En el París de la posguerra, el trío amistoso y artístico Beauvoir, Sartre, Giacometti

En marzo de 1941, Jean-Paul Sartre (1905-1980), quien había estado preso en un stalag cerca de Tréveris, Alemania, regresó a París. Allí conoció a Simone de Beauvoir (1908-1986). Unas semanas más tarde, una de sus alumnas, quien también fue su amante, Nathalie Sorokine (1921-1968), les presentó al escultor Alberto Giacometti (1901-1966), quizás en la brasserie Lipp, según el relato de Simone de Beauvoir en La flor de la vida (1960). Poco después, Giacometti regresó a su Suiza natal. Cuando regresó a París en el otoño de 1945, las relaciones entre la pareja y el escultor se reanudaron. Los cafés de Montparnasse y Saint-Germain son escenario de sus conversaciones, cuando no tienen lugar en el polvoriento estudio del artista.
La exposición "Beauvoir, Sartre, Giacometti. El vértigo de lo absoluto", en el Instituto Giacometti de París, narra esta historia. Toma parte de su título del prefacio que Sartre escribió en 1948 para la exposición de Giacometti en la galería Pierre Matisse de Nueva York, titulada "La búsqueda de lo absoluto". El manuscrito de Sartre se presenta en una vitrina, y es necesario intentar descifrar las anotaciones y correcciones manuscritas de Giacometti, a las que Sartre prestó poca atención. Puede verse en la primera sala, la más histórica, de la exposición, junto con fotografías, algunas cartas, retratos a lápiz de Simone de Beauvoir (en 1946) y Jean-Paul Sartre (en 1949), y pequeñas cabezas de yeso del escritor, la más famosa de las cuales, ligeramente pintada, perteneció a su modelo. En estos estudios encontramos el estilo de Giacometti, procediendo alternativamente por acumulaciones y borrados de líneas y variando las poses – rostro, perfil, tres cuartos – para obtener la radiografía más completa de la cabeza que está observando.
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Le Monde