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Hermann Bellinghausen: Soñar Solentiname

Hermann Bellinghausen: Soñar Solentiname

Hermann Bellinghausen

A

lguna vez soñé malicia. Creo que en Solentiname, un archipiélago inesperado en un extremo del lago Nicaragua, no lejos de Costa Rica. Soñé cosas raras, como le había pasado a Julio Cortázar con su cámara. ¿Qué digo cámara? Con el rollo que tomó en las islas alegres y luminosas, y fue a revelar a su regreso a París, como hacían muchos fotógrafos profesionales. Las suyas eran caseras.

A mediados de los años setenta del siglo pasado seguían en uso las transparencias, aquellas fotos a color reveladas sobre misma la película del rollo de 35 milímetros, para enmarcarlas cuadro por cuadro en cartón y formarlas dentro de un carrusel que giraba en un proyector, se hacían visibles y grandes contra una pantalla del lienzo blanco y brillante que se almacenaba enrollándola. Antes de los videos, la gente se congregaba a ver las transparencias del viaje con un jaibol en la mano. Esa rutina sirvió a Cortázar para el cuento casi crónica de tan real, Apocalipsis de Solentiname (Alguien que anda por ahí, 1977). Cualquier lector cortazariano lo recuerda. Soñarlo nos robó el sueño muchas veces en los años por venir.

Los niños que retrató sonrientes y jugando salían en la proyección arrasados por la guerra, una bala en la cabeza. En su pesadilla, Cortázar vio a su gente en esquinas bonaerenses siendo secuestrada (o sea desaparecida), a Roque Dalton en su trampa mortal. Asomó al horror en Guatemala. Antes de la guerra en Nicaragua misma, una premonición del ataque somocista al archipiélago donde Ernesto Cardenal fraguaba una utopía católica contemplativa. Como efecto colateral del joven sandinismo revolucionario que triunfó en 1979, la hermosa pintura arte naif de Solentiname se hizo famosa en todo el mundo. Maderas y lienzos ilustraban en acrílico escenas maravillosas, tropicales, límpidas. En su pesadilla, a Cortázar se le llenaron de sangre y muerte.

Esa visión aterradora también la enfrentó Manu Chao a finales de Mano Negra, cuando cayó en cuenta del cuento cortazariano y también él vio a su América sangrando. Era 1994, acababa de iniciar el levantamiento indígena zapatista en el sur de México. Esperanzas y pesadillas se entremezclaban (Sueño de Solentiname, Casa Babylon: https://www.youtube.com/watch?v=lEUtIsYURbI). También la pintura naif zapatista tendría su internacionalización al fin del siglo.

Hay quien habla de bucles en el tiempo. No sé si es ciencia o ciencia ficción, supongo que ambas, pero en esta hora nos atraviesan bucles en un tiempo letal que se disemina por los espacios del planeta. ¿De qué buen recuerdo asirse? ¿En qué foto limpia refugiarse? ¿En qué lírica estampa? El revés del sueño alegre lo estamos viviendo ahora a una escala espantosa. Gaza y Cisjordania no son Solentiname, claro, sino viejos e impunes campos de concentración del tamaño de un país: Palestina. Pero también allí se soñaba y jugaba. Ese envés mortal también anida en Líbano, en Yemen, y se extiende. Somos testigos virtuales del crimen del siglo.

Un día ves a los niños y niñas del paraje o barrio, incluso el campamento de desplazados, bien sonrientes pateando un balón y abrazando muñecas. Otro día ves a esa niña mirando al cielo, seria, porque los aviones arrojan bombas y hay que estar pendientes de su trayectoria. Y no otro día, posiblemente el mismo, puedes presenciar los ríos de su sangre, verla en una camilla o en los brazos de alguien, exánime.

Para el invasor, esos niños y niñas son culpables y hay que exterminarlos, nacieron con el padre equivocado, el nombre, el país, el idioma equivocados. El racismo criminal ha infectado a las víctimas canónicas del racismo occidental. Israel evolucionó a una aberración humana. Un cáncer pequeño pero letal. Sus masacres borran niños y niñas. También a los que sobreviven. Les hieren irremisiblemente la memoria. La mutilación que sufren se queda dentro de ellos como un miembro fantasma. Puede no ser física, pero nunca más serán niños.

Lo hemos visto en todas las violencias desatadas. Las pugnas entre mafias, entre vecinos, en el fuego cruzado de policías y ladrones, entre ejércitos. Pero la peor guerra es aquella que dirige su poder letal contra la sonrisa de las niñas, las acrobacias de los niños, los murmullos como de aves en las aulas, los juegos en la tierra. También se bombardean y rafaguean padres, madres, tíos. Pero los niños.

Si con arte y vida pudiéramos conjurar los infiernos del hombre blanco, soñar el original de Solentiname obraría como antídoto. Recordar que el poeta Ernesto Cardenal fundó una comunidad inspirada en Thomas Merton y la teología de la liberación en los años anteriores a la revolución sandinista. Poesía, meditación, pintura y emancipación respiraron al unísono, no lejos del retiro selvático de otro gran poeta, José Coronel Urtecho, en río San Juan. Allí le cae Cortázar antes de viajar al archipiélago de su cuento.

En el revés de escombros, hambre, cuerpos destrozados, recordar la brisa del lago. La inspiración sencilla del pescador en la mar dulce. Su pintura colectiva.

jornada

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