Los eclipses que van a oscurecer España iluminarán los misterios de la corona solar

Danilo Torres apunta con su móvil al horizonte en una llanura en medio de Castilla y León. En la pantalla, la aplicación de realidad aumentada le muestra a qué altura estará el Sol el 12 de agosto de 2026 a las 20:29. Y es que el primero de los grandes eclipses que se podrán ver en España en los próximos dos años ocurrirá al final de la tarde. En agosto el ocaso no ocurre hasta casi una hora después, pero a Torres le preocupa que el sol estará muy bajo —en muchos lugares de la banda de totalidad, a menos de 10 grados sobre el horizonte—, y una casa o un árbol pueden frustrar las observaciones. Sin embargo, al mirar la pantalla, comprueba con satisfacción que el paisaje frente a él estará totalmente despejado.
“Hace más de un año que vi este lugar por internet y tenía la intuición de que nos podía servir, pero faltaba revisar la visibilidad para el eclipse”, explica sin esconder su entusiasmo por el lugar, que por lo demás es ideal como centro de operaciones. Es una casa rural en el pueblecito burgalés de Padilla de Abajo, y tiene espacio suficiente como para desplegar las tiendas de observación y alojar a una docena de científicos en sus instalaciones. La casa también cuenta con piscina, algo que Torres sabe que los investigadores agradecerán para afrontar el calor del verano castellano.
El chileno Danilo Torres es el encargado de logística de Solar Wind Sherpas, un grupo internacional de científicos que viaja por el mundo para observar eclipses totales. A su lado, en Padilla de Abajo está la profesora Shadia Habbal, investigadora de la Universidad de Hawái y líder del grupo. Su visita a nuestro país sirve para preparar el terreno para observar los eclipses totales de 2026 y 2027, que serán visibles desde España. Durante los próximos días visitarán posibles emplazamientos, conversarán con alcaldes y otras autoridades, e intentarán atar todos los cabos posibles para que nada quede al azar.
Sin embargo, por muy meticulosos que sean, hay cosas que escapan a su control. “De las más de 20 expediciones que llevamos realizadas desde 1995, cerca de un 40% se han frustrado por culpa de las nubes”, dice Habbal. Esta investigadora sirioestadounidense es experta en el estudio de la corona, la capa más externa del Sol. En condiciones normales, no se puede ver desde la Tierra, ya que el centro del Sol es muy brillante y oscurece lo que ocurre en los bordes. Pero, durante los eclipses totales, la Luna bloquea los rayos del disco solar, y la corona surge como un misterioso halo luminoso.
Misterios encadenadosConocida desde hace siglos, la corona se empezó a estudiar de forma más detallada a partir del siglo XVIII, con las primeras expediciones astronómicas durante eclipses. Y, aunque desde entonces se ha avanzado mucho en su conocimiento, sigue siendo la zona más desconocida del Sol.
Fue un astrónomo español, José Joaquín de Ferrer, quien le puso nombre. Lo hizo después del eclipse total de 1806, que observó desde Kinderhook, una pequeña ciudad a las orillas del río Hudson, en el estado de Nueva York. Tomó el término corona del latín, donde tiene el mismo significado que en español, y se refiere a una guirnalda u otro objeto circular para adornar la cabeza.
Algunas décadas más tarde, el desarrollo de la espectrometría permitió avanzar en el conocimiento de la corona. Al descomponer la radiación en sus distintos componentes, el espectrómetro permite obtener información sobre la estructura química de las estrellas. Cada elemento, como el hidrógeno o el oxígeno, produce señales específicas, picos a determinadas longitudes de onda que permiten inferir qué es. Pero, al estudiar la corona, los astrónomos se encontraron con una sorpresa.

En 1869, tras un eclipse total que fue visible desde Norteamérica, Charles Young y otros astrónomos observaron de forma independiente una misteriosa línea espectral que no correspondía a ningún elemento conocido. Se propuso que en la corona debía existir un elemento químico desconocido en la Tierra al que se bautizó como coronio. Aunque más tarde la idea se demostró errónea, la hipótesis no iba desencaminada. En la misma época, otra línea espectral desconocida acabó conduciendo al descubrimiento del helio.
El misterio del coronio duró hasta 1941, cuando los trabajos del alemán Walter Grotrian y el sueco Bengt Edlén demostraron que aquel elemento desconocido no era más que hierro. Hierro, eso sí, en unas condiciones bastante especiales.
En la corona solar, los átomos de hierro aparecen desprovistos de la mitad de sus electrones. Es una forma tan improbable en la Tierra que hasta entonces se consideraba “una transición prohibida”. Porque para retirar 13 electrones del átomo de hierro hacen falta temperaturas del orden del millón de grados centígrados. Estas altísimas temperaturas se dan en el centro del Sol, pero ya por entonces se sabía que la superficie solar está mucho más fría, a unos 5.500 grados. Así que la respuesta al enigma del coronio abría una nueva cuestión: ¿Cómo puede estar la corona tan caliente, si la temperatura en la superficie solar es cientos de veces más baja? A día de hoy, la cuestión permanece abierta.
“El calentamiento de la corona es el santo grial de la física solar”, afirma José Carlos del Toro Iniesta, profesor de investigación del CSIC del Instituto de Astronomía de Andalucía. Del Toro explica que tiene que haber un mecanismo que transfiera energía desde las capas bajas del Sol hasta la corona, pero los detalles de cómo ocurre exactamente esa transferencia no están demasiado claros.
De las auroras a los satélites StarlinkA primera vista, podría pensarse que lo que ocurre en la corona solar tiene poca relevancia para la vida en la Tierra. Nada más alejado de la realidad. Del Toro lo resume en una frase: “Vivimos en la atmósfera del Sol”.
El Sol está formado de plasma, una especie de gas a alta temperatura, donde los elementos se encuentran ionizados, es decir, en forma de átomos cargados eléctricamente y de electrones libres. En la corona, las altas temperaturas hacen que una parte de este plasma esté constantemente siendo liberada hacia el espacio en forma de viento solar. Y, en ocasiones, el plasma es expulsado de forma más abrupta, en lo que se conoce como eyecciones de masa coronal.
Este plasma llega hasta nuestro planeta, donde al interaccionar con el campo magnético que rodea la Tierra produce perturbaciones como las auroras boreales y australes, visibles desde las zonas polares. Pero, en ocasiones, la actividad de la corona puede tener consecuencias mucho más dramáticas.
Por ejemplo, en 1859 una tormenta magnética originada por una eyección de masa coronal causó auroras visibles en medio planeta y provocó incendios e interrupciones en las estaciones de telégrafo. Se cree que si una tormenta de ese tipo ocurriese hoy las consecuencias serían mucho más dramáticas, debido a nuestra alta dependencia de la electricidad y de múltiples tecnologías electrónicas que van más allá de las telecomunicaciones. Las tormentas magnéticas pueden inducir corrientes eléctricas muy intensas, dañando infraestructuras y provocando apagones. Ya pasó en 1989, cuando un evento de estas características causó un apagón de nueve horas en la provincia canadiense de Quebec.
Los satélites también son vulnerables a estas perturbaciones, que pueden afectar a las comunicaciones y a los sistemas de navegación. Recientes artículos de investigación advierten de que la actividad geomagnética del Sol acelera la reentrada de los satélites Starlink, reduciendo su tiempo en órbita.
Solo durante un eclipse totalDe ahí que el estudio de la corona solar sea tan importante. Y, aunque en las últimas décadas la exploración espacial ha permitido realizar importantes avances, la observación de los eclipses sigue siendo una herramienta indispensable.
“Hay información sobre la corona que solo podemos obtener mediante la observación de los eclipses totales”, explica Habbal mientras muestra una imagen de la corona obtenida desde el satélite SOHO gracias a un coronógrafo. Con ayuda de este instrumento, que bloquea la luz del Sol, se pueden obtener imágenes de la corona sin necesidad de que haya un eclipse. Pero el propio coronógrafo tapa lo que ocurre en las zonas más próximas a la corona, perdiéndose valiosa información.
Además, a pesar de la logística que requiere transportar a los científicos y sus equipos por el mundo, la observación de eclipses es una alternativa mucho más económica que enviar equipos al espacio.
Aunque es posible que a Danilo Torres ahora le asalten dudas, mientras intenta confirmar la reserva de la casa rural. La dueña ha debido notar su entusiasmo por el lugar y evita cerrar el acuerdo. “Dice que ya nos avisará”, comenta Torres entre risas. “Nuestra sospecha es que quiere primero informarse un poco. Esperamos que sea un precio razonable”.
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