JES, una oda a la casta

JES eran las siglas con las que nos referíamos a José Enrique Serrano, fallecido hace pocos días en Madrid. Seguramente desconocido para el gran público, todos los que se dedican o se dedicaron alguna vez a la política sabían perfectamente quién era. Creo que no exagero si afirmo, además, que la gran mayoría de los que le conocieron le admiraban y respetaban profundamente. El minuto de silencio en el Congreso por su muerte fue de las pocas cosas unánimes que verán en esta legislatura. Tenía al Estado en su cabeza y conocía como pocos las instituciones de nuestro país: sabía de qué material están hechas, sus recovecos y cuál es el mejor producto para su cuidado.
En lo personal era un hombre austero pero elegante, incluso presumido diría, divertido, culto y discreto (se lleva a la tumba incontables secretos sobre la política española de las últimas décadas, de Catalunya al artículo 135 de la Constitución pasando por ETA). De ideas progresistas y extremadamente tolerante, como solo lo son los que no usan la ideología como refugio moral sino como principio rector, cuando le escuchabas argumentar se confirmaba lo que aprendí hace ya un tiempo: que la moderación es la virtud de los fuertes.
Jurista de formación, fue estudiante y profesor antifranquista en la Complutense, mano derecha de Narcís Serra en el Ministerio de Defensa y en la vicepresidencia del Gobierno, director del Gabinete con Felipe González y luego durante toda la presidencia de Zapatero. Ayudó a Joaquín Almunia cuando fue secretario general del PSOE y una corta etapa a Pedro Sánchez, muy al principio. Estos últimos años fue patrono y vicepresidente de la Fundación Felipe González.
Tuve el privilegio de trabajar con él esta última década y mi único lamento es no haberle conocido antes: no solo aprendías muchísimo a su lado, sino que aprendías a pensar de otra manera. Y eso que discutí un montón con él porque necesariamente veíamos muchas cosas muy distintas. Yo, catalana, heterodoxa y de otra generación y él, un castellano con el Estado a cuestas.
JES no era un negociador temible por su actitud, sino por su solidez; ninguno de sus argumentos era banalRecuerdo una anécdota que a él le hacía mucha gracia y contaba siempre de cuando tuve la intención de proponer y acometer una reforma un tanto atrevida, pero de la que estaba muy convencida. Me dijeron: “Ok, adelante, pero solo si lo ven JES y Rubalcaba”. A sabiendas del reto, me preparé y convencí a tres amigos abogados, brillantes, de que mi posición era la buena y que fuéramos a una cena a defenderla. No habíamos ni pasado a la mesa para el primer plato y el baile argumental de JES y Rubalcaba fue tal que los tres abogados cambiaron de posición y me miraban como si yo fuera una loca carioca y nunca hubieran estado de mi lado. Necesitaron diez minutos para el KO total. Los negociadores de Ciudadanos del acuerdo al que llegaron con el PSOE en el 2016 creo que podrían relatar experiencias parecidas. Por eso, cuando alguna vez me dio la razón, me embargaba como una felicidad plácida.
JES no era un negociador temible por su actitud, sino por su solidez. Ninguno de sus argumentos era gratis ni banal. Nunca. Pero los exponía con cordialidad y sentido del humor. Nos solíamos tomar el pelo, él a mí por mis zapatos, nunca suficientemente extravagantes, y yo a él por su obsesión con el BOE. Durante la pandemia pasaba unas horas cada día leyéndolo y haciendo un informe de todo lo que le parecía impropio; la última vez que hablamos de eso llevaba 1.400 páginas redactadas.
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JES cumpliría el perfil de eso que Podemos and Co. llamaron la casta. Eso con lo que teníamos que acabar para que España fuera mejor. Unos años después y un gobierno mediante creo que no solo me rige el afecto sino también el raciocinio para echar de menos a hombres de la casta como José Enrique. De esos que prefieren saber antes que opinar, actuar antes que declamar, serenar antes que insultar, negociar antes que polarizar. Visto lo visto, creo honestamente que estaba más a la altura del único compromiso que para él era radical: la democracia.
Políticamente, me desconsuela el vacío de que cada vez queden menos sabios de Estado que sirvan de guía. También en el plano personal voy a echarle mucho de menos… me quedo sin quien dirimir cuál es la mejor traducción de la palabra insofferenza. Me consuela, en cambio, que se ahorre el bochorno presente y el que está por venir.
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