La era de las mentiras

Las generaciones más jóvenes son más difíciles de engañar. Saben buscar información mejor que sus padres y distinguen la verdad de la mentira con mayor facilidad. Han aprendido a estar siempre alerta.
El dilema de los nuevos tiempos es saber distinguir entre información y mentira; el gran dilema es ser consciente de que las cosas no son ni blanco ni negro. La zona gris es muy amplia, y precisamente por eso los polígrafos de la verdad ya han añadido otras variantes, como «cierto, pero...». Y la dificultad reside precisamente aquí, en la zona gris. Es fácil encender la mecha de una noticia falsa o contaminada, igual que es fácil difundir un rumor: cualquier mentira o rumor debe ser al menos algo plausible para tener éxito, para ser repetido y compartido. Una mentira, como bien saben los mentirosos, debe ser creíble para ser efectiva. Las redes sociales, la abrumadora cantidad de canales de información y la propia información, la falta de tiempo y disponibilidad para ver, leer, escuchar y pensar, son terreno fértil para que la desinformación se arraigue y para que entremos en el reino de la mentira. Tenemos polígrafos para desviar la verdad de las noticias como si fuera una megaerrata al final de un libro. Y esto se considera normal. No debería serlo. Un canal, un periódico, una página web no puede ni debe, bajo ningún concepto, publicar noticias falsas, contaminadas, llenas de medias verdades sea cual sea su intención o razón.
Pero, tal como enseñamos a los niños, las mentiras son cortas. La única manera de combatir esta avalancha de información falsa, chismes y percepciones erróneas que nos llegan constantemente a través de nuestros teléfonos móviles es con información veraz, sea popular o no, compleja o simple. Informarnos con antelación para no tener que desmentirla después, cuando nadie nos presta atención y casi no hay nada que hacer. Y los trucos de la inteligencia artificial y la inmediatez de las redes sociales con sus vídeos de un minuto hacen que esta tarea sea casi imposible.
La buena noticia es que los jóvenes no son tontos. No se tragan todo lo que les llega a sus teléfonos, y siguen siendo las marcas y los canales los que les dan cierta garantía de la veracidad de lo que leen y escuchan. Nuestros hijos crecieron en una época en la que se supone que deben ser desconfiados. La confianza en las instituciones, en las personas mayores y en las personas bien habladas ya ha dado sus frutos. Desde políticos hasta influencers, pasando por periodistas y comentaristas, todos son mentirosos en potencia. Sin embargo, las generaciones más jóvenes son más difíciles de engañar. Saben buscar información mejor que sus padres y distinguir la verdad de la mentira con mayor facilidad. Han aprendido a estar siempre alerta.
Con ellos, el mundo volverá sin duda al papel, al contacto cara a cara, a las conversaciones en lugar de los mensajes. Vivimos en una época en la que se exige autenticidad, y solo la presencia física y lo impreso ofrece mayor garantía de autenticidad. El mundo de la posverdad es condenado, con razón, por las nuevas generaciones que, como Santo Tomás, tienen que ver para creer. Se puede engañar a todo el mundo algunas veces; se puede engañar a algunos todo el tiempo; pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, dijo Lincoln (información no verificada).
Jornal Sol