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Cuando la ópera es una 'sitcom' en nombre de Ravel y Puccini

Cuando la ópera es una 'sitcom' en nombre de Ravel y Puccini

El tamaño no importa en la ópera. Hay títulos gigantescos de mucho interés -Maestros cantores, Boris Godunov, Don Carlo, Los troyanos- como los hay breves cuya genialidad se resuelve en cuestión de 60 minutos. Ocurre con La hora española de Ravel y con Gianni Schicchi de Puccini, aunque rara vez acostumbran a reunirse en un díptico. Y no solo porque la ópera italiana ya forma parte de una trilogía homologada-Il trittico-, sino porque a los programadores de los teatros rara vez les ocurre relacionarlas. Es una cuestión de estilos y de sensibilidades. Y no es una cuestión de épocas. La exquisita operita de Maurice Ravel se estrenó en 1911; la joya tragicómica de Giocomo Puccini lo hizo siete años más tarde.

Resulta que el teatro de Les Arts de Valencia acaba de maridarlas felizmente desde el contraste estético -impresionismo, verismo-, desde la clarividencia del foso -Michele Spotti- y desde el planteamiento de sitcom que proporciona la audaz concepción escénica de Moshe Leiser y Patrice Caurier.

El programa predispone la diversión y la extrapolación contemporánea. Empezando por la solución de trasladar la trama florentina y dantesca (dantesca en sentido literal) a la habitación de un hospital de principios de siglo XX. Allí agoniza el protagonista silencioso de la ópera, el ricachón Buono Donati. Y allí pretenden también esquilmar la herencia de sus familiares, aunque es el factotum Gianni Schicchi quien escarmienta a todos con la urdidumbre de una trama camaleónica que subraya el humor negro de la obra.

No acostumbra Puccini a dejarse ver ni escuchar en el repertorio cómico. Y aquí lo hace valiéndose de un argumento trepidante cuya vitalidad predispone la inspiración misma de la música. Puccini concibe una obra maestra no ya por la relación inextricable de la palabra y el pentagrama, sino por la psicología de los personajes y su identificación con los leitmotivs, por el cromatismo de la trama, por el estado de ánimo… de la orquesta.

Puccini concibe una obra maestra no ya por la relación inextricable de palabra y pentagrama, sino por la psicología de los personajes

E hizo bien el maestro Michele Spotti en demostrar en Valencia hasta qué extremo Puccini cultivaba un lenguaje de vanguardia independientemente del melodismo y del sentimentalismo. La ópera reviste un asombroso dominio de la forma y del género tragicómico. El sarcasmo de la partitura predispone, por contraste, los pasajes de esparcimiento lírico donde brillan las arias de Lauretta y de Rinuccio, representados en Les Arts con las voces estupendas de Marina Monzó e Iván Ayón Rivas. Y está claro que el pasaje de O mio babbino caro funciona siempre como la cláusula de estremecimiento de la obra, pero la presencia de Ambrogio Maestri en el rol principal confirma que Puccini lo había escrito (sin saberlo) pensando en el colosal bajo lombardo.

Hay una afinidad orgánica entre Maestri y Schicchi, igual que le ocurre con el Falstaff de Verdi. Rebosa vocalmente los dos personajes. Y les otorga el sesgo hedonista y picaresco sin descuidar el calor y la humanidad, tanto por el color vocal como por la credibilidad escénica y carismática.

Saben aprovecharlo Moshe Leiser y Patrice Caurier en un planteamiento escénico de extraordinaria fluidez que aprovecha los resquicios de la comedia negra y que resulta de una actualidad asombrosa pese a que -o gracias a que…- la fuente original del libreto proviene del trigésimo canto de la Divina Comedia. Quiere decirse que la miseria y oportunismo de una familia al acecho de un millonario en agonía ya operaba hace ocho siglos, igual que existían, naturalmente, el adulterio y el derecho de la mujer insatisfecha.

Ahí reside la trama nuclear de La hora española, una delicia operística de Maurice Ravel que transcurre, efectivamente, en 60 minutos y que el compositor concibió en Toledo para describir las relaciones extramatrimoniales de una ama de casa en ausencia de su marido relojero.

Y es el tiempo -el paso del tiempo-, claro, la alegoría que “tictaquea” la ópera, aunque la producción de Moshe Leiser y Patrice Caurier explora los equívocos del libreto para incidir en los pasajes de mayor comicidad, empezando por el uso de los relojes de pared como escondite de los pretendientes que ceban la cornamenta del marido.

placeholder 'La hora española'. (Les Arts/Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)
'La hora española'. (Les Arts/Miguel Lorenzo/Mikel Ponce)

Un toro bravo prorrumpre en el escenario encarnando la fertilidad. Y subrayando, de paso, los guiños de Ravel a la Carmen de Bizet, tanto por el mensaje subliminal de la habanera como por el pasaje implícito del toreador. El homenaje suscribe la mirada restrospectiva de la música. Y la audacia con que Ravel explora igualmente la comedia del arte, aunque impresiona más la sutileza e ingenio de las texturas impresionistas. Y la originalidad con que maneja el “parlato” y la línea de canto a beneficio de la definición teatral y caricaturesca de los personajes. Cumplieron con creces las voces de Eve-Maud Hubeaux, Ayón Rivas, Mikeldi Atxalandabaso, Armando Noguera y Manuel Fuentes, mientras que la sobria dirección de Michele Spotti concedió más atención al control y a la asepsia que a la extravagancia.

Es muy interesante el juego de espejos entre Puccini y Ravel en la irrupción de las vanguardias. Ya se ha estrenado con anterioridad el Pélleas et Mélisande (1902) de Debussy. También se ha producido la sacudida straussiana de Salomé (1905) y de Elektra (1909), pero el centenario de la muerte de Puccini que estamos celebrando este año demuestra que el compositor italiano es indisociable de la actualidad, como si fueran suyas las últimas palabras de Gianni Schicchi: “Pero con permiso del gran padre Dante, si esta noche se han divertido, concédanme... ...¡un aplauso!”.

El tamaño no importa en la ópera. Hay títulos gigantescos de mucho interés -Maestros cantores, Boris Godunov, Don Carlo, Los troyanos- como los hay breves cuya genialidad se resuelve en cuestión de 60 minutos. Ocurre con La hora española de Ravel y con Gianni Schicchi de Puccini, aunque rara vez acostumbran a reunirse en un díptico. Y no solo porque la ópera italiana ya forma parte de una trilogía homologada-Il trittico-, sino porque a los programadores de los teatros rara vez les ocurre relacionarlas. Es una cuestión de estilos y de sensibilidades. Y no es una cuestión de épocas. La exquisita operita de Maurice Ravel se estrenó en 1911; la joya tragicómica de Giocomo Puccini lo hizo siete años más tarde.

El Confidencial

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