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Una foto con el monstruo

Una foto con el monstruo

¿Se acuerdan de Ma Anand Sheela? Ella era la estrella de Wild Wild Country, la serie documental sobre el gurú indio Osho y su ciudad-secta en Oregón a principios de los 80. Estrenada en Netflix en 2018, Wild Wild Country fue un fenómeno y convirtió a Sheela, mano derecha de Osho, en una celebridad. Como tal fue invitada aquel mismo año a un festival cultural en Barcelona. Aquello fue una chifladura absurda. En su momento, Sheela fue acusada de fraude e intento de asesinato, entre otros delitos que se cuentan en Wild Wild Country. Fue declarada culpable de algunos de ellos y cumplió condena. Cuando acudió a Barcelona ya era una mujer libre. Todo correcto. Todo bien. Todo mal.

Wild Wild Country no era precisamente una serie exculpatoria. Como Breaking Bad o Dexter, nos hacía una propuesta seductora: que el protagonista de la historia no fuese el héroe, sino el villano. Pero había una diferencia: Wild Wild Country, escrita y dirigida por los hermanos Maclain y Chapman Way, era una historia real. Y Ma Anand Sheela era una persona real.

Wild Wild Country por momentos conseguía que la disfrutásemos como una comedia loca y viéramos a Sheela como una mala de dibujos animados. Lo de que la realidad siempre supera a la ficción engancha bien con aquello de que comedia es igual a tragedia más tiempo.

Sin embargo, fuera de Wild Wild Country Ma Anand Sheela era solo un concepto grotesco. En la serie Sheela era una carismática señora del mal; fuera de ella, convertida en mono de feria y conferenciante de sí misma, quedaba reducida a penoso símbolo de una sociedad enferma de espectáculo y entretenimiento. Esa mujer era solo un mal bicho, no una buena villana. Peor que eso: una señora normal. Sheela era Himmler, no Cruella De Vil.

En el último de los tres episodios de La caza del Solitario, Carles Porta nos recuerda la historia del atracador de bancos Jaime Giménez Arbe, El Solitario. Porta ni quiere ni puede convertirlo en un criminal magnético. Es sencillamente imposible. Por no ser, El Solitario no era ni siquiera nihilista, aleatorio y kamikaze, como los buenos villanos de Batman. Giménez Arbe sólo era un psicópata muy mal vestido. Peligroso como persona, pero inofensivo como personaje. Peor que eso: aburridísimo como personaje. Sus últimas palabras en el juicio las pronunció en un idioma que nadie identificó. Y ni así tenía gracia el tipo. En La caza del Solitario cuentan que hoy se mueve con gafas de sol por la prisión. Como los famosetes en la cola del AVE: con actitud, atuendo y accesorios de estrella quizá alguien considere que lo son y les pida una foto. Seguro que a Sheela se las siguen pidiendo.

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