y otro en el tórax. En ese momento, Wolff se aproxima, acompañada por Alejandro Uribe, un estudiante de biología. Saben que el cuerpo entrará a una fase rígida, que se hinchará, atravesará dos fases más de descomposición y terminará siendo un atajo de restos secos. Saben que en el proceso intervendrán distintos insectos que entrarán por el agujero de la caja y devorarán el cadáver. No saben, en cambio, con certeza qué especies de insectos aparecerán ni en qué orden. Nadie en Colombia, en ese momento, tenía la información exacta. Y por eso se entregaron a su experimento. Lo primero que llega, pasados entre 15 y 30 minutos, son algunas hormigas y moscas de las familias Sarcophagidae y Muscidae, en busca de comida. Luego empieza un desfile: dos días después, otro tipo de moscas depositan sus huevos en la nariz y los ojos del cerdo. A los siete días, larvas de Calliphoridae emergen de las orejas. Entonces, el olor. Un olor como un golpe oscuro que no se va más del pelo y la ropa de los investigadores: es la presión de los gases en el intestino. También, a los siete días, avispas y otros depredadores llegan a comer las larvas de las moscas. A los trece días se suman los escarabajos y ya no huele a putrefacción. A partir del día 51 y hasta el 207 las larvas pasan a ser moscas adultas. La escena de la muerte —que para los insectos ha sido comida, sobrevivencia— concluye. Solo quedan huesos limpios. Es el primer estudio de entomología forense en el país.

La historia de Marta Wolff está en la la nueva edición de Revista BOCAS. Foto:Jet Belleza (Postproducción digital Miguel Cuervo)

A lo largo del experimento, Wolff y Uribe colectaron muestras de las especies y anotaron cada acontecimiento con la misma rigurosidad con la que los insectos hicieron su labor. Después llevaron las muestras al laboratorio del Grupo de Entomología de la universidad y, junto a otras dos biólogas, las identificaron. En total fueron 2.314 insectos, la mayoría moscas cuyas larvas empezaron a criar. No es fácil criar larvas, se necesitan condiciones y atención, pero Wolff tenía un objetivo. El mecanismo de descomposición de un cerdo se parece al de un ser humano, de manera que lo que le ocurre al cuerpo muerto de uno le ocurre al cuerpo muerto de otro, y Wolff quería precisar qué pasaba tras la muerte de una persona en Medellín.

"Lo más maravilloso de la naturaleza es el vuelo. Y los insectos volaron primero", dice Wolff. Foto:Yohan López / Revista BOCAS

Para entonces ella llevaba dos años como profesora en el Instituto de Biología de la Universidad de Antioquia donde, además de dictar clases, fundó el Grupo de Entomología y la Colección de Entomología, que hoy es una de las mejor curadas del país, con más de un millón de ejemplares. En ese momento ya era una especialista en moscas. Las moscas: la orden Díptera que, junto a las mariposas, los escarabajos y las avispas, es el cuarto gran grupo de insectos. Con frecuencia se les asocia con enfermedad, basura, insomnio, ronchas y zumbidos. Wolff no. Y no solo porque de las cerca de 150.000 especies que se han descrito muy pocas causan lo anterior, sino porque le fascinan.
Las estudió en el pregrado en Biología, en la Universidad de Antioquia. También cuando trabajó en la Dirección Departamental de Salud de Antioquia y su curiosidad por identificar las marcas que deja una picadura según el tipo de insecto, la llevó a la entomología médica, la rama que investiga los vínculos entre insectos, salud y enfermedad. Y las siguió estudiando en el doctorado en Ciencias Biológicas en la Universidad de Granada, en España, y su tesis fue sobre vectores de leishmaniasis, la enfermedad transmitida por una mosca diminuta que alberga un parásito que se instala en la piel humana.
Todo eso la preparó para recibir una llamada, también en 1999. Era César Augusto Giraldo, médico patólogo, referente de las ciencias forenses y director de la Regional Noroccidente del Instituto de Medicina Legal. Él le propuso trabajar con las larvas que aparecían en los cadáveres que llegaban al Instituto y que por lo general eran removidas con una manguera. Así empezó.
Hoy, a Marta Isabel Wolff Echeverri, de 67 años, se le conoce como pionera de la entomología forense en Colombia, una herramienta de la criminalística que se vale de los insectos para determinar el tiempo transcurrido desde la muerte de una persona.
Está en su casa a las afueras de Medellín, donde vive con dos perros que su hija menor le dejó cuando se fue a estudiar. Es una casa llena de plantas, con un laboratorio que ella armó para criar larvas de importancia forense y una colección de LP en la que Pink Floyd y Led Zeppelin tienen su lugar de honor. Dice que su trabajo no es extraordinario —ella no descubre quién es el asesino—, pero que requiere de disciplina. Ha hecho cerca de 170 dictámenes para Medicina Legal, pero prefiere no dar detalles de los casos, en parte, para proteger a las víctimas y, en parte, porque afirma que en Colombia los entomólogos forenses deberían poder participar más en una investigación. Así ocurre en otras partes del mundo en las que la entomología forense se practica desde hace siglos y ayuda a resolver asuntos como si un cuerpo fue trasladado del lugar en el que murió, si recibió sustancias tóxicas, si murió a puertas cerradas o en exteriores, en agua reposada o en movimiento.
Con una blusa de colores, el pelo corto y crespo y una facilidad para la palabra tal vez forjada durante treinta años como profesora que llegarán a su fin este julio cuando se pensione, Wolff habla de moscas, las bellas, las resistentes, las útiles, las adorables. Y eso es lo que logra: que otros las vean.
Su belleza no es inmediata. La mariposa se muestra, pero a la mosca hay que saberla ver. Necesitamos lupas para eso tan pequeño. Son fundamentales: reciclan, polinizan, participan en la descomposición de un cuerpo. Con solo dos alas, los dípteros son organismos exitosos y ecológicamente son el grupo más diverso del planeta. ¿A qué se parece una jeringa, punzante y hueca por dentro? Al pico de un mosquito. Cada mosca que uno va encontrando es increíble. Y esos colores y esa iridiscencia.
¿Entonces por qué salen tan mal libradas?
Por la parte urbana. ¿Dónde ve moscas la gente? En la casa y en la basura. Solo conocen la fracción de moscas asociadas a la descomposición. Nadie se queda mirando una flor a ver si llega una mosca y resulta que sí, su diversidad es enorme. ¿Qué hace que algunas se acerquen a la carne podrida o a una fruta en descomposición? Ellas tienen un sistema olfatorio en las antenas mucho más especializado que el nuestro, entonces perciben antes que nosotros que la basura huele maluco y para ellas la basura es un sustrato, comida para su progenie. Las atraemos, pero las rechazamos. Y, sin embargo, antiguamente representaban poder porque… ¿qué era lo primero que llegaba a un cadáver, independiente de si era bello, feo, joven o viejo? Una mosca.

Las moscas son la pasión de Wolff. Foto:Yohan López / Revista BOCAS

Wolff es alemán. ¿Quién fue el primer pariente que llegó a Colombia?
Se llamaba Raymond Wolff y llegó a Titiribí, Antioquia, en 1875. Era ingeniero metalúrgico y trabajó en las minas de El Zancudo —a mí los dípteros me persiguen—, se estableció y se casó. El abuelo mío nació en Colombia, luego se fue a Alemania a estudiar música, pero regresó, se casó con mi abuela y nació mi papá. Mi mamá es de Venecia, en el suroeste antioqueño, y ahí nacieron mis tres hermanas mayores. Después mi papá se fue a trabajar a Pasto, donde nacimos un hermano y yo. Regresamos a Medellín y nacieron otros dos hijos. Somos siete, un montón.
La disciplina. Soy muy disciplinada, pienso que es el método para lograr lo que uno quiere. Estar temprano, entregar a tiempo. Y en la parte académica, la rigurosidad. A mí me gustan las cosas sin tiranía porque no es necesario, pero sí claras y bien hechas.
Su segundo apellido, Echeverri, es muy antioqueño. ¿Qué heredó de su madre?
Mucho, mucho. Mi mamá era una mujer de un empuje impresionante. Yo creo que ella fue la mayor influencia para todos mis hermanos. Antes, el padre no se involucraba tanto en la crianza. La mamá se encargaba de todo. Venía de un pueblo, se casó rápido y acompañó a mi papá a Pasto, a otros lados. Le tocó empezar a trabajar muy mayor.
Sus estudiantes también la definen como una profesora cuidadora.
Soy muy opinadora, la verdad. Yo también soy mamá, tengo tres hijos y a mí me llegan muchachos al laboratorio tan jóvenes y pasan tanto tiempo conmigo. En el aprendizaje soy exigente, pero a la vez les digo que se sienten bien en el estereoscopio para que no les duela la espalda. Estoy pendiente de que en las salidas de campo la alimentación sea buena. Si nos toca dormir en carpa no importa, pero bien comidos, bien dormidos, y así trabajamos porque las salidas conmigo son duritas.
¿Se hablaba de insectos en su casa?
En mi casa siempre hubo animales: perro, gato, tortugas, inclusive tuvimos un gallinazo cebado en el patio, gallinas, palomas, un chavarrí. Insectos no, nada. En el colegio no nos hablaban de insectos, solo de animales grandes. Pero yo viví el fenómeno de Jacques Cousteau. Muchos somos biólogos gracias a él porque fueron los primeros videos que nos mostraron la naturaleza, eso que se veía tan lejos. No sabíamos nada de los organismos del mar, pero soñábamos con conocerlos.
Fueron un gusto que tomé en la universidad. En el curso de entomología hice un trabajo con un compañero, Julio Betancur, un botánico muy conocido que trabaja en la Universidad Nacional. Consistía en estudiar un árbol y ver qué insectos llegaban. Para mí fue increíble. Después hice mi trabajo de grado con el profesor Gabriel Roldán en insectos acuáticos. Tuve que enfrentarme a eso sin muchas colecciones de referencia, pero identifiqué a más de 50.000 individuos.
El vuelo. Yo pienso que lo más maravilloso en la naturaleza es el vuelo y los insectos volaron primero que cualquier otro organismo. Me impresiona que vienen evolucionando desde hace 400 millones de años. ¿Se imagina la capacidad de adaptación? Por eso hay insectos en todos lados. Unos toman sangre, otros líquidos de plantas, otros son capaces de perforar un fruto duro. Eso no viene de la nada, sino de la adaptación.

"¿Qué era lo primero que llegaba a un cadáver? Una mosca". Foto:Yohan López / Revista BOCAS

Algunos transmiten enfermedades. Una de esas es la leishmaniasis que usted estudió.
O el dengue, que lo transmite un mosquito, pero es porque la gente dejó agua en el florero o en una coquita en el patio. Yo trabajé con casi todas las enfermedades: malaria, dengue, leishmaniasis, Chagas y con picaduras que uno reconoce. Cuando me gradué necesitaban a alguien para un proyecto en la facultad de Medicina con vectores de leishmaniasis, entonces empecé a trabajar con Iván Darío Vélez Bernal, con quien me casé y tuve a mis tres hijos. Después entré a la Dirección Seccional de Salud de Antioquia en el laboratorio de entomología médica e hice el doctorado en España, también con vectores de leishmaniasis.
¿Cómo le fue en España como científica?
Fue un trabajo maravilloso, mucho campo, muchas colectas. Cuando estuve en el doctorado ya tenía a mi primera hija, Valeria. Ella nació aquí, pero nos la llevamos a vivir allá con Iván. Valeria tenía menos de un año y yo la llevaba al laboratorio los sábados y los domingos porque no tenía quién la cuidara. La sentaba con una caja de colores mientras yo trabajaba. Entonces nos llamaban sudacas, pero quizás ser blanca, pelirroja y tener este apellido me blindó, y eso es injusto porque son cosas que uno no elige. La única dificultad que tuve fue que me quitaron una parte de mi tesis para entregársela a una persona que llevaba allá más años. Y eso lo hizo un hombre.
Yo llegué un día a trabajar con unas cepas y me encontré una cadena con un candado. De pronto él pensó que al ser mujer y extranjera yo era más vulnerable. Igual nos defendemos. Hice las denuncias respectivas, al señor lo degradaron de su trabajo y yo pude graduarme.
De esos años surgió un hito en su carrera: la terapia larval.
Todo está ligado a la entomología médica, a comprender que los insectos están asociados a una dinámica de salud y enfermedad. Cuando la gente consume algo descompuesto se enferma. Las moscas no. Ellas evolucionaron su sistema digestivo de manera que se alimentan de carne descompuesta llena de bacterias mortales para los vertebrados, pero su materia fecal es estéril, no hay una sola bacteria. Por eso se hace terapia larval. La larva de la mosca se come el tejido descompuesto y como tiene un montón de enzimas digestivas inyecta saliva que ablanda y limpia la úlcera de un humano. Es menos doloroso que un bisturí y mucho más efectivo.
Cuando regresó a Colombia continuó con la entomología médica y entró a la Universidad de Antioquia. ¿Cuándo supo que quería ser profesora?
Desde que estaba en la Seccional de Salud de Antioquia, porque muchas personas llegaban con preguntas. Que me picó un bichito, que en mi casa vi un animalito así. Llamaban por teléfono y a mí me gustaba responder. En el laboratorio le decían “La línea de Marta”. Yo les decía: “Descríbamelo”, “No lo mate, sáquelo así”, o “Esa picadura es típica de tal”. Siempre me ha gustado enseñar, pero no empezó con la docencia con estudiantes, sino con personas de la calle. Después se presentó la convocatoria de la universidad.
Al tiempo usted empezó una investigación inédita en el país. ¿Qué es la entomología forense?
Es la interacción o el uso de los insectos como herramienta para encontrar información y resolver situaciones. Hay varias líneas. Una es la criminalística, ahí uno puede utilizar un insecto para estimar el intervalo post mortem. Otra línea tiene que ver con alimentos almacenados en los que aparece un gusanito y uno mira cuál es el origen. Y otra con viviendas donde hay, por ejemplo, termitas. En entomología forense uno reconstruye un suceso para entender qué pasó, para decir: “Esto viene de acá”.
Usted trabaja las tres líneas, pero sobre todo la criminalística.
Yo venía con las mosquitas de la leishmaniasis y estaba recién entrada a la universidad. Fue por ahí en el 99 que empezamos a incursionar en eso y a ver material en el estéreo para identificar las especies.

"A un cuerpo infestado con larvas lo lavaban con manguera antes de hacer la necropsia”. Foto:Yohan López / Revista BOCAS

¿Con qué se encontró al inicio?
En entomología forense uno trabaja con larvas de moscas que se colectan y crían, pero en Colombia no sabíamos cuáles eran las especies de moscas que se alimentan de cuerpos de vertebrados. No había ese trabajo, ni ejemplares en colecciones. ¿Qué se hacía antes? A un cuerpo infestado con larvas lo lavaban con manguera antes de hacer la necropsia.
¿Por qué llegan moscas a un cadáver?
Son las primeras que llegan al cuerpo de cualquier animal muerto, puede ser una persona, un orangután o una ardilla. ¿Por qué? Apenas empieza a descomponerse, el cuerpo genera unos gases sutiles que las personas no percibimos, pero las moscas, que siempre están patrullando, captan el olor en el aire. Esas primeras moscas, que por lo general son de una familia muy linda que se llama Calliphoridae, metálicas verdes, azules y violetas, llegan al cuerpo y buscan las regiones más blandas y las cavidades para que las larvitas estén protegidas de otros animales y del sol y no se resequen. Nuestras cavidades son la nariz, las comisuras de la boca, el lagrimal de los ojos, y si la persona no está vestida, la región anal. Inmediatamente ellas ponen huevos o depositan larvas. Del huevo sale una larvita que mide dos milímetros y que empieza a alimentarse de carne. Un cadáver es carne.

“La herramienta de los insectos en criminalística es enorme y la estamos desperdiciando". Foto:Yohan López / Revista BOCAS

Y luego aparecen otros bichos…
Las larvas empiezan a alimentarse y a ablandar más los tejidos para que lleguen, por ejemplo, escarabajos. También durante la descomposición y por el trabajo de las moscas salen líquidos con sales que atraen a abejas, mariposas y hormigas. Llegan montones de bichos a comerse las larvas o a alimentarse del cuerpo, y las moscas hacen que ese cuerpo sea más provocativo. Lo preparan para otros hasta que solo quedan la piel y los huesos.
Entonces interviene usted como entomóloga forense y ¿qué hace?
Lo primero es coger las larvas de las especies pioneras, o sea, las primeras que llegan y que manda Medicina Legal. Una parte la coloco en carne en un tarrito con malla y las crio hasta que salga la mosca adulta que me va a servir para reconocer la especie. A la otra parte la fijo, suspendo su crecimiento, y las guardo en alcohol. Esas son las que voy a utilizar para calcular el intervalo post mortem. Para llegar a eso tengo que recibir información de la necropsia y hacer un montón de estudios previos para relacionar la morfología de la larva (en alcohol) con la del adulto (criado). A partir de las larvas que crío hago curvas de crecimiento y yo sé que para tener dos milímetros una especie que ya he identificado necesitó dos horas, para cinco, ocho horas, y para doce, que es la larva madura, 20 horas. Entonces puedo ir a un juzgado y decir con sustento —y no porque me parece— que una larva que se encontró en un cuerpo probablemente tenía cinco horas, cinco días o tres semanas.
¿O sea que más que sobre la hora de muerte, su dictamen es sobre el tamaño de la larva?
Yo no puedo decir: ‘Lo mataron a las tres de la tarde’ porque eso no lo sabe sino el que lo hizo, pero, basada en evidencia científica, puedo dar un aproximado de que esa larva necesitó tantas horas para tener un tamaño y luego sí se extrapola. Eso puede ayudar a que un fiscal resuelva. Es una pieza más en un caso.
Pero el asunto se complica porque los datos cambian según el lugar.
Porque no es solamente el insecto, sino el insecto y su ambiente. Hay unos genéricos, pero hay especies propias de ciertos ambientes. Hay especies propias de Bogotá. ¿Qué pasa? Se encuentra un cuerpo en Puerto Berrío, pero con una mosca de Bogotá. Esa mosca me está diciendo que el cuerpo fue trasladado. Con los estudiantes identificamos las especies que llegan a cuerpos en descomposición en distintas zonas del país. Trabajamos desde los cero metros en bosque seco hasta en páramos como el de Chingaza.
Su identificación de las especies en Medellín es un trabajo pionero en la entomología forense colombiana. ¿Cómo fue el experimento con el cerdo?
El modelo para trabajar forense es el cerdo porque somos muy similares en algunas cosas. En un cadáver lo primero que crece son las bacterias que generan gases, por eso el cuerpo se hincha. Con los cerdos tenemos más o menos el mismo mecanismo de descomposición de las bacterias y compartimos la biota intestinal. En Medellín trabajamos con un cerdo de casi 18 kilos. Fue con todos los permisos. Con Medicina Legal conseguimos un policía que le dio un tiro e inmediatamente empezamos a muestrear. La idea era revisar todos los días qué le pasaba al cerdo, qué iba llegando. Todo se guardó en alcohol para hacer las crías.
Fueron siete meses haciendo ese experimento, ¿cómo soportaban el olor?
Yo les digo a los estudiantes: “Si trabajáramos con rosas olería a rosas. Como trabajamos con carne descompuesta, pues huele a carne descompuesta”. Así de simple.
¿Cómo es eso de que una mosca detecta si en un cuerpo hay veneno o drogas?
Si hay envenenamiento o sobredosis, eso se acumula en una parte de la larva que se llama cuerpo graso y en la piel por dentro, entonces cuando ella va mudando a medida que se alimenta y crece, uno puede recuperar las pieles y saber qué químico tenía el cuerpo. Se llama entomotoxicología. Cuando el cuerpo está muy descompuesto y ya no se puede sacar sangre ni orina, el insecto está ahí.
¿Recuerda un caso forense que la haya impactado?
Hubo uno muy duro de una niña de seis años. A mí siempre me ha gustado estudiar la marca que deja un insecto en la piel, eso también es entomología forense. A un cadáver llegan las moscas y otros organismos que comen superficialmente y dejan una lesión parecida a una quemadura de cigarrillo o ácido. Entonces me llegaron las fotografías del caso de esa niña.
Tiraron el cuerpo a un solar y rápidamente llegaron las hormigas que empezaron a morder la piel y dejaron marcas rojas. El tema era que pensaban que la niña había sido quemada con cigarrillo antes de morir. Pero fueron las hormigas. En ese momento yo también tenía una hija de seis años y me conmoví profundamente.
¿Y cómo se encara la muerte?
Yo tuve esa pregunta al principio, le pregunté a Mark Benecke —entomólogo forense alemán— y él me dijo una cosa que es literal: en un cuerpo muerto no hay expresión. Un cadáver es inexpresivo.
¿Una vez tiene el dictamen, qué sigue: lo pasa a Medicina Legal y ellos a la Fiscalía?
¿Y participa en el resto de la investigación?
Desafortunadamente en Colombia no se participa más. Uno va a un juzgado a dar el dictamen, pero no me gusta mucho por el tema con los humanos. Usted se encuentra con las dos familias y las dos están tristes. Si yo pudiera hacerlo sin tener que enfrentarme a eso seguiría, pero se ve el dolor y además uno queda expuesto. Yo apoyo al que me busca para forense porque me parece importante, pero la tristeza es que todo se centralizó.
Yo apoyé a Medicina Legal en Medellín y con ellos hice más de 170 dictámenes. No iba a escenas, pero me mandaban las larvas. Trabajamos así hasta que Medicina Legal dijo no más, que todo lo iban a mandar a Bogotá. En este país hay poca gente formada en entomología forense y encima se centralizó.
¿Cuál es la situación ahora?
No mandan muestras o ya no las recogen. Antes siempre recogían y yo permanentemente recibía larvas vivas que mantenía en el congelador del laboratorio. Entonces qué pesar, porque hemos hecho una investigación de años y tenemos una colección de referencia inmensa, pero estamos detenidos. Estamos en un punto muerto porque Medicina Legal cerró eso. ¿Por qué? No sé.
La herramienta de los insectos en criminalística es enorme y la estamos desperdiciando. Mire las fosas comunes. En las fosas hay dípteros cuyas larvas pueden profundizar hasta dos metros para encontrar un cuerpo. Esas larvas podrían datarle a uno cosas, ayudar a terminar de cerrar una situación o a comprender nuestra historia social. Pero la borraron de la nada porque a alguien no le gustaba o porque qué maluco trabajar con gusanos.
En la universidad ustedes han dictado cursos y talleres de entomología a fiscales, policías y médicos forenses. ¿Hay receptividad?
Muy buena. La gente quiere aprender para resolver más rápido. La dificultad está en la parte institucional.
Su trabajo está apoyado en la Colección Entomológica que el grupo ha ido armando. ¿Por qué es importante?
Cuando llegué como docente necesitaba herramientas para trabajar, entonces fundé el grupo de investigación, el laboratorio y la colección. Es una colección patrimonial y nuestro trabajo es cuidarla. Cada insecto es un tesoro, una evidencia y una ventana al pasado y al futuro porque advierte lo que va a pasar si su ambiente es alterado.
¿Hay alguna mosca particularmente querida en la colección?
Tenemos un individuo lindo, la Batrachophthalmum quimbaya, que tiene los ojos alargados. Es rarísimo, solo conseguimos un machito en un bosque que tenía más de cien años de conservación en el Quindío, donde nadie lo tocaba. Él tiene exigencias altísimas y está diciendo: ‘esto es un ambiente frágil y yo soy su representante’. No lo volvimos a encontrar.
Sus colegas la definen por su persistencia, por ejemplo, para emprender el primer y monumental Catálogo de dípteros de Colombia. ¿Cómo fue?
Fueron las ganas de mostrar, de posicionar un grupo que ha sido mirado despectivamente por el desconocimiento. Fue un trabajo titánico que nos permitió hacer un levantamiento de lo que había en el país para decir: “No solamente tenemos escarabajos lindos, sino unas moscas espectaculares; acá está el listado”. Y que la gente se anime a ver que el mosquito no es solo el del dengue y la mosca la de la basura, sino que en Colombia tenemos más de 3.000 especies y la mayoría son de los bosques.
¿Ha sufrido machismo como mujer científica?
Lo he sufrido, sí, y en mi trabajo en la universidad. Los hombres nos apartan, pero también hay mujeres que le consultan a un hombre, aun cuando saben que es otra mujer la que conoce del tema. Sigue pasando: le preguntan a un hombre sobre mosquitos o entomología médica conmigo al lado, porque necesitan una figura masculina, independiente de si es su área o no.

"Me pensiono", dice Wolff, "pero tengo un laboratorio en mi casa". Foto:Yohan López / Revista BOCAS

Profesora, usted anunció su jubilación, ¿es oficial?
Sí, a partir del 1 de julio me pensiono.
Seguir trabajando con el grupo. Monté un laboratorio en mi casa porque durante la pandemia tuve estudiantes de doctorado, maestría y pregrado. Tengo los equipos, puse cámara en el estéreo, tomamos fotos, sacamos publicaciones. La idea es pasar más tiempo con mis hijos. Cuando me divorcié eran muy pequeños, y si el papá no podía llevarlos ellos iban conmigo al laboratorio sábados, domingos, vacaciones. Ahora son adultos y queremos estar juntos, pero también voy a seguir produciendo porque tengo muchas cosas pendientes.
Estamos en un proyecto liderado por belgas que se llama ‘El árbol de la vida’. Lo están haciendo en Suramérica: buscan un árbol en cada país que sea muy antiguo, grande y conservado y estudian desde las raíces hasta la última hoja. También los insectos, aves, hongos y líquenes. En Colombia encontraron ese árbol en Putumayo y nos invitaron a buscar los dípteros.
Además está su finca, la segunda casa del Grupo de Entomología.
Ay, sí, fue una cosa maravillosa que sucedió en el 2003. Yo la conseguí con una plata que me prestó mi mamá y me fui con el grupo más maravilloso, los muchachos del laboratorio. Cada diciembre hacemos el sancocho de final de curso allá. Hicimos una sembratón y ya tenemos un bosque que fue declarado Reserva Natural de la Sociedad Civil. La región está acabada por la agricultura, el agua contaminada, la caza, pero hicimos un pequeño refugio.
¿Cómo se llama la finca, ahora reserva?
Le pusimos ‘La mosca’, por obvias razones.
Para terminar, ¿es verdad que les tiene miedo a las cucarachas?
¡Pánico! Sobre todo a las de las casas. Y eso que el especialista de Colombia en cucarachas, Andrés Vélez, se formó con nosotros en el grupo. Pero sí, qué pesar, ¡me da una cosa!
La historia de Andrea Montañez

La entrevista con Andrea Montañez es la portada de la nueva edición de Revista BOCAS. Foto:JET BELLEZA (POSTPRODUCCIÓN DIGITAL MIGUEL CUERVO)

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