¿Puede América Latina construir una política comercial común frente a las grandes potencias?

En un contexto internacional dominado por tensiones comerciales, bloques regionales y disputas entre grandes potencias, América Latina se enfrenta a un dilema estratégico: ¿puede articular una política comercial común que defienda sus intereses en un mundo cada vez más competitivo, o seguirá actuando de manera fragmentada frente a Estados Unidos, China y la Unión Europea?
La historia de la región ha estado marcada por ciclos de integración y desencuentros. Sin embargo, la creciente presión externa, junto con desafíos globales como el cambio climático, la digitalización y la reconfiguración de las cadenas de suministro, plantea la urgencia de una mayor coordinación regional en materia comercial y económica.
Pese a compartir lazos históricos, culturales y económicos, los países latinoamericanos han adoptado rutas comerciales divergentes. Mientras México ha profundizado su alianza con Estados Unidos a través del T-MEC, naciones como Brasil y Argentina han buscado fortalecer su vínculo con China, el principal socio comercial del Mercosur.
En paralelo, acuerdos bilaterales y multilaterales —como la Alianza del Pacífico, la Comunidad Andina o el propio Mercosur— han coexistido sin una estrategia común hacia las grandes potencias. Esta dispersión ha debilitado el poder de negociación de América Latina en foros globales y ha impedido la creación de cadenas regionales de valor más integradas.
El ascenso de medidas proteccionistas, los aranceles cruzados entre EE.UU. y China, y la nueva política industrial verde de Europa han puesto en jaque a los países latinoamericanos, muchos de los cuales dependen en gran medida de la exportación de materias primas y productos agroindustriales.
Ante este escenario, un enfoque comercial coordinado podría permitir a la región negociar mejores condiciones de acceso a mercados, proteger sectores estratégicos y fomentar el desarrollo de capacidades tecnológicas y logísticas propias. La Unión Europea, pese a sus complejidades internas, sigue siendo un ejemplo de cómo la integración comercial puede amplificar la influencia global de una región diversa.
Pese a las ventajas teóricas de una estrategia común, los obstáculos son considerables. Existen diferencias ideológicas entre gobiernos, asimetrías económicas profundas y visiones contrapuestas sobre el papel del Estado en la economía. A ello se suman intereses nacionales que muchas veces chocan, especialmente en sectores como la energía, la agricultura o la tecnología.
Además, la falta de infraestructura física y digital compartida, junto con una débil institucionalidad regional, limita las posibilidades de avanzar hacia una agenda comercial coherente y sostenible. Sin mecanismos sólidos de coordinación y resolución de conflictos, cualquier intento de convergencia queda vulnerable ante los vaivenes políticos.
A pesar de las dificultades, existen áreas donde los países latinoamericanos podrían empezar a construir consensos. La transición energética, la defensa de normas laborales y ambientales justas en tratados comerciales, la lucha contra subsidios distorsivos de terceros países, y la necesidad de atraer inversiones sostenibles son temas donde hay un interés regional compartido.
También se podrían establecer mecanismos de coordinación frente a disputas internacionales, como aquellas surgidas ante la OMC o la aplicación de medidas antidumping. Este tipo de cooperación no requiere una integración total, pero sí una mayor voluntad política y técnica para actuar en bloque.
Instituciones como la CELAC, la ALADI o la CAF podrían jugar un papel central en la promoción de una agenda comercial latinoamericana, actuando como plataformas de diálogo, asesoría técnica y articulación intergubernamental. Sin embargo, su impacto ha sido limitado por la falta de autonomía política y presupuestaria, así como por la rotación constante de prioridades entre los países miembros.
Fortalecer estas instituciones y dotarlas de mayor legitimidad y eficacia operativa podría ser un paso clave hacia una gobernanza comercial más robusta.
En un mundo donde las grandes potencias compiten por mercados, recursos y alianzas estratégicas, América Latina tiene una decisión que tomar: seguir operando como un conjunto de economías individuales o construir una voz colectiva que defienda sus intereses comunes.
El camino hacia una política comercial común no es sencillo ni inmediato. Requiere liderazgo, pragmatismo y una visión de largo plazo. Pero si se logra avanzar, la región podría transformar su debilidad estructural en una ventaja geopolítica, posicionándose como un socio global confiable y con capacidad de negociación.
La historia ofrece lecciones, pero el futuro exige decisiones. Y América Latina está ante una oportunidad que no debería dejar pasar.
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La Verdad Yucatán