Romina Paula en las sierras cordobesas

Si las anteriores novelas de la actriz, dramaturga y escritora Romina Paula podían pensarse como una suerte de trilogía involuntaria, Hija biográfica puede leerse como un pliegue y una puesta en abismo. Aquí retoma la primera persona pero con una diferencia: quien habla es Leonor, una adolescente que fue adoptada por Leticia, actriz y viajera que en una suerte de monólogo irá contando la vida de quien se construye como su madre. A la vez, se preguntará por su madre biológica y por ella misma. Esta voz –intercalada con el paisaje de las sierras cordobesas– conforma un experimento del lenguaje propio de la autora, construyendo una toma de distancia casi propia del teatro de Brecht para generar en el lector una reflexión crítica.
Lo notable es que, en ese artefacto narrativo, el foco no está puesto tanto en la madre (el supuesto sujeto de esta “biografía”), sino en la mirada –amorosa, conflictiva, a veces irónica– de la hija que narra. Esta elección produce un desplazamiento interesante. La pregunta que sobrevuela es esta: ¿cómo se cuenta a una madre sin convertirla en personaje? ¿Cómo evitar traicionar su opacidad, su misterio?
Los condimentos habituales de la autora de ¿Vos me querés a mí?, Agosto y Acá todavía están presentes: un sutil y delicado tratamiento de la oralidad, descripciones sensoriales que son casi poesía en prosa, destellos de cultura pop –canciones de No Te Va Gustar, recreaciones de la película Mi primer beso– y una indagación permanente en torno a vínculos familiares rotos. A la vez, una pregunta existencial sobre lo femenino recorre las 203 páginas hasta la raíz.
Más allá del distanciamiento, la emoción no está ausente. La autora experimenta con un lenguaje algo más farragoso, desbordante y menos podado que en su obra anterior para darle voz a un nuevo modo de narrar que colinda con su propio universo. ¿Qué se agrega en esta nueva primera persona?
Hay un tono testimonial diferente, porque también hace gala del estilo indirecto para narrar la historia de un otro: Leticia, la madre que no conoció y desea descubrir; su pequeña hermanita, Jacinta, recién nacida y su entrañable amiga Camila Aluminé, quien se convertirá por momentos en una invitación a la exploración sexual. El procedimiento es un poco ruso: pequeños relatos le dan vida a uno aún mayor. Una especie de constelación que se interroga sobre dilemas existenciales. Leonor afirma en un pasaje: “Increíble todo lo que me falta saber”.
Esta novela también puede leerse a partir de cómo son narrados los cambios que atraviesa una mujer –algo presente en su obra anterior, abordado desde otro momento de la vida–, pero no desde el panfleto sino desde la curiosidad: la primera menstruación que no llega, el deseo de tener muchos novios.
Es, en gran medida, un relato sobre la búsqueda de la propia identidad el que hilvana esta hija biográfica. Otro recurso fundamental es el tono de la novela de aventuras. Los personajes no están quietos. Más bien al contrario, se secan al sol sobre las piedras calientes a orillas del río o van de excursión a Iruya. Excursiones narrativas que remiten tanto a lo cotidiano como a lo trascendente.
Es imposible no tender puentes entre la madre actriz narrada por la hija biográfica en esta novela y la biografía de la propia Romina Paula. Sin embargo, más allá de la obsesión del lector más curioso, dicha indagación es un callejón sin salida. La vitalidad de su prosa reside en que cada imagen puede tener cierta semejanza con lo real pero, al igual que los copos de nieve, cada cual tiene su propio patrón de belleza irrepetible.
Hija biográfica, Romina Paula. Entropía, 203 págs.
Clarin