'Mortal y rosa', el gran libro de Umbral, también es música

Alejandro Pelayo no había leído Mortal y rosa de Francisco Umbral hasta hace unos meses, quizá un año. Él andaba a otras cosas: el piano, la composición musical, las soireés con poetas a los que inventa músicas para el verso, el eco del que fue su grupo, Marlango, junto a la actriz Leonor Waitling... A eso estaba Alejandro Pelayo (Santander, 1971) cuando sonó el teléfono y del otro lado estaba Marián Bárcena, motor de la productora musical Maelicum y escritora. Le preguntó eso mismo: "¿Has leído Mortal y rosa?... Pues debes leerlo".
Y Alejandro Pelayo compró un ejemplar, lo dejó reposar unas semanas y cualquier día lo abrió para leer esto: "Los niños son lámparas de la vida. Cambiar la lámpara, comprar una lámpara. Y el fuego, el miedo, el insomnio, el terror, el niño, la fiebre, el miedo. Tendido en la oscuridad, solo, veo mi vida como una historia de nubes. Nada existe, nada ha existido, y lo escribo todo para que de alguna manera exista". Un fragmento escogido al azar del libro.
Pelayo no pudo despegarse y se untó de la prosa funeral y distinta de Mortal y rosa. Llamó él a Bárcena y le dijo que aquello era impresionante. Y ahora, qué. "Pues ahora, llévalo a música". El músico tomó esa antorcha. Es un pianista de talento desbordante. Y después de meses viviendo en Umbral, componiendo, interpretando lo que leía, entusiasmado y asustadizo, remató un trabajo al que puso por título Donde el amor inventa su infinito, la segunda parte del verso mítico del verso de Salinas que da cuerpo de título al libro: En esta corporeidad mortal y rosa... 50 años se cumplen ahora de la publicación de ese testimonio de duelo, de entraña, amor, daño, enfermedad, muerte y frío.
En la sala de cámara del Auditorio Nacional (Madrid, a las 19.30) Pelayo estrena mañana esta aventura vibrante en la que él interpreta al piano y en la que colaboran Josep Trescoli (violonchelo), José Antonio García (bajo, voz), Pablo Pulido (programaciones y electrónica) y Laura Porras (mezzosoprano). Y tres canciones de Guille Galván, compositor y guitarrista de Vetusta Morla: Tú y yo, Si esta noche me atreviera y Les diremos que no cuenten con nosotros. Dice Pelayo: "No estaba preparado ni prevenido para lo que se me venía encima y lo que esta lectura ha supuesto para mi música y para mi vida. Lo empecé a leer una noche del verano pasado y lo acabé ya de mañana. Fue el primero de muchos días en que he vuelto al libro con la ilusión de dejarlo atrás, pero es un artefacto literario que no se termina y que te acompaña siempre, como las heridas o los miedos".
Mortal y rosa es el exorcismo en palabras que Francisco Umbral escogió para comprender y vengar la muerte precoz de su hijo Pincho, a los cinco años, por una leucemia. Alejandro Pelayo fue construyendo la música en paralelo al texto, pero necesitaba una estructura con la que ordenar y entender. "La encontré en la tradición de la música sacra, en las misas de réquiem que he estudiado fijándome, sobre todo, en lo formal aunque aquí incluya elementos eléctricos". No va a ser un concierto al uso. Hay desde la puesta en escena una intención: los músicos estarán en un círculo, la luz saldrá hacia arriba y la música impregnará en todas direcciones.
-- ¿Qué supone hacer algo así con un libro que es, prácticamente, intocable, donde todo es música ya?
-- Para mí ha supuesto una liberación, un refugio. Espero que la música sirva para proteger al que la escuche de lo que sea que le esté agrediendo. Me gusta pensar que construimos espacios donde cada uno puede entrar con su dolor y compartirlo, cuidarse, que la música cumpla su función sanadora y el concierto sea una catarsis colectiva.
El músico llama a esta expedición "misa de réquiem y suite electrónica contemporánea". Y avanza algo más del concierto: "Es un recorrido sonoro inspirado en el diario íntimo y deslumbrante de Umbral, porque Mortal y rosa es un diario de intimidad y desamparo". Con ráfagas de escalofrío como esta: "Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más". Este concierto está dedicado a quienes se fueron antes de tiempo.
Una cosa tiene clara Alejandro Pelayo después de vivir en las páginas de Mortal y rosa a lo ancho de un año. Y es que el libro es una caja de música. "Exactamente es eso: una caja de música atemporal y circular, sin tiempo ni principio ni fin, un estado de ánimo irascible y doliente, y sobre todo un texto poético de una belleza deslumbrante". Quizá el más conocido de los muchos que dejó Francisco Umbral, el que apelaba más a la desnudez y la fragilidad de quien se había confeccionado una máscara como una fortaleza.
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