CERO ecología, mucha ideología: por fin ha caído la máscara

Desde su creación, ZERO ha recibido una amplia cobertura mediática y ha sido objeto de numerosos comentarios, siendo tratado constantemente por los medios como un bastión de la racionalidad ecológica, un pilar del conocimiento ambiental y una fuente de sabiduría técnica, factual y objetiva basada en datos verificables. Pues bien, ZERO, en un admirable gesto de transparencia y franqueza, finalmente ha salido del armario y ha confesado su anticapitalismo disfrazado de ambientalismo. Me refiero a la declaración disponible aquí , que afirma claramente que las preocupaciones de ZERO son las "ganancias privadas", que están siendo "subsidiadas con fondos públicos", y las "grandes explotaciones agroindustriales". Nada de esto es ambientalismo; todo es anticapitalismo. ZERO no realiza ninguna crítica técnica fundamentada, sino que denuncia las "ganancias privadas indebidas" de "grandes grupos" que "se aprovechan" del agua pública, como si el problema no fuera la gestión sostenible del agua, sino la existencia de capital privado en el sector agrícola.
Este tipo de retórica, en lugar de tender puentes entre la economía y la ecología, construye muros. Es una conversación que solo parece ambientalmente sana, pues demoniza a los grandes agricultores, ignora por completo la transformación estructural, para mejor, que la presa de Alqueva trajo al Alentejo —con más empleos, más exportaciones, más jóvenes y más biodiversidad— y sugiere que el único modelo legítimo es el del pequeño productor de secano, idealizado, remendado una y otra vez, quizás honorable, pero a menudo condenado a la mera subsistencia…
Lo que ZERO pretende (¡leer la declaración!), en la práctica, es limitar el crecimiento agrícola mediante la imposición de barreras económicas artificiales, un mecanismo clásico de los movimientos anticapitalistas: utilizar la política de precios de los factores de producción, en este caso el agua, para desincentivar las actividades de mercado. El medio ambiente se convierte en un argumento, pero el objetivo parece ser otro: el modelo económico que permitió al Alentejo escapar del estancamiento, la desertificación y el abandono. Para ZERO, Alqueva ni siquiera debería existir, no por el bien del medio ambiente, sino para impedir el desarrollo, la riqueza y el progreso.
Al acusar al gobierno de subsidiar “ganancias privadas” con recursos públicos, la retórica tiene menos que ver con una visión ecológica y más con un impulso anticapitalista: el problema ya no es el uso del agua sino el hecho de que hay quienes se benefician económicamente de ella.
En la narrativa de ZERO, la agricultura a gran escala se considera depredadora, la inversión privada se considera sospechosa y el crecimiento económico, una amenaza en sí mismo. En esencia, lo que se desprende de la declaración —y que constituye la propuesta de ZERO— es una limitación deliberada de la escala de producción: no para proteger el medio ambiente, sino para penalizar las ganancias. Esto no es una visión de futuro: es un rechazo al desarrollo.
¿Qué habría pasado si esta negativa hubiera prevalecido hace 25 años? En el Alentejo, Alqueva no habría existido y el regadío jamás se habría materializado. La agricultura permanecería atrapada en el secano, la incertidumbre climática y la baja productividad. Los olivares tradicionales, los pastos dispersos y algo de trigo habrían creado un paisaje empobrecido, carente de aves, pequeños mamíferos y especies autóctonas; sin agua, poco o nada sobrevive. La productividad sería baja, la inversión agrícola, marginal, y el empleo, un mero espejismo en un paisaje bucólico pero improductivo.
El verdadero ambientalismo debe ser exigente —sin duda, y los agricultores, los mayores aliados en la lucha contra el cambio climático, lo saben bien—, pero también debe ser constructivo. Debe proponer soluciones basadas en la ciencia y los datos, no respuestas inadecuadas basadas en una visión moralista de la economía. Debe combatir el despilfarro, promover la eficiencia hídrica y exigir transparencia en el uso de los recursos, pero sin sucumbir a la tentación de usar el agua como arma ideológica contra quienes invierten, crean empleo e impulsan el crecimiento del interior. Y, ya que estamos, resistamos la tentación de criticar las benditas aguas del Alqueva, que han atraído y conservado tanta biodiversidad y que tanto han contribuido a combatir la desertificación al evitar la desaparición del territorio.
Hay margen para equilibrar la sostenibilidad y el desarrollo, y existen argumentos que justifican el uso de CERO, ninguno de los cuales se encuentra en la declaración mencionada. Pero para lograrlo, el debate ambiental no debe verse dominado por agendas que, bajo la apariencia de ecología, ocultan una profunda desconfianza hacia la empresa privada. Ahora bien, la próxima vez que escuches CERO, solo lo aceptarás si quieres, porque se trata de un anticapitalista disfrazado de ambientalista.
observador