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La importancia de llamarse Ernesto

La importancia de llamarse Ernesto
Opinión

Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ernesto Zedillo
Ernesto Zedillo, expresidente de México, durante la inauguración de international Bar Association.Andrea Murcia Monsivais (Cuartoscuro)

No es que Ernesto Zedillo haya dicho algo que no se supiera, lo importante es que él lo haya dicho. En 1895, Oscar Wilde escribió la obra The Importance of Being Earnest, jugando con el doble sentido de Ernest y “earnest” (el nombre y el adjetivo; serio, sincero, honesto). En estos días los sectores conservadores y la prensa crítica a la 4T han dado vuelo a posicionamientos del expresidente Ernesto Zedillo (1994-2000), quien en un texto publicado en Letras Libres (“México: de la democracia a la tiranía”) y en una entrevista en Nexos, acusa a Andrés Manuel López Obrador y a Claudia Sheinbaum de impulsar una deriva autoritaria.

La reacción por parte del gobierno, empezando por la propia presidenta en el espacio de la mañanera, ha consistido en un duro cuestionamiento a la calidad moral y profesional del expresidente. Zedillo, a su vez, ha respondido que la descalificación a su persona no constituye una respuesta a los argumentos de fondo, sobre el presunto autoritarismo y la corrupción de la 4T.

Por lo general pienso que descalificar al mensajero no es suficiente para demostrar la falsedad del mensaje. La calidad y veracidad de la reputación, o la falta de ella, es importante al analizar una crítica, desde luego, pero es un dato que no agota el contenido de una acusación y la necesidad de una respuesta. Sigo pensando que, en algún momento, el gobierno tendría que responder a los argumentos de fondo, que los tiene. Podemos coincidir con Morena o no, pero hay una lógica en la necesidad de dotar de instrumentos de mando al ejecutivo, para estar en condiciones de impulsar un giro de timón en favor de los sectores desprotegidos, contra la inercia de un sistema construido para impedirlo. La 4T tendría que demostrar que esta concentración de instrumentos políticos es necesaria para compensar el control de los recursos económicos en manos de las élites y, además, garantizar con argumentos que las reformas no se traducirán en uso faccioso del poder.

En resumen ese sería el eje de una respuesta a las acusaciones de Zedillo. Pero en este caso, también es pertinente la valoración de quien emite la crítica. Al menos por dos razones. Uno, porque Nexos, Letras Libres y los muchos medios de comunicación que difundieron las impugnaciones del expresidente, no lo hicieron porque el contenido de su mensaje fuese una novedad, toda vez que lo de la deriva autoritaria es desde hace meses un mantra de quienes critican a la 4T. Lo que lo hacía importante es que lo dijera un expresidente y, concretamente, este expresidente. Las élites económicas, en particular, lo consideran el menos político de los mandatarios que ha tenido México; prácticamente una virtud considerando lo desacreditado del oficio político. Zedillo pasa por ser un técnico, al que, por lo demás, no se le acreditaron escándalos personales o enriquecimientos desmesurados. El peso de la acusación no reside en la novedad o profundidad de la crítica, sino en la identidad del crítico.

Por lo mismo, resulta lógico que la parte atacada haya enfilado sus baterías a cuestionar el valor ético, el profesionalismo y la honestidad de Zedillo, en la medida en que son esas las razones de fondo para que los sectores conservadores lo hayan asumido como un paladín de su causa. Las incongruencias del Fobaproa, los manotazos autoritarios en su gestión o el cuestionable empleo recibido de parte de una empresa ferroviaria favorecida por el propio Zedillo, torpedean la supuesta imagen de esta conciencia crítica. No, no es un nombre honesto, afirma la defensa: Ernesto no es earnest. Si esa es la razón por la cual lo trajeron a la arena pública, el mensajero queda invalidado por sus defectos y, en esa medida, el peso de su argumentación.

Pero hay un segundo motivo. Zedillo no es un alter ego, ni una especie de conciencia moral que sale de su retiro para emitir juicios sobre los asuntos de los mortales. Se trata de un protagonista decisivo en las razones que llevaron a construir lo que hoy es Morena. El proyecto de nación que este movimiento impulsa nace de su oposición a la visión tecnocrática y neoliberal que se instaló en los años noventa. La presidencia de Zedillo no solo fue clave en la construcción de las medidas económicas para otorgar preeminencia al mercado, también en la edificación de la red de instituciones políticas y administrativas para asegurar ese modelo. Mismas que el gobierno de la 4T ahora intenta deconstruir.

Para López Obrador y Claudia Sheinbaum ha sido fundamental mostrar el carácter ficticio de esa supuesta democracia; lejos de responder al interés de las mayorías otorgaba una pátina de legitimidad a un orden destinado a favorecer al tercio superior de la población. La crítica a la visión de país del modelo neoliberal pasa por exhibir las incongruencias de quienes construyeron ese orden y la falacia de sus argumentos. Mostrar las incongruencias de Ernesto Zedillo no es sólo cuestionar el valor moral del portador del mensaje, es también demoler el mensaje mismo.

Como director de un diario de Guadalajara en aquellos años me tocó hablar a solas con Zedillo en un par de ocasiones. En efecto un técnico, ajeno al apetito de poder político y/o económico que caracteriza a tantos en la esfera pública. Pero, curiosamente, eso no lo hacía potencialmente menos dañino. Él y López Obrador han sido los presidentes con más carga ideológica de la historia moderna de México, aunque desde el signo opuesto. Zedillo creía firmemente en la bondad de su visión tecnocrática y neoliberal y actuaba en consecuencia. El deterioro del poder adquisitivo de los de abajo, la transferencia a los de arriba y el desmantelamiento de las políticas asistenciales tomaron cuerpo durante su gestión. Una creencia ciega en el mercado; favorecer la acumulación mediante el abaratamiento de la mano de obra. Según su modelo eso crearía empleos y prosperidad; pero solo se consiguió para un tercio de la población, el resto aguantó hasta que exigió un cambio. En materia de poder no siempre el más perverso es el más dañino.

@jorgezepeda

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