Los jóvenes vengan a los ancianos

Los escritores están haciendo aquello que los políticos –o al menos algunos de ellos– siguen sin hacer: restituir la dignidad de nuestros mayores. Han sido muchos los agravios que los ancianos han tenido que soportar durante los últimos años, el más evidente de los cuales fue el abandono sanitario del que fueron víctimas durante la pandemia de la covid-19. El documental 7291 (Juanjo Castro, 2025) ha fijado para el futuro lo ocurrido en la Comunidad de Madrid durante el confinamiento, pero ya empiezan a llegar a las librerías novelas cuyos autores rinden tributo a los ancianos con la misma ternura con la que Ulises abrazó a su padre, el triste y solitario Laertes, apenas atracó en Ítaca.
El tema estrella en todas estas obras es, lógicamente, el de los cuidados. La novela más reciente, Empujar el sol (Pepitas, 2025), ópera prima del copropietario de la librería barcelonesa Obaga, Dioni Porta (Barcelona, 1977), cuenta la historia de un anciano que vela por la salud de su esposa y su cuñada, ambas atrapadas en sus respectivas sillas de ruedas, durante los días previos al estallido de la pandemia. Porta reconoce que siempre le ha obsesionado la ancianidad y que, durante la adolescencia, se divertía vistiendo de viejo, mirando las obras y caminando por la ciudad con las manos entrelazadas a la espalda. “Más que una moda, yo diría que al fin empieza a haber un equilibrio –comenta al respecto del fenómeno editorial en torno a la senectud–. Siempre han existido novelas de iniciación, así como protagonizadas por gente en edad productiva, pero muy pocas han puesto a los ancianos en el centro del argumento. La vejez siempre ha estado infrarepresentada en la literatura. Tal vez haya llegado el momento de cambiar eso”.

Detalle de una anciana con un caminador
Emilia Gutiérrez / ArchivoEl tema de los cuidados también está en el tuétano de las novelas de Júlia Peró (Barcelona, 1995) y Eduardo Romero (Oviedo, 1977). La de la primera, Olor a hormiga (Reservoir Books 2024), desgrana la relación de una anciana con una cuidadora joven a la que, incapaz de recordar su nombre, simplemente llama la chica. Aunque se trata de ficción, no es difícil intuir cierto punto de autobiográfico, puesto que, a los diecisiete años, Peró convivió con su propia abuela enferma de Alzheimer. “Teniendo en cuenta que hay escasos referentes literarios que traten el tema de la vejez, y concretamente de la vejez femenina, yo no hablaría de un boom, sino de un chasquido”, dice irónica. Y luego, ya más seria, añade: “En un mundo donde nuestro cuerpo es una herramienta de trabajo, en el que nuestro valor como personas está rendido a la cultura del esfuerzo, los cuerpos agotados, improductivos y vagos no merecen respeto”.
Por su parte, el asturiano Eduardo Romero, considerado uno de nuestros máximos representantes de la llamada literatura de la escucha, muestra en Centímetro a centímetro (Pepitas, 2024) veinticuatro horas de los cuidados a un anciano por parte de una joven de la que nunca sabemos el nombre, probablemente como denuncia hacia la invisibilidad que rodea a las migrantes que atienden a nuestros abuelos. La novela es una suerte de baile en el que la mujer sujeta constantemente al hombre: cuando lo lleva al lavabo, cuando lo acompaña durante el paseo, cuando lo acuesta de nuevo en la cama… “Vengo del mundo del deporte y sé que hay que cambiar muchas cosas para que los ancianos puedan ejercitar sus propios cuerpos y recuperar la movilidad –reflexiona el autor–. Pero, claro, si no aumentamos los recursos de los geriátricos, las enfermeras seguirán sin tener tiempo para animar a los ancianos a caminar por sí mismos y optarán por llevarlos en volandas de aquí para allá”.

Actividades en un casal de gente mayor
Ana Jiménez / ArchivoEvidentemente, también hay novelas en las que los cuidadores no son personas contratadas, sino los propios hijos de unos padres de repente envejecidos. La sobreabundancia de novelas de autoficción hace imposible referir aquí todas las novelas al respecto, por lo que nos centraremos en la narración autobiográfica con la que A.J. Ponce (Santiago de Chile, 1995) mereció el Premio a Mejores Obras Literarias, categoría de inédita, en Chile en el 2022 y que ahora llega a nuestras librerías. En Vivero (editorial dosmanos, 2025), el autor cuenta la experiencia personal de cuidar durante cinco años a su propio progenitor, víctima de una enfermedad neurodegenerativa. El narrador se muestra brutalmente sincero en estas páginas y, además de analizar la fragilidad del hombre que le trajo al mundo, habla sobre el sentimiento de culpa que experimentan los cuidadores ante los pensamientos inapropiados que a veces les pasan por la cabeza.
⁄ La tercera edad es hoy una suerte de segunda madurez, de ahí que se haya acuñado el concepto de ‘cuarta edad’En el orden de la ficción, pero también hablando de hijos que asumen el cuidado de sus padres, destaca la última novela del periodista Pedro Simón (Madrid, 1971), Los siguientes (Espasa, 2024), en la que muestra las distintas actitudes que tienen tres hermanos ante el ocaso que acecha a su padre. Con este argumento –y con la premisa de que presenciar la decadencia de nuestros progenitores es anticipar la nuestra propia–, el autor pone a toda una generación, la que hoy ronda los cincuenta años, frente al espejo y le lanza una pregunta: ¿cuál de estos hermanos serás tú cuando te toque cuidar a los tuyos?
Por suerte, no todas las novelas se centran en la faceta más triste del envejecimiento. Hay muchas que recogen los avances de la medicina y muestran a los jubilados como personas activas, autónomas y saludables: “Los viejos son los nuevos beatniks –afirma Dioni Porta–. En la actualidad, están más motivados que el resto de representantes de otras edades. Fíjate en la importancia que los ancianos han tenido en acontecimientos de naturaleza política como el procés, el 15-M (con los yayoflautas), la lucha por la sanidad…”. Esta implicación de las personas mayores en los movimientos políticos recientes ha quedado reflejada, por ejemplo, en la novela El dia de la independència (Alrevés, 2024), de Tuli Márquez, aunque la auténtica independencia que persigue la anciana protagonista es la suya propia. Queda claro, pues, que la tercera edad es hoy una suerte de segunda madurez, de ahí que se haya acuñado el concepto de cuarta edad para referirse al momento en el que, ya de un modo evidente, llega la decrepitud.

Manifestación en Pamplona a favor del sistema público de pensiones en el 2018
Jesús Diges / EFELa revolución de la longevidad ha traído de la mano una nueva literatura de la ancianidad en la que los viejos ya no son las personas sumisas y dependientes a las que estamos acostumbrados, sino gentes capaces de dar un puñetazo en la mesa y plantar cara. En este sentido, es sumamente interesante la novela Urraca, Urraquita, Urraquitita (Dos Bigotes, 2025), en la que Jaime Riba Arango (Vera, Almería, 1992) muestra a una anciana de pueblo que, de repente, se sienta a esperar la muerte bajo el único naranjo que queda en su finca. “Yo quería hablar de la vejez, pero no desde la fragilidad, sino desde la experiencia, la rabia, la huelga –explica el autor–. El gesto de mi protagonista, eso de sentarse a la espera de la muerte, no es una rendición, sino una rebelión”. Efectivamente, Jaime Riba Arango muestra en esta novela la fortaleza de las mujeres nacidas en entornos rurales y, además, rompe la asociación que mucha gente sigue haciendo entre ruralidad y antigüedad. “Porque lo rural no está muerto –añade–. Actualmente, el campo representa lo joven, lo dinámico, lo cambiante”.
También muestra rebeldía Adriana Riva (Buenos Aires, 1980) en su novela Ruth (Seix Barral, 2024), en la que pone en acción a una anciana ya de vuelta de todo que, en vez de quedarse en casa y lamentar el fin de su época productiva, aprovecha el tiempo libre que la jubilación le concede para exprimir al máximo la vida. Más loco es el argumento de Jordi Ibáñez Fanés (Barcelona, 1962) en Buenas noches, lechuza (Tusquets, 2025), una historia de espías al servicio de Rusia en la Barcelona actual que tiene una curiosidad: los protagonistas son ancianos tocados por las ansias de conocimientos. Y todavía más osada es la novela gráfica de Marta Altieri (Sevilla, 1987), Hotel Abuel (Reservoir Books, 2025), en la que la autora nos abre las puertas de un geriátrico del futuro habitado por miembros de la generación Z, es decir, por ancianos que hacen streams, hablan como si estuvieran en TikTok y mantienen una sexualidad más que activa. “Todo el mundo tiene en mente la imagen del viejo verde, pero no de la vieja verde –dice Júlia Peró–. Esto demuestra que el silenciamiento del deseo solo nos afecta a nosotras”.

Talleres para gente mayor en el aula de extensión universitaria de la Universitat de Barcelona en el 2023
Martí Gelabert / ArchivoEl tema de la eutanasia y de la muerte en los geriátricos también asoma en las novelas desde una perspectiva menos dramática y más desenfadada. Irene Cuevas (Madrid, 1991) construye un cozy crime en Un momento de ternura y piedad (Reservoir Books, 2024) al imaginar a una mujer que hace de sicaria para los hijos que, ansiosos por cobrar las herencias, quieren matar a sus padres. Curiosamente, este argumento guarda no poca relación con el de Cien cuyes, novela merecedora del premio Alfaguara 2023 en la que Gustavo Rodríguez (Lima, 1968) cuenta la historia de una enfermera a quien ofrecen cobrar por matar a los viejecitos que cuida en la residencia.
⁄ No todos relatan la faceta triste del envejecer; muchos muestran jubilados activos, autónomos y saludablesEvidentemente, no todas las novelas protagonizadas por personas de la tercera edad han sido escritas por autores (relativamente) jóvenes. Los que ya han superado la edad de jubilación también se han lanzado a analizar el nuevo tipo de vida de la que ahora pueden gozar, como hace Anna Freixas (Barcelona, 1946) en Jo, vella / Yo, vieja (Ara, 2023 / Capitán Swing, 2024), una reflexión en clave feminista sobre el modo en que las mujeres mayores deben disfrutar de las libertades alcanzadas en los últimos años. Otro ejemplo es el de la escritora vasca Arantxa Urretabizkaia (San Sebastián, 1947), en cuya Azken Etxea / La última casa (Pamiela, 2023 / Consonni, 2024) cuenta la historia de una mujer que quiere hacer algo por norma general reservado a los jóvenes: comprarse una casa, acción que ejemplifica a la perfección la sensación de tener toda una vida por delante que tienen hoy muchos mayores. Esta vitalidad también está presente en Ultimate love (Círculo de Tiza, 2023), novela en la que Dolores Payás (Manresa, 1955) muestra las pasiones amorosas a edades ya maduras; y en Señoras bien (Planeta, 2025), ficción con toques de humor en la que Pilar Eyre reivindica el papel vital y activo de las señoras ídem de Barcelona.
Por supuesto, también hay autores que prefieren mostrar la vejez desde perspectivas más clásicos. Así, Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) ha escrito un poemario, Llum enemiga (Pagès, 2025), en el que reflexiona sobre el paso del tiempo y las experiencias acumuladas, ofreciendo una mirada profunda sobre la vida y la madurez. Y Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) ha lanzado otro libro de poemas cuyo título anticipa el contenido: Miserable vejez (Visor). Y es que, según Villena, blanquear la ancianidad carece de sentido. Para él, la vejez es una mierda, y punto.
Entrevista a Adela Cortina “En su modo de vida, nuestros abuelos eran muy diferentes a los actuales”
Adela Cortina
A. ColomerHace ya algunos años, Adela Cortina publicó un ensayo, Ética cosmopolita (Paidós, 2021), en el que denunciaba la ola de gerontofobia y edadismo que se hizo patente durante el confinamiento. Según la filósofa valenciana, nuestra sociedad discrimina a los ancianos aduciendo que son personas improductivas, además de una carga para el estado y una amenaza para la sostenibilidad del sistema de protección social. Durante la crisis económica de 2008, muchas familias sobrevivieron gracias a las pensiones y ahorros de los ancianos. Una década después, durante la pandemia de la covid-19, se negó a muchos de esos mismos ancianos el acceso a los recursos sanitarios. ¿Cómo puede una sociedad ser tan desagradecida?Por desgracia, la gratitud es una virtud poco extendida en la especie humana. Aunque es verdad que los seres humanos somos animales reciprocadores, que estamos dispuestos a dar con tal de recibir algo a cambio, lo cierto es que cada vez más tenemos la tendencia a creer que todo se nos debe, que tenemos derecho a todo y que no hay porqué devolver el bien recibido cuando llega la ocasión. En estos casos practicamos un olvido, una desmemoria lamentable. Lo malo es que una sociedad ingrata es una sociedad inhumana, que causa un enorme daño. Como dice el refrán, con toda sabiduría, “de bien nacidos es ser agradecidos”.En su ensayo, usted advierte que, con la revolución de la longevidad, el ‘mapa de la edad’ ha cambiado. Ahora que ya existe la cuarta edad, ¿qué papel juegan en la sociedad los miembros de la tercera edad? Como decía en Ética cosmopolita, juegan muchos papeles indispensables. Si no fuera por las personas de la tercera edad, las sociedades hubieran colapsado hace tiempo. Aunque lo esencial en este punto es que todos los seres humanos, sea cual sea su edad, valen por sí mismos, resulta ser que los mayores son además una fuente de productividad: muchas familias dependen de los recursos de una persona mayor, los abuelos atienden a los nietos, cuidan de ellos y en ocasiones son quienes los educan. Hasta el punto de que hay países donde se desgrava a los abuelos que se ocupan de los nietos. Por otra parte, los mayores aportan el consumo de una gran cantidad de recursos sanitarios (industria farmacéutica, hospitales, clínicas, laboratorios), necesitan residencias, nutren las universidades para mayores, son insustituibles en el sector turístico, pero también en las organizaciones solidarias. En ocasiones apoyan a los jóvenes y les asesoran desde el conocimiento que aporta la experiencia. Cuando se habla de “yacimientos de empleo”, muchos de ellos se relacionan con la atención a los mayores. El 40% del consumo en nuestras sociedades depende de los mayores. Usted define la ‘gerontofobia’ como un “atentado suicida contra la dignidad humana”. ¿Puede desarrollar esta idea?La gerontofobia es el desprecio al anciano. Como todo ser humano es valioso por sí mismo y por eso tiene dignidad y merece todo respeto, despreciar a una persona por su edad es un atentado contra la dignidad de esa persona. Igual que sucede con la aporofobia, el desprecio al pobre por serlo: es un atentado contra la dignidad de esa persona. Pero además en el caso de la gerontofobia es un atentado suicida, porque quien desprecia a alguien por esa razón, si no fallece antes, llegará a mayor, será anciano. Y entonces se está despreciando a sí mismo por anticipado, lo cual es suicida y bastante insensato. ¿Cree que los jóvenes de hoy en día tienen la misma mirada hacia sus mayores que la que tenían (o tienen) sus padres?No, no tienen la misma mirada, pero en este punto creo que se debe sobre todo a que son los mayores los que se han transformado enormemente en usos y costumbres al compás del cambio social. Por supuesto, ha aumentado la población longeva, pero la esperanza de vida no deja de ser una medida estadística. Lo interesante para nuestro tema es que las sociedades se han rejuvenecido, no han envejecido. Salvo excepciones, nuestros abuelos eran completamente distintos a los actuales en la forma de vestir, en el consumo del tiempo de ocio, en la forma de divertirse, en la manera de relacionarse con los jóvenes, en el uso de las nuevas tecnologías, que están homogeneizando a jóvenes y adultos. A la misma edad, nuestros abuelos eran en su modo de vida muy diferentes de los actuales, y así lo perciben los jóvenes.
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