Mariane Ibrahim, galerista y representante de artistas afrodescendientes: «La historia del arte que me interesa aún no está escrita».

Mariane Ibrahim detesta el adjetivo "meteórica", pues ha leído y oído con demasiada frecuencia que apareció en el arte contemporáneo como un meteoro. Es cierto que se movió con rapidez. Solo le tomó una década consolidarse y tener tres galerías: en Chicago (Estados Unidos), en Ciudad de México y ahora en París, en la Avenida Matignon, en el distrito 8. Pero, bromea: "Cae un meteorito, y no tengo intención de caer". Lo que desea es continuar su trabajo para los artistas afrodescendientes, a quienes, con razón, considera ignorados en el siglo XX y que aún hoy están infrarrepresentados. "En el origen de mi obra hay frustración. No estaba predestinada a convertirme en lo que soy".
Eso es quedarse corto. Mariane Ibrahim nació en Numea, Nueva Caledonia, de padres somalíes. Su padre era marinero, dio la vuelta al mundo en varias ocasiones y vivió en Dunkerque (Norte) y Marsella. «Un amigo le dijo que había trabajo en Nueva Caledonia, y pensó que sería el lugar ideal para establecerse». De paso por Yibuti, conoció a la que se convertiría en su esposa. Tienen cuatro hijos, siendo ella la segunda. «En 1988, mi madre sintió nostalgia. Nos fuimos a Somalia. Pero la situación allí ya se estaba deteriorando, y llegamos a Burdeos. Allí, la cuestión de quién era yo se complicó».
Te queda el 79,4% de este artículo por leer. El resto está reservado para suscriptores.
Le Monde