Negro argentino: La mirada incómoda de Seselovsky sobre el mestizaje en Argentina

Alejandro Seselovsky venía pensando en la voz. No en la suya –aunque algo de eso también–, sino en la del otro, en la de los otros, en las que atraviesan historias, zonas, linajes. El resultado fue su tercer libro, uno en el que tan a propósito como sin querer, terminó retratando la condición argentina. Lo publicó la editorial Orsai en enero de este año y ahora, además, ese pensamiento inicial está tomando forma de espectáculo teatral en Paseo La Plaza. Iba a ser la presentación, el sábado 3 de mayo a las 22.30, pero al final está siendo el inicio de una nueva aventura que si sale bien hasta podría salir de gira por el país.
Seselovsky estaba releyendo las crónicas que fue escribiendo desde 1991, cuando publicó su primer texto en el diario Clarín, a los 20 años. El conjunto, un corpus enorme, variopinto y prolífico, fue armándose a lo largo de tres décadas en distintos medios, que van desde revistas como Gente, Rolling Stone, Orsai o Gatopardo hasta elDiarioAR y La Agenda, entre otros. Ahí estaba, reiterada, esa palabra: “negro”. Una marca que volvía, una pregunta sin resolver. La edición y las ansias de hacer siempre algo nuevo, como pulsión curiosa, pero también porque hay que ganar el sustento, tomó su segunda forma: el libro Negro argentino.
“En el último fondo de la voz Negro, ahí donde la palabra cuece el sentido, hay un desajuste crucial: el negro argentino no es un afrodescendiente. Es decir, el negro argentino no es negro. Es morocho. Mestizo. Indio. Amerindio. Un negro más o menos en un país sin negros de autor”, escribe.
En ese texto de contratapa, Seselovsky explica esa “razón pigmentaria” que se construye con cariño en “la Negra Sosa, el Negro Olmedo, la Negra Poli, la Negra Vernaci, el Negro Lavié”, pero también en el reverso lacerante, el de “negro villero, negro cabeza”. Remata esa idea con una declaración personal, de principios humanos y periodísticos: “No tengo problema. Soy todos los negros argentinos que haya que ser”.
El libro compila quince crónicas escritas entre 2004 y 2023 –más ocho relatos inéditos– que el autor vuelve a leer con la lupa puesta en esa palabra que en la Argentina es adjetivo, sustantivo, insulto, apodo, pertenencia, estigma y a veces todo junto.
Negro argentino, sin embargo, no es exactamente una antología. Son escenas de un autor que prefiere ensuciarse con lo real antes que especular con la pureza. Cuenta su historia personal –la búsqueda de su madre biológica, el vínculo con la adoptiva– y laboral, pero tampoco es una autobiografía.
El conjunto, por su orden, tiene también algo de novela sin ficción. Hay una estructura. Como en Generación X, de Douglas Coupland, las historias que se narran no son tanto una trama, sino un clima, un estado de época, un modo de habitar el mundo.
El libro Negro argentino es un poco todas esas cosas. Como si después de tantos años de ir y venir por los bordes del mapa –geográfico, simbólico, afectivo–, Seselovsky hubiera decidido sentarse a trazar una forma. No definitiva, pero sí certera. Un contorno para que delimita una identidad imposible de fijar: la argentina.
La cartografía que arma es la de un lugar desde donde mirar al país sin explicarlo. Entre una pelea de dos ex top models en la a tele y la disco conurbana, Seselovsky mira, escucha y muestra, con aventuras y personajes, historias a veces divertidas, otras sórdidas, por momentos emocionantes y siempre vívidas.
Alejandro Seselovsky nació en Rosario, Santa Fe, en 1971. Es periodista. Se crió y vive en Buenos Aires. Es padre de dos. También hijo de una dupla: la madre de crianza y la biológica, que un día buscó y nunca encontró. Es cronista. Trabajó para casi todos los medios: grandes, chicos, nacionales, de afuera. Es escritor. En 2005 publicó su primer libro, Cristo llame YA!: crónicas de la avanzada evangélica en la Argentina, y en 2011 TRASH - Retratos de la Argentina mediática.
“Tardé 20 años en hacer esas 15 notas. La primera es de 2004 y la última, del año pasado”, dice para explicar el proceso de selección con que armó Negro argentino, donde reformula sus curiosidades –¿obsesiones?– de siempre.
Hay una manera de mirar, y de escribir, que podría llegar a definir a Seselovsky. Se construye con el ojo indiscreto del chusma, el oído del periodista y la paciencia del narrador. Martín Caparrós es maestro en el arte de decir “yo” sin que eso signifique hablar de sí mismo.
Alejandro Seselovsky. Foto: redes sociales.
Seselovsky es parte de esa escuela con una prosa personal en donde su singularidad no se impone, sino que acompaña. Incluso en los textos en los que narra su propia historia, nunca está primero. Aparece, sí, para ser un “todos” (o al menos un “muchos”). O tiene sus cameos en pistas cuarteteras, locales de fichines marplatenses, en la fila del aeropuerto de Barajas donde lo deportan por “sudaca”, en una peregrinación con Damas Gratis por el conurbano.
Las crónicas que salieron en medios primero y el libro después no son necesariamente sobre el racismo, pero sí es un material que explora, en historias, un sistema de representaciones que se construye sobre eso que el autor captura y define como “el negro argentino”. Desde ahí, en el armado autoral de casi 300 páginas, hace un mapa de lo mestizo. No el de las categorías: el de los cuerpos que se mueven entre esas casillas.
“Yo, por lo menos, no tengo la posibilidad de dedicarme a los libros. Hay un tema económico determinante que imposibilita escribir por fuera del trabajo, que es hacer notas. Mi forma de escribir libros es reconstruyendo y resignificando una cantidad de notas y que entre todas produzcan un nuevo valor. Y ese valor es el libro”, reflexiona. Es inquieto, Seselosky. No para. Entonces lo que iba a ser la presentación de Negro argentino –el autor, el público, un brindis– terminó siendo una experiencia teatral.
No es algo que no se haya hecho antes, viene pasando esto de que el escritor salga a leer y/o poner el cuerpo y la cara en un teatro, frente a una platea. Lo hizo Mariana Enriquez con No traigan flores, lo hace Cristian Alarcón en Testosterona. En la cola de esa estrella que fulgura se anota ahora Seselovsky.
“Llevar esas historias que fueron notas sueltas y después un libro a un escenario, y convertirlo en una pieza para-teatral, es algo que todavía no sé bien cómo se hace. Ahora mismo vengo de un ensayo. Nos juntamos con el guitarrista, el chico que hace video-arte, el productor y el que parece que va a ser el director. Yo creí que iba a leer textos, pero ya no sé, no entiendo nada”, confiesa entre risas.
Negro argentino, el libro que ya está en el mundo –y la puesta escénica, que sigue en la búsqueda de su forma–, trae un asunto para pensar: escribir, si se hace por necesidad y pulsión, porque no se puede hacer algo más, no es traducir la realidad en palabras. Es ir a buscarla. Donde está. Aunque duela. Qué forma tiene.
Aunque incomode. Seselovsky, que no le teme, más bien le encanta, a la inquietud, dice: “No sé si sigue este material a futuro o queda acá. No sabía que estaba produciendo un libro cuando hacía las notas de a una. No pensé, cuando producía el libro, que iba a presentarlo como espectáculo. Este es un país muy difícil para saber cosas. Todo se va viendo, y resolviendo día a día. Mañana vemos”. Y se ríe.
Negro argentino, de Alejandro Seselovsky (Orsai).
Clarin