Ser conservador en tiempos de libertinaje

Vivimos tiempos turbulentos a escala global, tiempos que inflaman las áreas más sensibles de los Estados: la política, la economía y la sociedad. Las opiniones han ido cambiando y con ellas las opciones tomadas, el ánimo se ha ido apagando ante una situación que no agrada a quienes, en particular, ya no saben qué actitud tomar en un mundo tan hiperbolizado en ideologías infundadas, sátiras culturales y políticas pobres y desajustadas. En medio de estos escenarios, la pregunta que queda es: ¿qué ser en un mundo que no sabe lo que es?
Hoy en día, todo lo que una vez supimos que era seguro se vuelve incierto: el papel de las familias, el papel de las democracias, las políticas sociales, la paz que aparentemente no durará. Hoy en día no sólo cambia lo que era correcto, sino que nos cuestionamos cuál es realmente ese derecho tan defendido: ¿qué es una familia? ¿Funciona el sistema de las democracias? ¿Cuál debe ser el papel del Estado en relación con las personas? ¿Es la guerra la nueva paz?
Las preguntas se convierten en el nuevo nivel de caracterización y definición de las conductas, algo que se desea como la propia descontextualización de lo cierto y la asimilación de nuevos valores morales de lo incierto. Pensemos en la figura misma de Jesucristo, siempre en el centro de muchos debates, tantas veces sacada de contexto, hoy colocada como vela política para los extremos: para los idealistas de la extrema derecha, es Cristo quien ordenó la erradicación de quienes no lo siguen y la construcción de una nación extremadamente orgullosa de su creencia, ciega defensora de las autoridades que la gobiernan; Para los revolucionarios de extrema izquierda, es el Cristo socialista que exige un sacrificio inconmensurable por una sociedad unida entre sí, en la que el Estado da todo a todos, y primer defensor de la inmigración, porque Él también fue inmigrante en tierras egipcias. Ambas definiciones son incorrectas, siendo interpretaciones altamente extensivas o restrictivas de pequeños pasajes dichos y revelados por Jesucristo, sin analizar la figura completa - problema este que viene a sentirse debido a la falta de contextualización de la facticidad, también tomada como percepción, en un acontecimiento que parece transformar la historia en historiografía.
No sólo en el ejemplo de Jesucristo, sino en varias otras imágenes y figuras que fueron moldeadas por una certeza de caracterización y que ahora se vuelven inciertas y se despliegan en favor de una opinión convincente de un lado: un ejemplo burdo en esta materia es la política, o más coherentemente, la campaña, en la que los partidos parecen necesitar alterar los hechos o interpretarlos equivocadamente para transmitir esa imagen de confianza que el pueblo necesita tragarse para votar por ellos. Es como el ejemplo dado por Jesucristo: los partidos dirigen el timón no hacia el contexto completo en el que vivimos, sino hacia el imaginario utópico que surge de pequeños extractos, titulares o ensayos de medidas políticas, en el que nos gustaría vivir – o se construye la percepción de que todo está mal o la percepción de que todo está bien, y de ambas no es posible extraer los verdaderos hechos.
En este contexto, si el mundo se deja llevar por meras percepciones sobre los hechos que construyen el plan político, económico y social, es importante tener presente que como seres autónomos y pensantes debemos tener presentes los valores y principios probados y arraigados de nuestra naturaleza, estos como piedra angular de nuestra existencia, porque en un espacio global donde estamos patas arriba con embrollos cotidianos y dudas constantes, donde nada se resuelve y todo se pone en cuestión, es correcto ponerse del lado de los hechos y no de las percepciones, porque los primeros han varado nuestra existencia hasta ahora, mientras que las segundas parecen prometer agotar nuestra existencia en la tierra.
En este plan se propone el papel del conservador. Quien lucha contra los ataques ideológicos libertinos que prometen agotar la memoria histórica y cultural, los honores pasados y las victorias de momentos y tiempos, de guerras y luchas que se libraron para que hoy tengamos los valores y principios que rigen y sostienen las sociedades en que vivimos y morimos. El conservador es aquel que recorta el horizonte del pasado hacia el presente, aquel que pretende crear conciencia sobre los legados del pasado y que se encuentra rodeado de acusaciones infundadas sobre la ética y la moral, o culpado por querer mantener el orden natural de las cosas. Le apodan “el pirómano” del orden público, irrespetuoso del libre albedrío humano, sin embargo todas estas afrentas e insultos son hechos a él y no por él a los demás, por lo que se entiende que el pirómano e irrespetuoso no es él, sino el que se afirma por la libertad de todos, todas y todos, solo contagiando a quienes piensan igual que él y no de manera conservadora, porque “sus ideales están anticuados y el pueblo ya no es el mismo”. Se entiende, en este sentido, que ni los libertinos saben de qué acusan al conservador, pues efectivamente el pueblo es el mismo, lo que ha cambiado es su libertad de expresarse como debe, pasando a ser una falsa libertad en la que medios y políticos etiquetan los temas como “controvertidos”, llevando a todo un país a tener la misma percepción, percepción que como ya se mencionó, ahora se considera un hecho y el hecho como mera percepción.
Es justo terminar estas consideraciones y juicios con la definición más importante que hay que retener y que debe ser asimilada por todos y no dada por otros: ser conservador es ser capaz de luchar por valores olvidados, hechos devaluados y por una identidad que está a punto de perderse; Ser conservador es ser alguien que conoce su lugar en el barómetro político, lejos de los libertinos de izquierda y fuera de los movimientos de extrema derecha; Ser conservador es ante todo ser alguien, porque hoy en día, debido a las imposiciones sociales y mediáticas de reformas infundadas y ennegrecidas, todos terminamos con un pensamiento inquieto, un escepticismo que sacude nuestro carácter, en el que ya no sabemos ni lo que somos.
observador