El mundo se mete en un jardín: a qué se debe el auge de los libros sobre espacios ajardinados

En tiempos de convulsión política, incertidumbre climática y avance veloz hacia un futuro tecnológico, la civilización no puede evitar volver a la idea del jardín, a esa especie de edén perdido que representa un espacio de paz y equilibrio en el que se puede cultivar el yo interior o soñar con una nueva utopía conectada con la naturaleza.
“Nunca me gustó la palabra utopía, las grandes utopías siempre han acabado en violencia. Además, en griego significa no lugar , un lugar que no existe. Thomas More imaginó la isla de Utopía, que es un ideal, una realidad opuesta a la cotidiana. Pero el jardín es un lugar real, está al alcance de todos y es como un sueño realizable con un poco de atención a un lugar y a unas plantas”.
“Montaigne decía que la filosofía debe enseñarnos a morir. Yo creo que lo hace la jardinería”Lo afirma el jardinero y ensayista Marco Martella, con quien La Vanguardia conversa en ocasión de su visita al Festival de Peralada, dedicado este año al concepto de jardín. La cuestión que persigue a este italiano que escribe en francés es que cualquiera puede realizar esa utopía de un mundo basado en valores opuestos a los de la sociedad contemporánea: paciencia, cuidado, atención, modestia.
“Porque el jardinero sabe que debe ser modesto frente a la arrogancia, la hybris del hombre contemporáneo que domina, conquista, cambia, pasa. El jardinero debe hacerse pequeño”, añade el autor de Un pequeño mundo, un mundo perfecto o Fleurs (Elba).

El jardinero y escritor Marco Martella en los jardines de Peralada
Maricel Chavarría / Propias¿Se pueden cambiar las cosas políticamente a través del jardín?
“No lo creo, pero el jardín nos pone frente a nuestras responsabilidades como seres humanos. ¿Qué quieres hacer? ¿Cómo quieres habitar el mundo? No solo respecto a la naturaleza, sino a los demás, a todo. Y no hace falta hacer programas, proyectos, manifiestos, sólo hacer las cosas. Es una utopía al alcance de todos. Pero, ¿existe esta idea contemporánea del jardín como modelo para el paisaje y el mundo? ¿Cómo se puede exportar el modelo del jardín más allá? ¿Cómo ser jardineros en el mundo? Una pregunta a la que cada jardín nos remite”.
El mundo editorial español ha ido rezagado respecto al inglés o el italiano en lo que a literatura sobre jardines se refiere, pero ahora experimenta un boom. Desde la jardinosofía que propone el filósofo Santiago Beruete, que este año saca nuevo ensayo, PLAN(e)TA. Calidoscopio filosofal (Turner), hasta el paseo botánico por las grandes pinturas que traza Eduardo Barba en El jardín del Prado (Espasa) y que ya va por la décima edición, o Aprendiz de felicidad. Una vida en el jardín (Errata Naturae) de la italiana Pia Pera.
No ha de ser un Versalles o un Retiro, una maceta en casa cuidada con esmero es un jardín personal. ‘Esa es mi rosa, –decía el Principito–, y es importante para mí porque yo la he cuidado’” Eduardo BarbaAutor de 'El jardín del Prado'
“El jardín es el lugar en el que todo se hace realidad, de lo más mundano a lo más divino –señala Barba–. Es una de las creaciones humanas más efímeras y frágiles, pero la semilla que deja en quienes lo crean y lo disfrutan es imperecedera. Es una de las escuelas de democracia más maravillosas, no ha de ser un Versalles o un Retiro, sino que una maceta en casa cuidada con esmero es un jardín personal. ‘Esa es mi rosa, –decía el Principito–, y es importante para mí porque yo la he cuidado’”.
“Los jardines están de moda –confirma la editora Clara Pastor–, pero no será pasajera: los humanos están sacando las antenas hacia la naturaleza, hacia un retorno al silencio y a la armonía con la naturaleza”. Su editorial Elba tiene diversos autores dedicados al tema. El milanés Umberto Pasti, que un día despertó bajo una higuera en un pueblecito remoto en la costa de Marruecos y supo que allí levantaría su soñado jardín botánico, es el autor de Jardines. Los verdaderos y los otros (Elba) y Perdido en el paraíso (Acantilado). Ahí, sin agua ni luz, ha montado su fundación para niños marroquíes que ayudan a crear el edén. De ahí que convenga en ser mediático, en salir en revistas de moda y tener fans como la reina Camila.
Este sábado, en Peralada William Christie: “No podría escoger entre la jardinería y la música”William Christie lleva instalado en sus jardines de Thiré, en la Vendée francesa, desde 1987. El director musical, nacido en Buffalo (Nueva York), hace 81 años localizó lo que era un terreno baldío y quedó totalmente prendado, pues soñaba con levantar de la nada, y con su imaginación y sus manos, un jardín inspirador en el que celebrar su propio festival de música barroca. “Crear un jardín no es solo dejar crecer, sino también componer, como si se tratara de una partitura. Implica una colaboración entre la naturaleza y la intención humana, incluso si el punto de partida es un terreno baldío o aparentemente sin valor”, explicaba estos días a cuenta de su presencia este sábado (20 h) en el Festival de Peralada con su conjunto Les Arts Florissants. Músico-jardinero o jardinero-músico –“no podría escoger”–, Christie ha cambiado por un día sus jardines por los del Castell. Pero en agosto sus conciertos los celebra en Thiré, en ese espacio orgánico pero estructurado que cuida personalmente con ayuda de tres jardineros y algunos aprendices. “Cuando pienso en este jardín, pienso en la música que me gusta”, dice. Entre parterres versallescos asoma un estanque en el que Les Arts Florissants da conciertos flotantes a la luz de las antorchas. Y se adivinan paseos musicales en pasarelas verdes. Aquí la música brota. También en el Théâtre de Verdure: un acogedor anfiteatro vegetal formado por tejos podados en estilo chinoiserie. “A mí me conmueve profundamente la naturaleza que camina de la mano del ser humano, la que dialoga con él”. El jardín como un espacio vivo, casi humano, capaz de sentir la sequía o el descuido. Esa es la relación sensible y de afecto que tiene el maestro con la naturaleza.
En otro carril se sitúa el pope francés del jardín ecológico Gilles Clément, quien introdujo los conceptos jardín en movimiento –las plantas cambian de sitio porque sus semillas viajas– y jardín planetario , en que todas las sociedades estén preocupadas por el tema.
Las corrientes son diversas: en el Mediterráneo y Latinoamérica priva el jardín seco, con poca agua; luego, en contraposición al jardín francés estético, está el jardín salvaje en el que milita Clément. Pero entre la filosofía y el activismo hay posiciones sensibles, poéticas, como la de Martella, autor de los heterónimos Jörn de Précy –un supuesto jardinero y erudito islandés del siglo XIX, asentado en Oxfordshire, bajo cuyo nombre publicó El jardín perdido (2018) y escribió para la revista Jardins – y Teodor Cerić, un poeta croata ficticio que huye de Bosnia, se refugia en un jardín y publica Jardines en tiempo de guerra .
Al final es de Martella de quien se enamoran los libreros, pues el jardín es la antifilosofía, o una filosofía de la sencillez. “Montaigne decía que la filosofía debe enseñarnos a morir. Yo creo que lo hace la jardinería. La relación entre tu muerte y tu vida adquiere un valor mayor, porque se inserta en un movimiento cósmico: el de la vida que sigue, las estaciones que se repiten”, añade Martella.
La belleza es, según el ensayista, el fin último. Le entristece que en el jardín ecológico se abandone la belleza frente al equilibrio ecológico o la biodiversidad. “Para mí la belleza es el motivo principal; de lo contrario, ¿por qué hacer un jardín? Si te interesa la vida, vete al bosque. El jardín es este trabajo donde el hombre interviene en las formas de la naturaleza para crear algo nuevo, personal. Es un sueño de belleza que se realiza”.
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