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Una lección para el presente: el día que Roma cruzó la línea roja

Una lección para el presente: el día que Roma cruzó la línea roja

En una reciente conferencia, el secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, subrayó que su país había tomado muchas decisiones, en las décadas precedentes, que no habían tenido en cuenta las necesidades reales de la nación. Producto de esos errores, EEUU sufría debilidades estratégicas, especialmente en lo referente a la capacidad productiva, y estaba sumido en la desarticulación social. “Permitimos muchas cosas y permitimos que otros países se aprovechasen de nosotros”, se lamentó Rubio. Tiene razón en el sentido de que el régimen global que se instauró, y en cuyo centro estaba EEUU, socavó elementos que eran precisos para que la hegemonía de su país se mantuviera y para que sus ciudadanos pudieran gozar de un nivel de vida razonable. Pero no la tiene al señalar a otros Estados. EEUU miró hacia otro lado mientras su economía se deslocalizaba porque a sus élites les resultaba conveniente: la globalización les aportó ingresos enormes. Quizá otros países, y sobre todo China, sacaron partido de la era global, pero las élites estadounidenses fueron las más beneficiadas.

Lo que le ocurrió a EEUU tras la desaparición de la Unión Soviética fue muy similar a lo que le sucedió a Roma tras la caída de Cartago. La desaparición de la potencia rival dio paso a la hegemonía completa de los romanos sobre el mediterráneo, lo que supuso la incorporación a su dominio de territorios fértiles y ricos, la captación de grandes cantidades de capital y la captura de muchos esclavos que sirvieron de mano de obra. Esto pudo traducirse en fuente de bienestar material para los romanos, pero ocurrió lo contrario: produjo una enorme desigualdad que estuvo en el centro de las tensiones de un largo siglo, el que tardó en caer la república romana. La riqueza, en lugar de beneficiar al conjunto de la ciudad, fue acumulada por unas élites que se hicieron más poderosas y terminaron deshaciéndose entre disputas.

El nieto de Escipión

Según afirman algunos historiadores, el joven militar que fue el primero en escalar los muros de Cartago, Tiberio Sempronio Graco, fue también el primero en abrir las grietas de la ciudad hegemónica. Tiberio, hijo de Cornelia Africana, nieto de Escipión el Africano, fue estrictamente formado por su madre para que hiciera honor a su origen. Le estaban destinadas grandes metas y fue educado para alcanzarlas. Sin embargo, y a pesar de haber destacado por su valor e inteligencia, o probablemente a causa de ello, se granjeó enemigos entre la aristocracia romana. Cuando emprendió carrera política y fue elegido tribuno de la plebe, en el año 134 a.C., todo comenzó a torcerse. Nada salió como los Gracos esperaban.

La enorme producción literaria sobre Roma, que en los últimos años continúa bien viva, ha prestado escasa atención a los Gracos, tanto a Tiberio como a Cayo, su hermano menor, a pesar de su importancia. Dos novelas recientes, Ingrata Patria, de Elvira Roca Barea y Tiberio Graco, tribuno de Roma, de Luis Manuel López Román (segunda parte de Tiberio Graco, tribuno de las legiones) mitigan esa ausencia.

La república mostraba signos de debilidad interna que un noble como Tiberio Graco intentó solucionar. Los senadores se lo impidieron

Roca Barea apuesta por una narración epistolar centrada en Cornelia, la madre de los Gracos. Más que desmenuzar las tensiones sociales de la época, prefiere reivindicar una figura poco conocida y profundiza más en los personajes que en los hechos. La de López Román es más minuciosa en lo que se refiere a Tiberio y todo lo que le rodeó. Por un camino u otro, ambas dan cuenta de una etapa de la historia romana que fue más relevante de lo que parece.

El momento

La explicación del declive romano, para Roca Barea, radica en la transformación que sufrieron sus ejércitos. Estaba conformados por propietarios de tierras que combatían unos meses al año, ya que las guerras solían producirse en lugares relativamente cercanos. Pero la expansión de Roma obligó a conformar ejércitos que peleaban en territorios foráneos, a veces durante varios años. Esas ausencias prolongadas causaron la ruina de muchos soldados, que regresaban mucho tiempo después a unas tierras descuidadas o que habían sido adquiridas por terratenientes sin escrúpulos que se aprovechaban de la lejanía del pater familias. El efecto lógico fue que a Roma le era difícil reclutar soldados. Todo ello ocurría en un momento de concentración de tierras y de riquezas, de escasez de medios de vida por la llegada de los esclavos y de migración de la población hacia la ciudad.

La aristocracia romana no quiso ceder: estaba dispuesta a todo para conservar su poder

La república mostraba signos de debilidad interna que un noble como Tiberio Graco intentó arreglar con una medida que solucionase los dos principales problemas al mismo tiempo. Tiberio logró aprobar una reforma agraria cuyos objetivos eran evitar la concentración de la propiedad, permitir a los pequeños propietarios ganarse la vida y repartir tierras públicas entre romanos con escasos recursos. De esta manera, el ejército tendría soldados y Roma mayor cohesión social. Sus reformas, que tenían un propósito de estabilización, fueron percibidas como un desafío intolerable por los senadores. Tiberio (y más tarde Cayo) fue señalado como un aspirante a tirano y como enterrador de la república. Los Gracos contaron con el apoyo de campesinos, artesanos, comerciantes o trabajadores urbanos, pero la fuerza real estaba en manos de los senadores. La aristocracia romana no quiso ceder ni un ápice: estaba dispuesta a todo para conservar su poder. El trágico final de los hermanos fue la consecuencia de esa negativa.

Los senadores consiguieron su propósito, pero hicieron más profunda una herida que ya no pudieron cerrar. En lugar de solucionar las disputas políticas mediante arreglos institucionales o con castigos como el exilio, traspasaron la línea roja. El carácter ejemplar que quisieron dar al asesinato de Tiberio convirtió al Graco en un mártir para los plebeyos que le habían apoyado. Los senadores no habían combatido una posible dictadura, sino que habían acabado con cualquier confianza en el sistema: con el cuerpo de Tiberio, arrojaron al Tíber todo el poder simbólico de las instituciones romanas. A partir de entonces, quien osaba desafiar el poder de los aristócratas sabía que la violencia estaba al final del camino y obraba en consecuencia.

Roma se sumió en una época de desórdenes habituales y atravesó matanzas, revueltas de esclavos, todo tipo de elecciones fraudulentas y varias guerras civiles hasta la conversión de la república en imperio.

Es difícil no extraer algunas lecciones para nuestro tiempo. Regresar a la historia de los Gracos es útil porque en ella se sitúa el momento en que la república se resquebraja. La negativa de las élites a introducir cambios en la estructura de poder y en las condiciones materiales de los ciudadanos romanos fueron la causa esencial de que los problemas fueran reproduciéndose y acentuándose. La falta de flexibilidad de los regímenes políticos causada por el cierre de sus élites es una causa frecuente de su declive y de su desaparición. Occidente está en un momento similar: analizar las dificultades que atravesó la república romana y las malas soluciones que se adoptaron es una fuente de enseñanzas para el presente.

En una reciente conferencia, el secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, subrayó que su país había tomado muchas decisiones, en las décadas precedentes, que no habían tenido en cuenta las necesidades reales de la nación. Producto de esos errores, EEUU sufría debilidades estratégicas, especialmente en lo referente a la capacidad productiva, y estaba sumido en la desarticulación social. “Permitimos muchas cosas y permitimos que otros países se aprovechasen de nosotros”, se lamentó Rubio. Tiene razón en el sentido de que el régimen global que se instauró, y en cuyo centro estaba EEUU, socavó elementos que eran precisos para que la hegemonía de su país se mantuviera y para que sus ciudadanos pudieran gozar de un nivel de vida razonable. Pero no la tiene al señalar a otros Estados. EEUU miró hacia otro lado mientras su economía se deslocalizaba porque a sus élites les resultaba conveniente: la globalización les aportó ingresos enormes. Quizá otros países, y sobre todo China, sacaron partido de la era global, pero las élites estadounidenses fueron las más beneficiadas.

El Confidencial

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