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¿Mucha Barcelona para tan poca ciudad?

¿Mucha Barcelona para tan poca ciudad?

Vamos a imaginar un teatro griego o romano. La estructura cerrada convierte el interior en una olla a presión. Espectadores y actores están encajonados entre el muro de la escena y el semicírculo de las gradas, con el único aliviadero de las bocas de evacuación y los pasillos laterales. Las palabras que emanan de la escena se expanden por las tribunas y rebotan, se multiplican, se condensan. Si es verano, la elevada temperatura dispara la excitación ambiental.

Quien mira Barcelona desde el avión verá también un anfiteatro lleno a rebosar. El muro escénico es el mar; las gradas, la sierra de Collserola. La boca de evacuación, el túnel de Sant Cugat. Los pasillos laterales, las vías que expanden la ciudad más allá del Besòs y el Llobregat.

Clark y Carlin coinciden: Barcelona es una idea muy grande para tan poco espacio

Como se recordará, Barcelona intentó a finales del siglo XX su expansión metropolitana, asumiendo que no podía prosperar enclaustrada en sus apenas cien kilómetros cuadrados de superficie. Pasqual Maragall lideró aquel proyecto político (la Corporació Metropolitana) alentado por la implantación de su partido, el PSC, en los municipios del entorno. Pero Jordi Pujol vio en ello una amenaza a su poder territorial y decidió dinamitar, en 1987, el instrumento legal que hubiera equiparado a Barcelona con otras metrópolis del mundo.

La ausencia de ese pacto para articular la Barcelona real ha tenido un alto coste para una ciudad que sigue siendo global, pero que por sí sola es incapaz de solucionar la falta de nuevas viviendas, con todo lo que ello implica.

Uno de los apóstoles custodia la ciudad desde lo alto del templo del Tibidabo

Víctor Ramírez / @vrozko

Esta circunstancia se puso en evidencia en una conversación que mantuvieron el viernes el urbanista Greg Clark y el escritor y periodista John Carlin, organizada por Turisme de Barcelona y La Vanguardia en el hotel Palace.

Clark, especializado en asesorar a ciudades en crisis, suele poner a Barcelona como ejemplo de urbe global y creativa, pero ve nubarrones en el horizonte si no se amplía el parque de vivienda y se alivia así la presión que el turismo y los expats ejercen sobre los precios de los pisos, con el evidente efecto gentrificador: “Barcelona es una idea muy grande, una gran marca con un potente soft power, pero también es una ciudad pequeña. Pequeña físicamente, pero grande en ideas, y la consecuencia es que Barcelona puede verse desbordada por los visitantes, y que la gente piense que esto supone un problema”.

Su receta es “acometer un futuro metropolitano con más transporte, mas casas, más espacio, expandiendo la economía, y esto hay que concebirlo como la consecuencia del éxito que ha tenido la ciudad, y no como un fracaso”.

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En esta línea, Carlin se refiere a las limitaciones de espacio del “teatro natural” que es Barcelona, donde se concentran “la emoción y la indignación” que “definen a los españoles, de los que desgraciadamente no puedo excluir totalmente a los catalanes”. “Hay una discrepancia –prosigue– entre la enormidad de la marca Barcelona, de la que la gente de aquí no es consciente y que es una marca mucho más fuerte internacionalmente que la de Madrid, y el pensamiento provinciano que mucha gente tiene aquí, más que en Madrid”

John Carlin, Greg Clark y Miquel Molina durante un diálogo sobre turismo y ciudad organizado por Turisme de Barcelona y La Vanguardia en el Hotel Palace.

John Carlin y Greg Clark, durante su diálogo en el hotel Palacee

Miquel Gomila

“Hay en Madrid un deseo de éxito y una capacidad de gestionar ese éxito que en cierto modo está ausente en Barcelona”, sentencia Clark, al referirse a los proyectos inmobiliarios que tiene en marcha Madrid en su región metropolitana.

La decisión de John Carlin ¿Por qué esta ciudad y no otra?

John Carlin se instaló en Barcelona tras vivir en una decena de ciudades. Aquí va su reveladora exposición de motivos: “Lo que he hallado aquí es un equilibrio que no he encontrado en otros sitios, en el sentido filosófico, entre entender que hay que ser eficiente y tener una infraestructura funcional y que hay que tener una economía razonablemente próspera y que hay que trabajar relativamente duro, por un lado, con el hecho de tener una convicción aguda, profunda y visceral de que la vida es corta y hay que disfrutarla”.

¿Está Barcelona a tiempo de consensuar con su entorno una gobernanza que la permita crecer y superar ese efecto olla a presión y evitar así morir de éxito? El contexto político no va a ayudar a ello. Tras la demolición metropolitana practicada por Pujol, el PSC, maniatado por sus propios alcaldes, ha sido incapaz de impulsar un nuevo proyecto de gran Barcelona, pese a que la ley del área metropolitana de 2010 permite acometerlo.

Y el futuro no invita al optimismo. En el mapa político catalán de los próximos años pueden irrumpir con fuerza formaciones ultras y antisistema como Vox o Aliança Catalana, para las que la consolidación de Barcelona como pujante ciudad global será la última de las prioridades.

lavanguardia

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