Viajes: ¿A dónde queremos ir?

En los últimos años, el turismo ha experimentado un crecimiento continuo, con importantes incrementos porcentuales en varias regiones del mundo. En muchos destinos, el número de visitantes se ha duplicado o incluso triplicado en tan solo una década, impulsado por el fácil acceso a vuelos de bajo coste, la globalización y la rápida difusión de información en línea. Este fenómeno ha dado lugar al llamado turismo de masas, en el que ciudades, playas y monumentos reciben una afluencia de visitantes que supera con creces su capacidad de acogida.
Las consecuencias de este crecimiento descontrolado son evidentes. En el ámbito ambiental, existe una presión excesiva sobre ecosistemas frágiles: erosión de senderos naturales, destrucción de hábitats, aumento de la contaminación y consumo intensivo de recursos como el agua y la energía. En el ámbito cultural, las comunidades locales ven su identidad transformada o desfigurada, a menudo reducida a una imagen superficial creada para complacer a los visitantes. La vida cotidiana de los residentes está cambiando, con el comercio tradicional reemplazado por negocios orientados exclusivamente al turismo y el aumento de los precios de la vivienda y los servicios.
Un factor que intensifica esta realidad es el papel de las redes sociales. La constante difusión de fotos, vídeos e historias de viajes crea una especie de competencia global por las experiencias turísticas, viralizando ciertos destinos y animando a miles de personas a visitarlos en busca de la misma imagen perfecta. Sin darse cuenta, muchos viajeros que publican sus itinerarios en línea contribuyen al turismo de masas, contribuyendo a la concentración de multitudes en lugares ya saturados.
Por lo tanto, es fundamental reflexionar sobre la responsabilidad individual. Viajar es un privilegio y una oportunidad de enriquecimiento personal, pero debe hacerse de forma consciente y respetuosa. Promocionar constantemente destinos en redes sociales puede parecer inofensivo, pero al multiplicarse por millones, tiene un impacto real y profundo en el equilibrio ambiental, cultural y social de los lugares visitados.
Este fenómeno del turismo de masas y el intercambio incesante se puede extrapolar fácilmente a otros aspectos de la vida: el ocio, la vida familiar o incluso el mundo laboral, simplemente a plataformas abiertas como LinkedIn. Los viajes, las reuniones o incluso los logros profesionales a menudo han dejado de ser un fin en sí mismos para convertirse en mera materia prima para crear "contenido". El objetivo ya no es vivir o experimentar, sino publicar y compartir en busca de validación externa.
Paradójicamente, muchos adultos aparentemente responsables, a menudo los primeros en abogar por limitar el uso del celular en las escuelas (y con razón), terminan dando el ejemplo contrario: mostrando a las generaciones más jóvenes que la vida solo es "real" si se ha digitalizado. Este comportamiento crea un paradigma peligroso, en el que el valor de una experiencia no se mide por lo vivido, sino por la cantidad de visualizaciones o reacciones que genera en línea. En el futuro, nos resultará difícil distinguir la autenticidad de la mentira, la verdad de la invención.
Algunos argumentan que «el mundo ha cambiado» y que solo podemos aceptarlo. Sin embargo, la historia nos demuestra que siempre es posible un cambio de rumbo. Como dijo Pedro Arrupe: «No me resignaré a la idea de que, cuando muera, el mundo seguirá como si yo nunca hubiera existido». Nosotros también tenemos la responsabilidad de dejar una huella positiva.
Por lo tanto, propongo que vivamos una vida más discreta y sutil, y que compartamos solo intencional y personalmente, priorizando la autenticidad sobre el espectáculo. Estoy convencido de que si todos damos este paso, el mundo será más sano, más humano y, sobre todo, mejor.
PD: La vida no se trata sólo de nosotros.
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