Honoris causa perdida

A veces se miente por ambición; otras, por inseguridad. Algunos diputados, concejales y otros cargos públicos pecaron de una mezcla de ambas al redactar sus currículums, hojas de vida más próximas a la ciencia ficción que a la biografía. En ellos abunda la picaresca autóctona: formación mutante, títulos que se sostienen con una matrícula (no por haber hincado los codos, sino por haber abonado el importe), másteres que en las fechas indicadas no existían, universidades que jamás se pisaron, estudios tan a distancia que no se avistan ni con telescopio.
Antes, los títulos se colgaban enmarcados en la pared del despacho. Hoy se resumen en una línea escueta de una web institucional: un perfil público a medida donde el envoltorio importa más que la sustancia. Con lo fácil que resulta teclear el nombre de una carrera y admirar lo bien que luce al lado del propio. Aun así, el problema no es no haber pasado por la universidad –hay trayectorias laborales valiosas y oficios que enseñan más que másteres–, sino que bajo el disfraz de una licenciatura fantasma se adivina ausencia de mundo: ni formación ni experiencia. Y, como advirtió Baltasar Gracián, pocas cosas desacreditan tanto como parecer-sin-ser, y pocas elevan más que ser-sin-parecer.
Bajo el disfraz de una licenciatura fantasma se adivina ausencia de mundoUna titulación –y algo de vida profesional– no garantiza nada, pero con suerte evita que su poseedor se convierta en rehén del escaño o del partido, pues quien solo ha vivido dentro del aparato político solo sabe obedecer dentro de él. De hecho, este episodio subraya el papel central de la educación pública en democracia, gracias a la cual es posible un Parlamento plural. Pero también revela que, mientras encabezamos las cifras de sobrecualificación en la UE, en puestos de responsabilidad se arrellanan impostores del donde-dije-licenciado-digo-cursillo.
Lee también Feijóo descansa por ti Marta Rebón
No es solo una trampa individual, sino una lógica de ascenso donde la apariencia importa más que la preparación. Fingir saber a veces es la coartada del que no vio otra vía. Y cuando el andamiaje se desmorona, lo que queda al descubierto es la fragilidad, no solo el fraude. Ya que agosto invita a la lectura pausada, recuperemos El arte de la prudencia de Gracián. Un tratado lúcido y vigente que no promete milagros, pero sí algo aún más escaso: criterio.
lavanguardia