Javier Aranda Luna: José Juan Tablada, el poeta que nos acercó a los pueblos originarios

José Juan Tablada, el poeta que nos acercó a los pueblos originarios
Javier Aranda Luna
P
ocos poetas tan actuales como el decimonónico José Juan Tablada. Como miles de jóvenes de nuestros días, fue amante de lo oriental al grado de traer el haiku a nuestro idioma, vestir yucatas y practicar la escritura ideográfica frente a su jardín japonés que construyó en Cuernavaca. Actual por sus loas irreverentes que celebrarían los jóvenes: Préndeme tu vacuna, oh mariguana
, o perturbadoramente góticas como su famoso poema Misa negra
, que le valió la expulsión del periódico El País y la animadversión de Porfirio Díaz.
Pero la actualidad de Tablada se encuentra más allá de lo anecdótico de su vida. Encontró en la imagen misma la fuerza del impulso poético; una imagen más allá del argumento que la ahogaba, a decir de Octavio Paz. Tablada es un poeta visual, capaz de aprehender la realidad en tres versos
.
Su curiosidad incesante lo acercó al cine, medio en el que vislumbró el porvenir del ocio masivo: 'el futuro estará alumbrado por la luz del cinematógrafo
. Pero en el cine vio algo más: las posibilidades de construir un discurso sólo con imágenes. Me explico: que el montaje de dos imágenes diera por resultado una nueva. Algo similar a lo que Pound vio en la escritura china, donde, por ejemplo, la imagen de un corazón junto a la imagen de una puerta cerrada expresan el sentimiento de la tristeza.
Si su poesía no ha envejecido es por esa fuerza de las imágenes más allá del discurso. Por eso se mantiene viva, irónica; concentrada como una hierba de olor, resiste a los años y los gustos de la hora
, a los 80 años de haber dejado de existir.
En este mundo tan lleno de imágenes sorprende un poco que no lo tengamos tan presente. Una espléndida exposición de 2019, Pasajero 21: El Japón de Tablada, en el Palacio de Bellas Artes, fue el rescate más próximo del poeta. Pero en estos días en los que la cultura oficial sólo habla de los pueblos originarios reduciéndolos a pasarelas de textiles y tianguis de comida, bien podría dar cuenta cómo desde la alta cultura Tablada fue uno de los primeros que valoraron la riqueza de nuestra cultura indígena.
En sus versos y en sus artículos periodísticos (se han registrado más de 10 mil) la cocina tradicional y el pasado remoto con sus dioses pétreos está presente:
En mitad de la llanura / hay una roca / que va tomando figura / del gran brujo Tezcatlipoca.
O en estos versos de El Figón
, donde destaca nuestros gustos culinarios: ¡Delicia de los moles / que guisan las mestizas de Campeche / y en Puebla de los Ángeles, las Choles! / Alegría de los moles suculentos / verdes y prietos y el colorado / en cuyo adobo brilla reflejado / todo feliz advenimiento
.
A diferencia de López Velarde, cuyos versos han llegado hasta La mañanera del pueblo
con su verso suave patria
, Tablada no ha alcanzado, contra toda evidencia, el certificado de lo nacional. No es el único: Octavio Paz, a quien debemos uno de los grandes ensayos sobre lo mexicano y que admiraba Carlos Monsiváis, las nuevas administraciones lo miran con desdén, lo ningunean mientras favorecen e impulsan a redactores de pálida medianía.
Es cierto que José Juan Tablada tuvo errores: aplaudió a Porfirio Díaz hasta que cayó de la gracia del dictador por su poema Misa negra
; atacó con cinismo a Madero, a quien por demás admirara su amigo Ramón López Velarde; escribió un panegírico de decenas de cuartillas sobre Victoriano Huerta y, posteriormente, criticó al dictador
en la época de Carranza, a quien había fustigado con su prosa, y terminó trabajando con él en el servicio exterior. Conductas, por lo demás, que se repiten con otros nombres en nuestros días, pero a diferencia de Tablada o de Novo, con dudosas calidades literarias.
Pese a nuestra amnesia cultural de la que nos liberan de tanto en tanto un puñado de estudiosos, la poesía de Tablada no ha perdido esa frescura que lo caracterizó ni su capacidad de sorpresa que no deja de sacudirnos en cada nueva lectura. Sus haiku (haikai en plural, ya se sabe) son una muestra de impacto visual y de síntesis a tal grado que siempre invitan a sentir y reflexionar al lector como este dedicado al mono: El pequeño mono me mira... / ¡Quisiera decirme / algo que se le olvida!
Frida Kahlo quiso ser recordada con su último cuadro. Un bodegón de sandías que llamó Viva la vida y pintó una semana antes de su muerte. Tablada, sin proponérselo, es recordado con frecuencia con estos versos alegres y luminosos de alto contenido frutal: Del verano, / roja y fría / carcajada, / rebanada / de sandía!
jornada