¿Cómo averiguan los arqueólogos el sexo de un esqueleto?
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A simple vista, un fémur o una mandíbula no dicen demasiado. Pero bajo la mirada experta de los arqueólogos, esos restos óseos pueden revelar datos tan fundamentales como el sexo biológico de la persona a la que pertenecieron. Eso sí: es una tarea que dista mucho de ser exacta y que exige una combinación de ciencia, contexto y cautela.
"Estamos observando diferencias de forma y tamaño entre los sexos", explicaba recientemente a Live Science el antropólogo biológico Sean Tallman, de la Universidad de Boston. Su advertencia, sin embargo, es clara: “ningún método es 100% preciso”. La afirmación resume bien el dilema al que se enfrentan muchos investigadores cuando tratan de asignar un sexo a restos que, en muchos casos, han pasado siglos bajo tierra.
La mayoría de las técnicas basadas en mediciones asumen que los hombres son más grandes y altos que las mujeres (un 15% aproximado), y las predicciones de sexo a partir de las mediciones tienen una precisión del 80% al 90%. Sin embargo, si la pelvis del esqueleto está bien conservada, simplemente observar ciertas características suele ser un método más preciso que basarse en las mediciones de los huesos de las piernas.
Porque, efectivamente, uno de los métodos más conocidos consiste en estudiar la pelvis, una de las partes del cuerpo con mayores diferencias entre sexos. La técnica desarrollada por el antropólogo T. W. Phenice en 1969 sigue siendo una referencia: se basa en observar características específicas del hueso púbico que tienden a variar entre hombres y mujeres. Cuando las condiciones del esqueleto son favorables, esta técnica puede ofrecer un alto nivel de precisión.
Los cráneos masculinos tienden a ser más robustos, con mandíbulas más cuadradas. Los femeninos suelen ser más gráciles
El cráneo también proporciona pistas valiosas. Los cráneos masculinos tienden a ser más robustos, con arcos superciliares más prominentes y mandíbulas más cuadradas, mientras que los femeninos suelen ser más gráciles. No obstante, estas diferencias pueden ser sutiles y están sujetas a variaciones individuales.
Además, en los últimos años, el análisis genético ha transformado este campo. Investigadores como Hila May, de la Universidad de Tel Aviv, emplean marcadores de ADN para identificar el sexo biológico con una fiabilidad cercana al 99%. Uno de los descubrimientos más recientes incluye el uso de un gen vinculado al esmalte dental, que permite obtener resultados incluso cuando otras pruebas fallan. Eso sí, el estado de conservación del ADN es decisivo: a menudo no es posible extraerlo en esqueletos muy antiguos.
Según señaló al mismo medio la antropóloga Virginia Estabrook, alrededor del 1,7% de la población es alguna forma de intersexual, un poco menos de una de cada 50 personas. Recalca esto porque la comprensión de quién era una persona puede verse obstaculizada y las interpretaciones en algunas ocasiones son erróneas. Por poner algunos ejemplos: en Pompeya, por ejemplo, el análisis de ADN reveló que un conjunto de esqueletos que se suponía pertenecían a una madre y a su hijo biológico en realidad eran un hombre y un niño no emparentado, y en 2019 se descubrió que un entierro vikingo repleto de armas era cromosómicamente femenino en lugar de masculino.
A simple vista, un fémur o una mandíbula no dicen demasiado. Pero bajo la mirada experta de los arqueólogos, esos restos óseos pueden revelar datos tan fundamentales como el sexo biológico de la persona a la que pertenecieron. Eso sí: es una tarea que dista mucho de ser exacta y que exige una combinación de ciencia, contexto y cautela.
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