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Estados Unidos vs. China: microchips, el arma secreta de una nueva guerra fría tecnológica

Estados Unidos vs. China: microchips, el arma secreta de una nueva guerra fría tecnológica

La disputa tecnológica entre Estados Unidos y China se convirtió en una tormenta geopolítica a punto de estallar. Los dos bandos invierten, se bloquean y mueven sus piezas para dominar el tablero global. En el medio de este fuego cruzado, muchas empresas -como los fabricantes de microprocesadores- quedaron atrapadas y pagan el costo de una rivalidad extrema.

El anuncio del primer SoC premium para móviles con sello oficial de Xiaomi, el XRing O1, es un intento de alcanzar la estatura de gigantes como Qualcomm o Apple. Y a la vez, una declaración de independencia tecnológica que sacude los cimientos de la industria.

Para que este chip se convierta en el cerebro de un celular hay que superar muchas etapas. Como señala Lei Jun, cofundador y responsable de Xiaomi, llevan cuatro años investigando las mejores conexiones. Con un equipo de más de 2.500 ingenieros, destino unos 1.670 millones dólares y planea invertir 6.000 durante los próximos 10 años.

Para minar el progreso asiático, la carta fuerte que juega la Casa Blanca no es un misil Sidewinder o un nuevo gravamen, sino un software estratégico llamado EDA. Este conjunto de herramientas, esenciales para diseñar chips de última generación, se convirtieron en el arma más efectiva.

El poderoso Soc XRing O1 de Xiaomi.El poderoso Soc XRing O1 de Xiaomi.

Al restringir la exportación del software EDA, Washington apuntó directamente al corazón del ecosistema tecnológico chino. Esta herramienta es el equivalente digital de una llave maestra. Sin la combinación correcta, empresas como Huawei, SMIC o DeepSeek enfrentan un muro invisible que frena cualquier aspiración de supremacía.

EDA permite orquestar millones de componentes diminutos dentro de un microprocesador con precisión quirúrgica. Firmas como Synopsys, Cadence y Mentor -todas con base en EE. UU.- dominan el sector y al estar bajo leyes norteamericanas, se convierten en piezas clave del ajedrez geopolítico.

Hasta ahora, los detalles de la prohibición siguen siendo un misterio, aunque todo indica que las licencias vigentes seguirán en pie. Sin embargo, los analistas advierten que las compañías chinas podrían quedar fuera de futuras actualizaciones de soporte técnico, para producir en Taiwán con tecnología estadounidense.

Huawei, que en 2019 parecía imparable, fue la primer víctima. Con un veto fulminante, la administración Trump, le bloqueó el acceso a componentes clave como chips avanzados, software de diseño electrónico (EDA) y hasta el sistema operativo Android de Google. Ahora, este mismo patrón empieza a repetirse.

Xiaomi no es la única firma en el punto de mira. Lenovo, que también estaría diseñando su propio silicio, comienza a sentir la presión. Ambas se acercan peligrosamente a la zona de sanciones donde ya habita Huawei, enfrentando restricciones que no solo frenan la innovación, sino que descalifican.

Sin acceso a los instrumentales estadounidenses, Xiaomi se ve obligada a reemplazar a TSMC como su fabricante. Las opciones pasan por apoyarse en proveedores locales como SMIC, desarrollar su propio software de diseño o encontrar nuevos sustitutos.

Las limitaciones que sufre Nvidia

Jensen Huang, CEO de Nvidia. REUTERSJensen Huang, CEO de Nvidia. REUTERS

Estados Unidos no solo intenta entorpecer el progreso de los chips “Made in China”, sino también restringir el acceso a los semiconductores más avanzados, que ya no son fracciones de silicio, sino el motor que impulsa la IA y la computación cuántica.

En el ojo del huracán quedó Nvidia: sus chips gráficos son el nutriente esencial para alimentar a la IA generativa más avanzada. China, que representa el 13% de sus ventas globales, es un mercado vital, aunque aún lejos del dominio estadounidense, que concentra casi la mitad. En esta guerra tecnológica, Nvidia no solo entrega procesadores: vende poder.

El verdadero temor de Estados Unidos es que China ni siquiera precisa los chips más potentes para lograr avances significativos. La reciente aparición de DeepSeek, una startup que desarrolló un modelo de IA avanzado usando hardware limitado, encendió todas las alarmas en Washington.

El mensaje fue claro: incluso con menos potencia, el ingenio chino puede marcar la diferencia. Para EE. UU., no se trata solo de frenar el acceso a los mejores chips, sino de contener el talento y la ambición que podrían sacarles el máximo provecho.

La demanda por los chips H20 de Nvidia crece sin freno entre gigantes chinos como Tencent, Alibaba y ByteDance, empresa madre de TikTok. Estos chips, diseñados como una versión recortada de los potentes H100, se convirtieron en una especie de “plan B” para seguir entrenando modelos de IA.

Pero Washington no tardó en reaccionar: desde 2022 fue endureciendo los controles y en 2024, la administración Biden cerró el grifo por completo, bloqueando la venta del H20. En esta guerra silenciosa, incluso las versiones limitadas se volvieron demasiado poderosas para dejarlas cruzar fronteras.

Es la tercera vez en menos de tres años que Nvidia queda en la mira de las restricciones. Ahora, la firma californiana necesitará una licencia para vender su chip H₂O en China, una medida que, según el Departamento de Comercio de EE. UU., busca salvaguardar la seguridad nacional y económica.

El CEO de la compañía, Jensen Huang, no se quedó de brazos cruzados y calificó la política estadounidense como un “fracaso”, advirtiendo que las prohibiciones podrían empujar a China a acelerar su autosuficiencia tecnológica.

Y en efecto, mientras EE. UU. cierra puertas, China redobla sus esfuerzos por desarrollar sus propios chips de IA, invirtiendo miles de millones y apoyándose en gigantes como Huawei o empresas emergentes respaldadas por el Estado.

Blindar a las empresas de IA

La IA no tendrá regulaciones estatales por 10 años. ShutterstockLa IA no tendrá regulaciones estatales por 10 años. Shutterstock

Otra de las caras de este prisma es la medida que busca regular la IA. Los llamados "siete magníficos" pasaron de exigir reglas más estrictas a demandar una total libertad de operación.

La polémica "One Big Beautiful Bill" (Una única y magnífica ley) es una propuesta con muchas aristas, impulsada por Donald Trump que, entre otros aspectos, pretende centralizar el control de la regulación de IA en el gobierno federal de Estados Unidos.

En teoría, procura encender el motor de la innovación en las empresas estadounidenses, entregando un terreno llano y despejado para experimentar sin las trabas estatales. El objetivo es mantener la delantera frente a China en la carrera por dominar la IA.

Incluso, OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, no solo respaldó el Plan de Acción sobre IA de Trump, sino que aprovechó la ocasión para lanzar una ofensiva directa contra DeepSeek, el laboratorio chino de IA. En su presentación, pidió al gobierno que prohíba estos modelos, alegando riesgos graves para la privacidad, la seguridad nacional y la propiedad intelectual.

Pero si se aprueba esta ley, ninguno de los "estados de la Unión" podrá establecer sus propias normas sobre IA durante al menos diez años. Esto significa que lugares que ya habían avanzado en proteger a sus ciudadanos frente a algoritmos discriminatorios, deepfakes o violaciones de privacidad, perderían sus privilegios.

Los grandes ganadores de esta ensalada son OpenAI, Google, Microsoft y Meta. El marco nacional les permite expandirse sin fricciones regulatorias. Pero mientras los titanes celebran, las startups y desarrolladores locales quedan relegados a un segundo plano, con menos margen para innovar, competir o influir en las reglas del juego.

En lugar de un ecosistema diverso, el riesgo es terminar con un oligopolio digital disfrazado de progreso.

Clarin

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