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El giro cesaropapista

El giro cesaropapista

Todo el mundo sabe que el viernes, tras expresar la convicción de que sería un gran “santo padre”, Donald Trump hizo colgar en la cuenta oficial de la Casa Blanca en X un retrato suyo con indumentaria e insignias papales generado con IA. Pero ha pasado casi desapercibido el hecho de que, dos días antes, era el vicepresidente JD Vance, converso católico, quien estaba entre los candidatos a ocupar la sede vacante propuestos, en un simulacro mediático del cónclave, en la edición digital de First things , la histórica revista del conservadurismo religioso norteamericano.

Imagen de Trump vestido como Papa, difundida por la Casa Blanca en Truth Social

Truth Social / ACN

Su valedora, la columnista Virginia Aabram, una joven promesa del catolicismo conservador más cool , defendía humorísticamente su idoneidad aludiendo a las sospechas que lo identificaban como el presunto asesino del último pontífice. Argumentaba, poco más o menos, lo siguiente. No hace mucho, Vance y Francisco se enfrentaron por el concepto teológico de ordo amoris y el Papa ha muerto justo después de su primer encuentro. Si lo que se sospecha es cierto, y todo parece indicar que lo es porque las cosas no pasan porque sí, es justo que el vencedor se quede el cargo como botín. Por tanto, Vance ha de ser el heredero de Pedro.

Para rematar la jugada, Aabram sugería que el papa Vance podía tomar el nombre de Sergio en honor de Sergio III, un obispo romano del siglo X de quien se decía que había asesinado a sus dos predecesores, y fantaseaba con que Sergio IV, que no debería dejar la vicepresidencia porque según la Constitución americana no son cargos incompatibles, acabara compaginando el pontificado con la presidencia de EE.UU. y devolviendo el poder temporal al papado. Por falta de espacio o exceso de conservadurismo católico, la columnista se ahorraba de recordar que la historiografía protestante llamaba “pornocracia” aquel periodo de la historia pontificia por la influencia de Marozia, supuesta concubina de Sergio III y madre de su sucesor, en la corrupción del gobierno papal.

Ni Trump ni Vance serán papas, pero ambos piensan que la religión y la política han de ir juntas

Desde los años 80, en que la santa alianza entre Reagan y Juan Pablo II contra el comunismo convirtió al Vaticano en un poder indirecto de EE. UU. en Europa, el catolicismo conservador norteamericano, que también tuvo una gran comunión estratégica con Benedicto XVI, ha desarrollado un sentimiento patrimonialista respecto al papado.

Durante décadas, First things , que aún tiene entre sus colaboradores a George Weigel, el aclamado biógrafo neocon de Juan Pablo II que hace cinco años publicó The next pope , ha sido el intérprete más formidable de este sentimiento, que, con la presidencia imperial de Trump, ha tomado el giro cesaropapista que se proyecta metafóricamente en el retrato carnavalesco del presidente y la broma de Aabram.

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Ni Trump ni Vance serán papas, pero ambos piensan que la religión y la política han de ir juntas y que, a diferencia de lo sucedido en el reinado del antipapa Francisco, el poder de la Iglesia debe someterse bizantinamente al del imperio.

lavanguardia

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