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De túneles y flotillas

De túneles y flotillas

En el cuento más famoso de Úrsula K. Le Guin, Los que abandonan Omelas, la escritora estadounidense planteó un dilema ético y moral que nunca dejará de estar vigente. Estamos en la fiesta del solsticio de verano de una ciudad futura llamada Omelas. Es la ciudad de la felicidad. Hay drogas y orgías si para ti eso es la felicidad, nos dice Úrsula con ironía. Todos en esa ciudad son felices. Todos, salvo un niño que está encerrado y maltratado en un sótano. Para que la felicidad de toda la ciudad se mantenga, ese niño tiene que seguir ahí encerrado. La gente de Omelas lo sabe; los llevan de excursión a ver al niño cuando son pequeños.

Me he pasado todo el fin de semana viendo stories de conocidos en Instagram bailando en el Primavera Sound. No habría nada interesante en ese dato, salvo porque a las puertas del Primavera Sound habían instalado un túnel que recreaba los bombardeos de Gaza. 15 metros de oscuridad, con bucles de bombas, sonidos de drones y alarmas aéreas. Sin pantallas ni estímulos fotográficos. Pensado por las ONG Casa Nostra, Casa Vostra y NOVACT y el ingeniero palestino Oussama Rima, la idea era concienciar a la gente de que el sonido puede ser el mayor de los placeres o la mayor de las torturas. La idea era removerte el cuerpo y luego dejarte a ti decidir si quieres seguir o no con la fiesta.

¿Artivismo? ¿Campaña de marketing contra el Sónar y el Brunch Elecktronik, los dos festivales de la competencia, después de la polémica que ha salpicado a estos últimos por estar financiados por el fondo de inversión pro israelí KKR? En cualquier caso, la instalación Unsilence Gaza es un experimento social interesante, sobre todo, porque casi todos los asistentes la ignoraron. Y eso que estaba a las puertas del festival. Incluso la gente que entraba al túnel, después de estar unos segundos allí, salía e iba a buscar a su grupo de música favorito.

Lo que más me gusta del cuento de Úrsula K. Le Guin es el final. Un final en movimiento. Un andar hacia algún sitio, porque Úrsula nos dice que, a veces, alguna de las personas de las que van a ver al niño no vuelven a su casa para llorar o enfurecerse. Simplemente se van. ¿A dónde? Habría que preguntarle a Liam Cunningham, Greta Thunberg y el resto de la Flotilla de la Libertad. "El lugar adonde van es aún menos imaginable para nosotros que la ciudad de la felicidad. No puedo describirlo, en absoluto. Es posible que no exista. Pero parece que saben muy bien adónde se dirigen los que se alejan de Omelas".

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