Un Hitler, tres Salazars, cuatro Mários Soares, una docena de candidatos presidenciales y la Ley de Nacionalidad.

El escándalo se produjo a principios de semana: el candidato presidencial Henrique Gouveia e Melo acusó a André Ventura de haber entrado en "un torbellino de xenofobia y racismo" al estilo de Hitler, revelando "una intolerancia que la democracia no debería tolerar".
Al ser cuestionado sobre los carteles de campaña de Ventura dirigidos a comunidades específicas, como los bangladesíes y el pueblo romaní, Gouveia e Melo, el candidato nacido en Mozambique, fue tajante: «Es racismo puro y duro». Añadió: «Me recuerda al régimen de Hitler, que encontró un chivo expiatorio: los judíos, en aquel entonces. Y ahora estamos intentando encontrar otro chivo expiatorio en Portugal. Los portugueses se han mezclado con todos los pueblos del mundo, han viajado por el mundo. Es un pueblo que ha explorado el mundo, un pueblo con casi la mitad de su población viviendo en el extranjero. Por lo tanto, necesitamos un poco de sentido común en lo que decimos sobre ciertos asuntos».
António José Seguro, el otro candidato que se presenta con, y a pesar de, el apoyo del Partido Socialista, afirmó que "el país no necesita dictadores, el país necesita instituciones democráticas, eficientes y transparentes que luchen contra la corrupción".
Luís Marques Mendes, comentarista antes de ser candidato pero siempre activo en la política, también se pronunció sobre el tema. Aunque afirmó no querer "hablar más de esa persona", cree que Ventura, por su estilo, lenguaje vulgar e ideas, jamás será Presidente de la República. Observó que los carteles del candidato de extrema derecha son provocadores y racistas, pero no aboga por que la Fiscalía los investigue; sería una pérdida de tiempo, afirma, considerando precedentes.
El candidato, apoyado por sectores importantes del PSD, afirmó además que la idea de que no hubo corrupción en el régimen de Salazar es "ciencia ficción", porque la corrupción existió, solo que no se hizo pública debido a la censura.
Marques Mendes no se aprovechó del régimen del Estado Novo para verse a sí mismo como el general Humberto Delgado, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de un «almirante», sino como el candidato del antirradicalismo, la moderación y la unificación del pueblo portugués. Un contrapunto al estilo de Ventura, con quien dice no querer hablar, pero con quien debatirá el 25 de noviembre (¡!) en SIC.
Como era de esperar, los candidatos presidenciales de izquierda —António Filipe, Catarina Martins y Jorge Pinto— criticaron vehementemente la evocación del salazarismo, recordando que es arriesgado romantizar un pasado de represión, autoritarismo y atraso económico y social.
Pero, como siempre, André Ventura no dice nada por casualidad ni por accidente. La idea de que hay un Salazar en cada esquina nunca ha abandonado los sectores más nostálgicos de la sociedad portuguesa; y, para los jóvenes, la figura de Salazar significa hoy tanto como la de Viriato, ahora resucitado en las páginas de Astérix en el Lusitania.
Cuando declaró, en una entrevista con SIC/SIC Notícias, que «el país está podrido» y que se necesitaban no uno, sino «tres Salazars» para ponerlo en orden, Ventura supo que el tema, de una forma u otra, dominaría la agenda política. Y así fue: llegó al Parlamento, subió las escaleras y se instaló en el Palacio de São Bento, del que Salazar fue el primer inquilino.
Vayamos paso a paso: en la Asamblea de la República, entre el asombro de algunos y el júbilo del partido Chega –con los herederos de Francisco Pinto Balsemão sentados en las galerías (cabe recordar que Balsemão también ocupó esos asientos durante la época de Marcelo Caetano, como parte del llamado ala liberal)– Ventura y Brilhante Dias protagonizaron un momento inusual con papeles volando por los aires.
No tiene sentido describir el episodio en detalle; basta con conservar dos ideas esenciales: el nacionalcorporativismo (Chega) en confrontación con la nacionalcorrupción (PS). A los «tres Salazars» de Ventura, Brilhante Dias respondió con «cuatro Mário Soares». El discurso político se encuentra exactamente donde Ventura quiere que esté: en una infantilización absoluta, que él mismo protagonizó al lanzar los papeles al aire como un niño mimado y luego recogerlos del suelo como un niño castigado por Aguiar-Branco, el presidente de la Asamblea de la República.
¿Cómo encajan las palabras de ayer en la realidad de hoy?
«Si no hubiera sido por el amplio consenso sobre el que se fundó el régimen de la Constitución de 1933, ¿habría sido posible mantenerlo durante casi medio siglo en un país del extremo oeste de Europa, constantemente expuesto al escrutinio indiscreto del mundo entero y sujeto a la influencia de crisis externas?», escribió Marcello Caetano en Mis memorias de Salazar (1977), mientras se encontraba exiliado en Río de Janeiro.
En 2025, no contamos con la Constitución de 1933, pero sí con la Ley de Nacionalidad, aprobada por un amplio consenso en el Parlamento, con votos a favor del PSD, CDS-PP, Chega, IL y JPP. De los 221 diputados presentes, 157 votaron a favor y 64 en contra. Rui Rocha, diputado de IL, destacó antes de la votación que existía un consenso del 90% y que solo el 10% —un número residual de diputados— quedó excluido de una ley «negociada con todos los partidos». Ventura, sin embargo, la proclamó triunfalmente como «un acuerdo entre su partido y el PSD».
“Hoy Portugal es más Portugal”, declaró el Ministro de la Presidencia, António Leitão Amaro, antes de una larga y agotadora sesión de votación —una tras otra, las propuestas de enmienda— hasta la votación final. Leitão Amaro consideró esta una de las leyes más importantes del país y destacó que la versión aprobada hace más exigente la obtención de la nacionalidad, al depender de una conexión efectiva y una verdadera adhesión a los valores comunes de la comunidad política portuguesa, incluidos los valores constitucionales.
Mariana Mortágua, del Bloque de Izquierda (BE), criticó el proceso, que calificó de "realizado con prisas, sin respeto a la Asamblea de la República" y dirigido por un partido que, según ella, tiene miembros que "no saben cuántos escudos hay en la bandera portuguesa", en alusión al eurodiputado Sebastião Bugalho (PSD), quien mencionó siete cuando en realidad hay cinco.
José Luís Carneiro prefirió recordar que «la inmigración se dirige hacia donde crece la economía y donde hay empleo», haciendo hincapié en que los flujos migratorios son un fenómeno global. Rechazó la idea de las «puertas abiertas» con las que se acusa a los gobiernos socialistas, mientras que desde los escaños del partido Chega se oían gritos de «¡SEF! ¡SEF!», dirigidos al exministro de Administración Interior del gobierno de António Costa, a quien se responsabilizó de la desaparición del organismo de control fronterizo.
Rui Rocha, de IL, además de resaltar el consenso, aprovechó la oportunidad para decir que el gobierno de José Sócrates dejó al país en "bancarrota financiera" y el de António Costa en "bancarrota migratoria", a lo que no faltaron respuestas audibles desde los escaños socialistas: "esa fue la gota que colmó el vaso".
João Almeida, del partido CDS-PP, afirmó que "la trivialización de la nacionalidad portuguesa" ha terminado y que "ser portugués nunca ha sido ni será fácil" (otro punto de consenso, podemos apostar).
En representación de Chega, Cristina Rodrigues afirmó imprudentemente que hay diputados que «no deberían estar aquí» y que la aprobación de la ley es «un gran día para Portugal y para los portugueses de pura cepa». Pedro Delgado Alves le recordó que, en 2020, ella formó parte del grupo de diputados que aprobó la versión anterior de la ley. Cristina Rodrigues respondió que «las circunstancias son diferentes ahora», y así es: en aquel entonces, elegida por el PAN y posteriormente diputada independiente, hoy forma parte del grupo parlamentario de Chega. Pero, naturalmente, se refería a las cifras de inmigración, que han ido en aumento en los últimos años.
Poco después, en el Palacio de São Bento, el primer ministro Luís Montenegro abordó el tema con entusiasmo nacionalista, afirmando que se trataba de un “día histórico para la comunidad portuguesa, que definirá la vida nacional en los próximos años”. Consideró que las aprobaciones “demuestran que el Gobierno está aquí para unir y no para dividir” y que había traído “orden” donde antes había “caos”.
El Primer Ministro también afirmó que el Gobierno está preparando una nueva ley para la repatriación digna y efectiva de los inmigrantes indocumentados, reforzando la idea de que están "restableciendo el orden" frente al "caos anterior".
Pero cuando se trata de Salazar —o de cualquier idea de que la dictadura no se mezcla con la corrupción— Luís Montenegro responde: “La dictadura misma corrompe la libertad, y la dictadura no lucha contra la corrupción. La dictadura es la corrupción misma”.
El nacionalismo da forma a la nación.
"El nacionalismo sirvió para movilizar poblaciones, consolidar estados y crear un sentimiento de pertenencia, especialmente entre las clases medias y trabajadoras durante el siglo XIX". Esto lo escribió Eric Hobsbawm, uno de los historiadores más influyentes del siglo XX, marxista hasta el final, quien trató el nacionalismo principalmente como un fenómeno histórico moderno, vinculado al surgimiento del Estado-nación y a las transformaciones sociales y económicas del siglo XIX.
Volviendo al siglo XXI, no es difícil encontrar este discurso en André Ventura, y ahora también en el Gobierno y el PSD, que están haciendo todo lo posible por drenar el electorado que huye a la extrema derecha.
Ahora, al igual que en la década de 1930 y poco después de la Gran Depresión de 1929, el descrédito de las democracias liberales abrió el camino a regímenes autoritarios que prometían orden y soluciones rápidas: el fascismo en Italia, el nazismo en Alemania, el franquismo en España y el salazarismo en Portugal. La democracia liberal había sido incapaz de responder a la crisis.
El desencanto y la inseguridad existencial solo fueron superados por la Segunda Guerra Mundial, que comenzó en Europa y se extendió por todo el mundo. Antes de eso, Winston Churchill habló en solitario sobre el peligro de Hitler, en un momento en que la aristocracia inglesa —a la que él mismo pertenecía— tomaba el té con el régimen nazi.
Y es aquí donde nos encontramos de nuevo con el candidato presidencial, Henrique Gouveia e Melo, y un discurso que se ha radicalizado en respuesta al discurso radical de otro candidato: André Ventura.
El contexto no es el mismo, pero resuenan ecos de la crisis de los años treinta: crecientes desigualdades y precariedad, desconfianza en las instituciones democráticas y la percepción de que los gobiernos y partidos tradicionales están alejados de la ciudadanía. Todo esto abre el camino al populismo, que promete «recuperar el poder del pueblo». Y es evidente que Ventura es, entre todos los líderes actuales, quien mejor capta —o se aprovecha de— la frustración popular.
Ha llegado el momento de las elecciones presidenciales. Y es en este contexto que debe enfrentarse a André Ventura. Gouveia e Melo, «el Almirante», se adelantó sin temor a las palabras.
Jornal Sol




