Cáncer parlamentario

Borja Sémper, del PP, ha anunciado que tiene cáncer y muchos de sus adversarios le han manifestado una solidaridad inmediata. Es un fenómeno habitual: expresar afectos en función de circunstancias excepcionales que, como un paréntesis mágico, congela la crispación habitual. Hoy el escaparate mediático es una galería de espejos que amplifican las vanidades hasta la náusea. La comprensión y la solidaridad también pueden esconder un postureo que, en privado, sería más auténtico.

La vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, consolada por sus compañeros en su escaño como líder de Sumar por la reciente muerte de su padre
Dani DuchEl reflejo humanitario provocado por el anuncio de Sémper ha tenido una duración fugaz y la crispación que alimenta el descrédito de la política se ha reactivado con mayor virulencia si cabe.
Hace unos días, en un tristísimo debate en el Congreso de los Diputados, se vivió otro episodio de decadencia general. El presidente Pedro Sánchez dio explicaciones sobre la presunta corrupción del PSOE y, en nombre de Sumar, la vicepresidenta Yolanda Díaz subió a la tribuna para exponer sus argumentos. Azar luctuoso: su padre había muerto la noche anterior y sus adversarios se sintieron obligados a expresarle el pésame. En el caso del PP, el portavoz fue Alberto Núñez Feijoo, que, tras acompañarla en el sentimiento, desplegó la traca habitual de acusaciones contra el gobierno y el repertorio de insultos que pretende convertir a Sánchez en una réplica venenosa de Satanás.
La bancada del PP saboteó a Yolanda Díaz con interrupciones y griteríos vulgaresPero lo más triste fue cuando Díaz inició su intervención y la bancada del PP la saboteó con interrupciones permanentes, de una estridencia y vulgaridad que confirman lo que, cuando era diputado, Pablo Iglesias definió como “hacer el jabalí”. Es una tradición que, con gran acierto, José Antonio Labordeta combatió con su categórico: “¡A la mierda!”. Los jabalíes no respetaron el estado emocional de Díaz. Pasado el trámite del pésame, la embistieron sin que la presidenta Francina Armengol pudiera hacer más de lo que hacía Ana Pastor cuando intentaba aplacar el griterío de los bárbaros del hemiciclo.
Desesperada, Díaz buscaba el amparo de la presidenta sin hallar respuestas, resignándose a que, al final del discurso de Sánchez, la bancada del PP pidiera, a gritos, su dimisión. En el caso de Díaz, la actitud de los jabalíes fue impune y sintomática. Cuando, hablando con algún jabalí, le he preguntado por esta actitud que desmoviliza y repugna, me ha comentado que no se puede tener la piel tan fina y que el parlamento británico es mucho más vehemente que el español. Y utilizando una expresión castiza que nunca he entendido, ha añadido: “A llorar a la llorería”.
Lee tambiénAplicando esta lógica, también hay parlamentos en los que los diputados se zurran y amenazan de muerte. Quizá, para romper la deriva autodestructiva del servicio público y la intolerancia de los jabalíes, convendría imponer una tregua sine die durante la cual sus señorías actuaran como si a todos sus colegas se les acabara de morir el padre o les acabaran de diagnosticar un cáncer.
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